El que se excede no se rinde, no cede, continúa hasta tocar el límite entre el ridículo y lo memorable. El excéntrico rompe el centro del decoro, del equilibrio, se burla del austero, se jacta de desquiciar el orden. Camp es excesivo, excéntrico, es el sitio de la individualidad extrapolada que se demuestra como una anomalía.
Molière, ese descarado psiquiatra disfrazado de dramaturgo, recreó los caracteres de la usurpación, de la personalidad reinventada. En su comedia Las imposturas de Scapin surge el adjetivo camp, la pose, pretender ser alguien distinto, convertirse, travestirse.
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En el Metropolitan Museum de Nueva York la exposición Camp hace un homenaje a la fantasía de ser un personaje que desprecia al ciudadano correcto, a la valentía cínica de usar la existencia como un teatrino del artificio. La museografía en un laberinto rosa de escaparates, inicia con Luis XIV, el Rey Sol, sus zapatos de tacón, la peluca rizada, medias de seda blanca. Posaba mientras escuchaba a Lully, y rivalizaba en estilo con su hermano Felipe de Orleans en la pasarela de la envidia de Versalles. Bisexual, homosexual, travestido, la presencia camp engaña desde la desproporción.
La moda persigue lo camp cuando quiere salir de sus propios cánones, la ropa no es para vestir, es una máscara que destierra la seguridad de la imitativa integración a la masa. Versace y sus medusas doradas, House of Schiaparelli con un tocado y vestido con dos flamingos rosas, símbolo de la exposición, las fotografías y poemas de Oscar Wilde, es la osadía de turbar.
El kitsch amenaza al camp, es su enemigo, tanto como la mediocridad, y sin embargo, en la guerra del estilo un saco con el logotipo de McDonald’s de Moschino, destroza a la mediocre vulgaridad de Banana Republic. Plumas, encajes, bordados, cadenas, flores, terciopelos, materiales artificiales, plástico, camp no es orgánico ni ambientalmente responsable, es agresivo, revive el Barroco y la presunción. Camp es incómodo, es un corset exhibicionista, son zapatos que torturen, lo comfy es para la cintura puritana feminista, el camp se mete en unos leggins plateados, y carga estoico decenas de cadenas doradas de Chanel. Hedonistas y masoquistas, sacrifican la paz de los zapatos de goma, es tortura, martirio, hay ropa que no permite sentarse, zapatos que no son para caminar, enormes vestidos que no caben en una silla, hay que sufrir para mantener el tipo sin romper la pose, ese dolor es la cúspide del instante en que el mediocre se apena de ser quién es. Libertad, eso grita camp, sin arrepentirse, ya podremos meter en el armario la posibilidad de ser iguales a los que nadie mira.
ÁSS