Además de su primordial función evolutiva, el amor por la vida tiene el “efecto secundario” de resultar maravilloso y ser una fuente inagotable de paz, conocimiento y placer que al menos en ocasiones puede llenarlo todo, pero aun sin que haya alguna razón de peso, en nuestra también inacabable complejidad a veces nos inundan sensaciones menos amables.
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El mundo es indudablemente un lugar bello: flores, nubes blancas y hasta peces de colores. No obstante, sucede lo que dice el poema “Dialéctica” de Vinicius de Moraes:
Por supuesto que es lindo vivir
Y la alegría, la única emoción indecible
Por supuesto que te encuentro preciosa
Y en ti bendigo el amor de las cosas simples
Por supuesto que te amo
Y que tengo todo para ser feliz.
Pero ocurre que estoy triste…
¿Qué hacer ante esto?
Pues escribir poemas y componer canciones, por ejemplo, así que ahora exploraremos brevemente algunas de ellas, pero cuidando de no irnos por la fácil, por los infaltables lamentos de amores perdidos y esa “indina” incomprensión que nos hace derramar cocodrilescas lágrimas. No, veamos algo más serio, profundo e impersonal.
Comenzaremos entonces con un tango (“Cambalache”, de Enrique Santos Discépolo), en la estrujante voz de Susana Rinaldi:
Que el mundo fue y será una porquería, ya lo sé
En el 510 y en el 2000 también
Que siempre ha habido chorros, maquiavelos y estafa'os
Contentos y amarga'os, valores y doblé
Pero que el siglo 20 es un despliegue
De maldad insolente, ya no hay quien lo niegue
Vivimos revolca'os en un merengue
Y, en el mismo lodo, todos manosea'os
Hoy resulta que es lo mismo ser derecho que traidor
Ignorante, sabio o chorro, pretencioso estafador
Todo es igual, nada es mejor
Lo mismo un burro que un gran profesor
[. . .]
¡Qué falta de respeto, qué atropello a la razón!
Cualquiera es un señor, cualquiera es un ladrón
[. . .]
Siglo veinte, cambalache problemático y febril
El que no llora no mama y el que no afana es un gil
Dale nomás, dale que va
Que allá en el horno se vamo' a encontrar
No pienses más, sentate a un la'o
Que a nadie importa si naciste honra'o
Si es lo mismo el que labura
Noche y día como un buey
Que el que vive de las minas
Que el que mata, que el que cura
O está fuera de la ley
Escrita en la jerga lunfarda porteña para una película en 1934, la canción se lamenta por lo que desde siempre ha sido la injusta repartición de las bondades de la vida, y aunque emplea tecnicismos como “labura” (trabaja) o “minas” (mujeres), es de inmediata y demoledora comprensión. A casi 90 años de haber sido compuesta, la letra sigue siendo terriblemente actual... o incluso más.
Entrados de lleno en la desesperanza, pasamos a continuación a un poema desgarrador (“Tierra luna”, de Mario Benedetti) en la magnífica interpretación de Eugenia León:
Cuando me canse la rutina
de que me ultrajen y me roben,
cuando me canse de esta ruina
me mudaré a la Luna joven
¡Oh! Tierra-Luna, Tierra-Luna,
me pongo hoy las alas de oro
y cielo arriba, cual meteoro,
me voy.
¡Oh! Tierra-Luna, Tierra-Luna,
atrás quedó la suerte perra,
atrás los muertos y la guerra,
¡adiós!
Alguna vez mi vida quieta
verá estallar en el pasado
mi triste y cándido planeta
que se creyó civilizado.
¡Oh! Tierra-Luna, Tierra-Luna,
mundo caótico y podrido,
desde aquí arriba me despido
¡Adiós!
Y sí, cuesta trabajo mantener la compostura luego de escucharla (o incluso de únicamente leerla), pero debemos continuar, porque solo tenemos espacio para tres canciones más, ya con un tono menos dramático, aunque igualmente íntimo, poderoso y alejado de sentimentalismos innecesarios.
El extraordinario ensamble musical mexicano Los folkloristas, formado originalmente en 1966, ha producido una gran cantidad de discos interpretados con una enorme variedad de instrumentos, tradiciones y melodías originales de decenas de culturas y pueblos de toda Latinoamérica, desde el norte de México hasta el sur de Argentina. Este canto a capella (“Yo ya me voy”) es un ejemplo de “canción cardenche” de la Comarca Lagunera de Durango, así llamada por analogía con los cardos de esa zona desértica que lastiman la piel. Pertenece al disco México, horizonte musical de 1981 y es un lamento por el terruño perdido, con una envolvente melodía que en algo recuerda los cantos gregorianos, aunque con propósitos por completo diferentes:
Yo ya me voy a morir a los desiertos,
Me voy dirigido a esa Estrella Marinera.
Sólo en pensar que ando lejos de mi tierra, nomás que me acuerdo
me dan ganas de llorar.
Pero a mí no me divierten los cigarros de la Dalia,
Pero a mí no me consuelan esas copas de aguardiente.
Sólo de pensar que dejé un amor pendiente,
Nomás que me acuerdo me dan ganas de llorar.
Cambiando drásticamente de tema y de cultura, pues estos temas son universales, aquí hay otro ejemplo de una pieza que genera una cálida sensación de acompañamiento, no obstante que el tema es casi todo menos romántico. Está a cargo del maravilloso acoplamiento artístico entre Paul Simon y Art Garfunkel que duró pocos años, entre 1963 y 1970 (aunque se reunieron en varias presentaciones más adelante), pero tuvo y sigue manteniendo una gran influencia por calidad de las melodías, la música y las letras. Son muy conocidos por “Los sonidos del silencio”, que solo adquirió popularidad cuando en la disquera le añadieron guitarra eléctrica y batería, así como por la música de la película El graduado (1967), de Mike Nichols. La canción a la que me refiero ahora (“Flowers never bend with the rainfall”, de Paul Simon) es prácticamente desconocida, y forma parte del disco Parsley, Sage, Rosemary and Thyme (Perejil, salvia, romero y tomillo) de 1966. Estas plantas eran consideradas por los romanos de la antigüedad como símbolos de muerte y renacimiento, lo cual explica el tono y la letra prácticamente budista de esta hermosa canción que versa sobre el concepto de la impermanencia, el conocimiento profundo de que las cosas y placeres de la vida son por definición efímeros y están condenados a desaparecer, aunque en la práctica nos mantienen dentro de una seductora ilusión:
Through the corridors of sleep
Past the shadows dark and deep
My mind dances and leaps in confusion.
I don't know what is real,
I can't touch what I feel
And I hide behind the shield of my illusion.
(A través de los pasillos del sueño,
más allá de oscuras y profundas sombras
mi mente baila y brinca en confusión.
No sé qué es real,
no puedo tocar lo que siento
y me escondo detrás del escudo de mi ilusión.)
So I'll continue to continue to pretend
My life will never end,
And flowers never bend
With the rainfall.
(Así que continuaré siguiendo fingir
que mi vida nunca terminará
y que las flores nunca se doblan con la lluvia.)
The mirror on my wall
Casts an image dark and small
But I'm not sure at all it's my reflection.
I am blinded by the light
Of God and truth and right
And I wander in the night without direction.
(El espejo en mi pared proyecta una oscura y pequeña imagen
pero no estoy seguro si es mi reflejo.
Estoy cegado por la luz de Dios, la verdad y lo correcto
y deambulo por la noche sin rumbo.)
So I'll continue to continue to pretend
My life will never end,
And flowers never bend
With the rainfall.
It's no matter if you're born
To play the King or pawn
For the line is thinly drawn 'tween joy and sorrow,
So my fantasy
Becomes reality,
And I must be what I must be and face tomorrow.
(No importa si naces para jugar de rey o de peón
porque hay una delgada línea entre la alegría y la tristeza,
así que mi fantasía se vuelve realidad
y debo ser lo que debo ser y enfrentar el mañana.)
Para terminar, una vez Paul McCartney contó que su tía le había preguntado si acaso The Beatles no podrían escribir sobre temas más interesantes que “I want to hold your hand”, y tal vez una respuesta fueran canciones como "Eleanor Rigby”, sobre la soledad y la depresión en la edad adulta, por lo que ahora concluiremos con una nota de “pesimismo optimista” (“At the end of the end”) de su disco —décadas posterior a Los Beatles— Memory Almost Full del año 2007, en donde muestra que su genio musical sigue activo y nos bendice con esta preciosa, profunda y memorable canción:
At the end of the end
It's the start of a journey
To a much better place
And this wasn't bad
So a much better place
Would have to be special
No need to be sad
(Al final del final
es el comienzo de un viaje.
a un lugar mucho mejor
y esto no estuvo mal
así que un lugar mucho mejor
tendría que ser especial
No hay necesidad de estar triste)
[. . .]
On the day that I die I'd like bells to be rung
And songs that were sung to be hung out like blankets
That lovers have played on
And laid on while listening to songs that were sung
(El día que me muera me gustaría que tocaran las campanas
Y que las canciones que se cantaban se colgaran como mantas
en las que los amantes han jugado
Reposando mientras se escuchan las canciones que se cantaban)
At the end of the end
It's the start of a journey
To a much better place
And a much better place
Would have to be special
No reason to cry
No need to be sad
At the end of the end
La intimidad producida por la música y la letra de calidad, con temas universales que rebasan nuestros pequeños problemas cotidianos —aunque por supuesto los veamos como si fueran absolutos— nos puede acompañar durante toda la vida, y constituye un tesoro digno de ser cultivado y apreciado.
AQ