Capitalismo digital y la muerte del revolucionario del siglo XX

Filosofía

Timo Daum, autor de El capitalismo somos nosotros, habla en entrevista sobre el optimismo ante el capitalismo digital y las nuevas formas de esclavitud.

“El capitalismo digital es inminente”, dice el escritor germano Timo Daum. (Arte digital: Ángel Soto)
Julieta Lomelí Balver
Ciudad de México /

No hay cosa que me entusiasme más que este episodio de la historia —o podemos llamarla más bien ¿la post historia?—, en el que internet extiende sus tentáculos a todos los rincones de la vida, y con su sonrisa de optimismo no deja de mostrar entre sus dientes el mensaje de saña que trae consigo. El mensaje de que las jerarquías son cosa del pasado, que resulta muy old fashion delegarle la responsabilidad de nuestro bienestar al Estado, porque éste, al final de cuentas, es muy disfuncional.

La era digital muestra una aporía. Nos hace pensar que es anticuado creer que dedicaremos toda nuestra vida a una sola Institución, o que aprenderemos lo más importante en un salón de clases, o que delegaremos nuestra voluntad a una autoridad, a un jefe, a un mentor, pero también —si queremos— podemos seguir funcionando de manera clásica. Porque en esta época digital, podemos darle extremado valor a los títulos y a los contratos de papel, o no hacerlo, y volvernos unos “rebeldes” del home office y creativos del free lance. Así, podemos seguir reproduciendo la historia que nació con la revolución industrial, la del trabajador clásico, la del hombre del contrato social; o transitar por una post-historia, en la cual asumiremos relaciones más horizontales, y así no quedar aplastados en las antiguas jerarquías de amo-esclavo, de gobernante-ciudadano, entre el aprendiz y el inalcanzable maestro: el internet anuncia el inicio de una nueva comunidad, una nueva organización social donde todos aprenden de todos.

El canto de las sirenas

Se acabó el tiempo de la idolatría, de esas figuras y mentores que nos dicen qué hacer: ¿Cómo es que alguien se atreve a decirme qué hacer si en Wikipedia encuentro mucha más información de la que él es capaz de ofrecerme? Es inminente, y se anuncia como el canto de las sirenas, que ha llegado —como el escritor germano Timo Daum lo denomina— “el capitalismo digital”. Este capitalismo que ha venido a reventar no sólo a los intermediarios del saber de la jerarquía escolar, sino también a las figuras públicas del Estado, al monopolio comercial, al monopolio telefónico, al monopolio del transporte público. Este nuevo capitalismo, viene con todo y “su era apenas acaba de comenzar”, escribe Daum, con quien tuve la fortuna de conversar, gracias al apoyo del Instituto Goethe, en el marco de la presentación de su libro, traducido como El capital somos nosotros. Crítica a la economía digital. Dejo a continuación algunos apuntes de nuestra charla.

—He visto que eres un optimista de las redes sociales, ¿cuál es tu perspectiva sobre ellas? ¿Crees que consignan una desfragmentación de la comunidad debido a una personalización o individualización exacerbada?

Esto es un proceso histórico, soy neutro. No quiero caer en la trampa de defender un cierto modelo histórico al que estábamos acostumbrados, y juzgar al que viene, el de la era digital, en términos negativos. Hay que analizar las redes sin dogmatismos. Lo que sí veo es que la tendencia del capitalismo digital es convertirnos en más individualistas, más aislados, mas concentrados en el “yo” y menos en el “nosotros”. El capitalismo digital nos convierte en vendedores de nuestra propia imagen, y eso no es necesariamente negativo.

—¿A eso lo llamarías un tipo de cuantificación del yo, una economía de los afectos?

Sí, la cuantificación forma parte de la modernidad, y ahora en un nivel en que la generación de datos cuantificados sobre cada uno de nuestros movimientos es cosa automática, es casi gratis y sucede de forma constante. Gracias a este capitalismo digital hay una cuantificación del yo en la que, por ejemplo, empiezo a medir mis pasos, las calorías que gasté en el gimnasio, la calidad de mi sueño. Es una generación de cuantificación de datos sobre mí. Que en línea con lo que hablamos antes, sí conlleva una hiperindividualización, pero también una mayor responsabilidad de lo que soy. Yo soy el responsable de mi salud, al fin y al cabo; o si tengo un trabajo, en un sentido en el cual soy mi propio jefe, y no doy resultados, no protesto contra mi jefe, sino contra mí mismo. En la forma contemporánea de trabajo, si yo fallé, no es porque me están explotando, sino porque estoy fallando en los cálculos de mi tiempo, en mi capacidad de llevar correctamente mis propios recursos. Por lo tanto, si bien hay una economía y una cuantificación del yo, eso implica también una transición de mayor responsabilidad hacia el individuo, hacia mí mismo.

—Byung-Chul Han habla de la autoexplotación del sí mismo, de esta nueva forma de trabajo que no recurre a un capataz porque tú mismo te vuelves tu propio capataz. En esta era del capitalismo digital, de la cual tú hablas, entiendo que por un lado eres más libre al no tener un jefe, pero al mismo tiempo eres esclavo de ti mismo ¿En qué te diferencias de la postura de Han?, ¿cuál es tu contribución original?

Lo que yo quiero es anclar mis reflexiones a los andamiajes de Karl Marx, en la continuación de esa historia del trabajador, del obrero. Ese proletariado asalariado del que Marx hizo su principal modelo, describiéndolo dentro de una forma de contrato social, por un lado, como esclavo asalariado para unirle con la historia de esclavitud y que sigue siendo un esclavo, aunque formalmente es libre en el mercado del trabajo. Encontré entonces en un solo lugar de su pensamiento, una referencia a ese mismo trabajador asalariado, pero ahora como emprendedor de su propia mano de obra, y eso me parece superinteresante, porque ahí desarrolla la idea de que puede haber otro eslabón, y en ese eslabón es en el que creo que estamos actualmente. Uno en el que hay más libertad; ya no sólo somos libres en el mercado laboral de contraer un contrato, sino también somos emprendedores, capitalistas del yo, jefes y trabajadores de nosotros mismos, todo esto, fomentado por lo que he llamado capitalismo digital.

Por ejemplo, un conductor de Uber hace un contrato en el momento uno, y después de cinco minutos se acaba el contrato o renuncia al contrato y ya no hay ningún vínculo ni con el cliente ni con la plataforma. Esa es la libertad máxima posible, pero al mismo tiempo esta esclavizado cuando trabajas para dicha plataforma, en una extrema indefensión ante la misma. Puedes gritarle a tu jefe si te enojas con él, pero ¿qué haces en cambio con la plataforma? ¿Cómo ataco a Uber si estoy enfadado con él? Así, nos volvemos esclavos en cierto sentido. Y en esto Han y yo no estamos tan alejados.


Todos somos Uber

Durante una estancia en Hamburgo conocí a un grupo de de personas muy interesantes que se hacían llamar “libertarios anarquistas”, estaban contra la idea de pagar impuestos, no creían en la democracia, ni tampoco en el Estado, eran creadores de sus propios trabajos y compradores voraces de bitcoins. Para ellos todo lo resolvía el internet. Con esa premisa de total libertad y no sin poca rebeldía, iban creciendo como comunidad. A mí me juzgaban por esa idea “anticuada” que tenía de las instituciones y de creer que ellas tendrían que resolverme necesidades básicas y también laborales. Aprendí a admirarlos. Ellos eran unos auténticos capitalistas que tenían como único intermediario, para resolver y emprender su labor, el internet.

—¿Tú crees que el Estado y la idea de bienestar, con esta delegación de servicios públicos y de ciudadanía empoderada a través de las plataformas, en algún momento llegué a desaparecer o se debilite?

Sí, creo que la forma en que concebimos el Estado está cambiando. Veo que hay distintos niveles de entidades públicas: están los municipios, las ciudades, el Estado nacional, y luego instituciones supranacionales como la Unión Europea y la ONU. Dentro de esta lógica, considero que los Estados que están en medio, los llamados Estados nacionales, sí están perdiendo fuerza. Porque por un lado, todo lo que pasa por encima de ellos, se vuelve un tema global, y entonces vemos el choque entre los grandes bloques: Europa, China y Estados Unidos, y por otro lado, desde más abajo, en el nivel de los municipios o pequeñas ciudades, veo un activismo prolífico y una serie de movimientos de mejora de lugares promovidos por las plataformas virtuales y no por los gobiernos. Ahí sí existe ese poder para cambiar las cosas. ¿Quién negocia con Uber?, no es el gobierno, es la Ciudad de México, son los ciudadanos. Yo creo que hay un efecto tipo un sándwich, en el cual el Estado-Nación pierde desde la globalización y desde estos pequeños movimientos. Hay muchos movimientos ecologistas, muchas formad de redistribución de los servicios. En especial hay un movimiento llamado remunicipalización, en el cual se produce mucha teoría y también mucha práctica para las ciudades. En Madrid, Barcelona, París, existen muchos ejemplos para desarrollar un modelo alternativo de esto que llaman “Smart City”, un capitalismo de forma digital que cambia a las ciudades. Yo estoy muy ilusionado de cómo las ciudades se digitalizan a través de las plataformas y logran cambiar.

—En tu libro tú has dicho que el capital es el nuevo sujeto revolucionario. ¿Quiénes serían los nuevos revolucionarios del siglo XXI: el capital, o las empresas, o el ciudadano, la clase media?, ¿todos al mismo tiempo?

Si digo que el capital es el nuevo sujeto revolucionario es un poco para provocar, sobre todo a los fans del proletariado y de esa noción un poco rígida de “dime por favor, quiénes son a los que hay que seguir, quién o qué clase representa ahora el nuevo rol histórico”. Esta idea me parece ya un concepto erróneo. Ya no existe esta figura del revolucionario del siglo XX. Y creo que no, porque como antes hablábamos de este nuevo sujeto individualista, activo en muchas plataformas, ahí no se puede diferenciar entre quién es más, quién es menos, o quién es el líder, por ejemplo, todos somos Uber. Y quizá eso también es algo que da consuelo, porque ya no tenemos que confiar en una clase social para cambiar al mundo, o en una figura, porque si nos decepcionan los trabajadores, por ejemplo, si se vuelven de derecha, eso no importa porque podremos seguir teniendo amplias posibilidades gracias al internet.

—Frente a todos aquellos filósofos y pensadores que se asustan ante esta nueva época digital y son pesimistas, me gusta que tú salgas a defender el optimismo ante el capitalismo digital. Tu visión parece superar todo este asunto de juzgar si en otra época estuvimos mejor o peor, en este sentido todas las épocas son revolucionarias.

Sí, no juzgo de manera negativa lo que sucede hoy, porque lo de hoy está construido sobre lo de ayer, y en este sentido sí conservo cierto optimismo. Me gusta vivir más hoy que ayer. En este sentido, pienso que el capitalismo digital construye sobre las ruinas del ayer, y quiero evitar el conservadurismo para que no critiquemos al capitalismo de hoy desde el punto de vista del capitalismo de ayer, porque es inoperante tal crítica, son épocas muy distintas, y en ese ayer ni siquiera existían las redes sociales o la revolución digital. Me acuerdo que cuando era un joven dogmático marxista, quería ser trabajador, obrero, para ser parte de esta versión histórica de la revolución, porque como estudiante sentía que no aportaba nada. Esto ahora me parece un disparate, todos podemos aportar: El capital somos nosotros.

ÁSS

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