Carlos Ancira, conquistador de alturas insospechadas

Personajes

Lector voraz de Dostoievski y apasionado de Beethoven, fue un precoz amante del teatro, que veía como un mundo mágico del que deseaba formar parte.

El actor mexicano Carlos Ancira. (Wikimedia)
Andrea Serdio
Ciudad de México /

Escrito por Jesús Ibarra y publicado por Escenología Ediciones, El jardinero de fantasmas es la impecable bitácora afectiva y profesional de un hombre comprometido con su oficio, en el que superó todos los obstáculos y conquistó alturas insospechadas.

Carlos Ancira nació el 20 de agosto de 1929 en Ciudad de México, desde niño fue lector voraz de Dostoievski y apasionado de la música de Beethoven. Fue también un precoz amante del teatro, que veía como un mundo mágico del que deseaba formar parte.

El libro de Jesús Ibarra recorre paso a paso la biografía de Carlos Ancira: su matrimonio con Thelma Berny Castilla, su trabajo en películas infumables (aunque también participó en algunas tan valiosas como Fando y Lis, de Alejandro Jodorowski), en telenovelas en las que invariablemente desempeñó roles secundarios, y en el teatro, donde escribió páginas extraordinarias.

Los nombres de actores y actrices inolvidables, de directores célebres, de teatros legendarios, de críticos implacables, todo contribuye a crear un cuadro entrañable sobre la vida de un hombre, pero también de la cultura y de la historia de la capital del país.

Carlos Ancira estudió actuación con varios maestros; el que le dejó la huella más profunda fue el japonés Seki Sano, una leyenda entre los actores de su generación, quien lo dirigió en obras como Prueba de fuego, de Arthur Miller, y La mandrágora, de Maquiavelo.

Salvador Novo fue su director en Esperando a Godot, de Samuel Beckett, y de alguna manera lo puso en contacto con Alejandro Jodorowski, el imaginativo chileno que revolucionó la escena mexicana en los años sesenta y quien lo dirigió por primera vez en Fin de partida, otra obra de Beckett.

La relación de Ancira y Jodorowsky fue larga y fructífera, apostaron por un teatro revolucionario que rompía los moldes establecidos y desafiaba al público, a la crítica y por supuesto a las autoridades gazmoñas de la época con obras como Sonata de espectros, de August Strindberg, que fue censurada después de pocas funciones.

Una de las obras más recordadas de Jodorowsky y Ancira fue un delirio: Zaratustra, en la que un monje zen meditaba en el centro del escenario mientras transcurría la acción, que incluía semidesnudos de Isela Vega, Susana Kamini, Héctor Bonilla y el propio Ancira.

El mayor éxito de la relación de Jodorowsky y Carlos Ancira fue la puesta en escena de Diario de un loco, de Gogol. Para montarla, Ancira hipotecó su casa y desdeñó los malos presagios. La estrenaron el 6 de mayo de 1964 en el Teatro Jesús Urueta. 

Diario de un loco es una obra que habla de la desesperación, de la incomprensión, de los sueños rotos de un hombre bueno en un mundo donde no existe la piedad. Ancira pensaba en una temporada de 25 funciones, al final la representó más de 2 mil veces. Hombre de familia, Carlos Ancira quedó devastado después de divorciarse de Thelma Berny, con quien tuvo dos hijas: Selma y Patricia.

Sin embargo, su relación con la joven Karina Duprez, con la que se casó y vivió hasta su muerte, el 10 de octubre de 1987, contribuyó a devolverle la estabilidad emocional que había perdido.

​SVS

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