Calvino en su laberinto

Los pasajes invisibles | Nuestros columnistas

La lectura es una larga historia de soledades que, juntas, dejan de serlo.

En 'Seis propuestas para el próximo milenio', Italo Calvino reafirmó su voluntad por la ilusión. (Archivo)
Iván Ríos Gascón
Ciudad de México /

En Si una noche de invierno un viajero escribió que “la lectura es soledad” pero conforme deshilvana su novela, Italo Calvino te recuerda que simplemente eres un lector y que en paralelo hay otros como tú con el mismo libro en las manos, leyentes impensados en diversos puntos del planeta. Además, están contigo el relato, los personajes y el autor, a él lo lees y él te ha leído, porque “las vidas de los individuos de la especie humana forman una maraña continua” que tarde o temprano compone una unidad. Quizá es por eso que sobre el ovillo temporáneo, Calvino reflexiona acerca de la ficción como ciclo metafórico que solo se acumula, pues tanto el que escribe como el que lee almacenan pretéritos genuinos e inventados en la existencia y la imaginación, y si sumamos el tiempo vivido con los tiempos novelescos, aquello se transforma en una solitaria cada vez más larga que se enrolla, así que “imaginemos tantas vidas, cada una con su pasado y los pasados de las otras vidas que siguen anudándose unos a otros”. Como Borges, Calvino diseñó su laberinto.

¿La lectura es soledad? Sí y no. La fábula contradice ese supuesto. Retraídos y en silencio con un libro, quienes nos miran sospechan que andamos en un orbe remoto, tejiendo relaciones peligrosas o fraguando sabotajes o en quehaceres depravados, el lector asusta. Apunta Alberto Manguel: “el miedo de la gente a lo que un lector puede hacer entre las páginas de un libro, se parece al temor eterno que tienen los hombres a lo que puedan hacer las mujeres en los lugares secretos de su cuerpo, o a lo que las brujas o los alquimistas puedan hacer en la oscuridad, detrás de puertas cerradas con llave” (Una historia de la lectura).

A propósito de Las ciudades invisibles, Pasolini señaló que la novela de Calvino era obra de un iluso, un yacimiento de deleites surrealistas. Le sorprendía la estoica vindicación de la escritura como sueño; admiraba el impecable concilio de la fantasía con el mundo de las ideas: sin soslayar la realidad, Calvino creó universos en los que el alma es posible si mantiene el equilibrio entre su bondad y malevolencia natural (El vizconde demediado), en tanto que la libertad requiere de un espíritu empeñoso. ¿Qué es, si no, la rebeldía de Cosimo Piovasco en El barón rampante? Abandonar la tierra firme para contemplar desde la altura el patético espectáculo de una sociedad que no entiende su propia condición.

¿Qué representan el abstracto Agilulfo, dentro de su armadura, y su escudero Gurdulù, un hombre concreto pero nublado de sí, en la cruzada de El caballero inexistente? Las pasiones son batallas por honor y por amores imposibles, Rambaldo, Bradamante, Torrismodo y Sofronia saben que existir implica un acto heroico.

En Seis propuestas para el próximo milenio (conferencias que Calvino iba a dictar en Harvard pero la muerte lo alcanzó en Siena antes de partir a Cambridge, Massachusetts), reafirmó su voluntad por la ilusión. Refutó a Milan Kundera acerca de lo insoportable de la liviandad del ser (“Es difícil para un novelista representar su idea de la levedad con ejemplos tomados de la vida contemporánea si no se la convierte en el objeto inalcanzable de una búsqueda sin fin”) y lo explicó con la poética de Cavalcanti y de Cyrano, las parábolas de Bocaccio, Swift, Voltaire; exaltó la rapidez en Sterne y Diderot; la exactitud de Leopardi; la visibilidad de Dante y de Giordano Bruno; la multiplicidad de Gadda y Proust. El sexto tópico iba a ocuparse de la Consistencia, tomando como paradigma al Bartleby de Herman Melville mas, decíamos, se le atravesó un ictus cerebral y no alcanzó a escribirlo. Calvino murió a los 61 años, el 19 de septiembre de 1985, el mismo día del terremoto más devastador de México en el siglo XX. Por cierto, su libro póstumo, Bajo el sol jaguar, se titula así por el cuento en que Calvino armoniza los deleites del olfato con el placer sensual en un calmo recorrido por Oaxaca.

AQ

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