Carlos Landeros: “Alberti me dijo que solo publicando se foguea un escritor"

Entrevista

El autor de ‘Yo, Elena Garro’ habla de la tercera versión de su novela ‘El Desamor’, recientemente publicada por Ediciones del Lirio, que comenzó a escribir una tarde en Venecia y que entusiasmó al poeta de ‘Marinero en tierra’.

Carlos Landeros, escritor. (Facebook Carlos Landeros Gallegos)
Beatriz Espejo
Ciudad de México /

La primera vez que lo vi estaba en el estacionamiento de la Facultad de Filosofía y Letras rodeado de otros muchachos. Destacaba de ellos, sonreía con unos dientes blancos y parejos y una chispa irónica en la mirada. Era muy bien parecido y simulaba condescender con algo que le decían. Luego nos hicimos amigos. Siempre me ha sorprendido su buena educación, su amor por la belleza y su buen gusto patentes en el departamento que habita, casi una galería, donde alberga dibujos del Dr. Atl, Tamayo y de muchos otros artistas mexicanos de primer orden; pero sobre todo, un par de óleos de gran formato de Francisco Corzas y Rafael Coronel colocados una frente al otro en las paredes de su sala; además admiro su obstinación, su disciplina y su talento que lo ha llevado a escribir libros y numerosas entrevistas con figuras nacionales e internacionales. Su currículum es una fuente de sorpresas.

—Tu libro El desamor, que tiene una bella presentación de Elena Garro, ¿es un conjunto de memorias escritas como cuentos aislados?

Eso dímelo tú. El filósofo Ortega y Gasset decía “lo que no es vivencia, es academia” y yo estoy de acuerdo con eso. Cuando me hice el propósito de contar la historia de un niño de nueve años, la manera como fue creciendo y sus avatares en la vida hasta que llegar al final abierto, dividí los capítulos en temas y luego me di cuenta de que eran trece (no sé si fue un número nefasto) pero me propuse una estructura organizada en flashback con la idea de que cada capítulo tuviera un inicio, un clímax y un desenlace, tres pasos básicos, sin perder un hilo conductor que diera la idea de novela. Para elegir el nombre de Adolfo Moncada, me inspiré en mi mejor amigo y en un personaje de Los recuerdos del porvenir, Nicolás Moncada, de mi admirada escritora y amiga Elena Garro. Hemingway decía que no podía escribir de lo que no conocía a fondo. Estoy de acuerdo. Quizá por ello en muchos pasajes de mi novela parto de la realidad para crear un texto literario. Por ejemplo, al inició dejé una frase clave, “¿Qué haré, me suicido o me largo a Europa?” Se vincula con el final del libro.

Una amiga mía escritora me dijo que rescataba bien la atmósfera de Capri, esa Isla de lujo, su gente, su paisaje, incluso sus tiendas. En realidad, esa parte no es autobiográfica, aunque algunos personajes sí son reales; otros son inventados. Casi todos los capítulos parten de la realidad para ser reinventados por su autor, en este caso, yo mismo.

—Hablas allí de una especie de violación.

No era violación porque Adolfo no era un inocente; sin embargo, se resistió asustado.

—Sin embargo, ese hecho motivó el recuerdo, contado escuetamente, de un sacerdote que intentó violarte siendo niño diciéndote que se trataba de juegos inocentes. Tu reacción fue inmediata: ya no quisiste ser nunca más acólito. Y con todo uno de los pasajes más logrados es el relato de un niño que inocentemente intenta confesarse y presenta uno a uno sus pecados y recibe sin cumplirla una penitencia larguísima. Creo que a partir de estas primeras páginas Adolfo Moncada se convierte en Carlos Landeros.

Pues sí y no, porque en ese momento quien habla realmente es un niño y habla y piensa como tal y yo ya no era un niño cuando lo escribí.

—Insisto. A partir de allí entras de lleno a las memorias que, aunque intentes disimularlas, ocurren en Villa Asunción o sea Aguascalientes. Además, le escribes a tu hermano mayor “Rafael” exponiéndose la situación en que se encontraba la familia en ese tiempo. Se trata de Rodolfo, que llegó a ser gobernador, y a quien recurres en repetidas ocasiones.

Eso tú lo dices porque yo te lo conté, él fue una de las personas que más he querido en mi vida, junto con mis padres. Tuvimos una relación fraternal porque siendo de caracteres tan opuestos siempre hubo un vínculo mutuo no exento de altibajos.

—Cuando te escapas de tu casa para venirte a la capital con unos cuantos pesos, llegaste a verlo muerto de frío porque era de madrugada. Te hospedó en su casa como el hermano mayor que era y a los pocos días te convenció de que volvieras a tu tierra a terminar la secundaria con la promesa de que te invitaría a pasar las vacaciones a la capital.

Siempre nos ayudamos uno al otro, en algunos momentos de la vida llegó a haber diferencias muy serias entre los dos. Hubo una vez en que Julio Scherer García, compañero en el periódico Excélsior, sabedor de mi gran amistad con Bianca Corzas, la viuda de Francisco, me pidió que le organizara una cena en su casa para conocerla, a la que asistió también Manola Saavedra. En cierto momento de la cena Julio me empezó a elogiar diciendo que le gustaban mis entrevistas aunque casi siempre estaba del lado del entrevistado. Después empezó a atacar a mi hermano Rodolfo, quien trabajaba en el equipo del presidente López Portillo, quien a su juicio y al igual que muchos otros, no resultó buen presidente, acto seguido, Manola Saavedra salió al quite diciéndole que no era válido que después de elogiarme a mí atacara a mi hermano. Ya molesto, le contesté que si despreciaba tanto a López Portillo ¿por qué había aceptado el regalo de Navidad que le envió?, un óleo de Diego Rivera valuado en medio millón de pesos, le dije que era como rábano, rojo por fuera y blanco por dentro. Ahí terminó la cena, como podrás imaginarte. Yo siempre tuve luz propia y carácter para expresar lo que pienso.

—Me gustan en tu obra algunos capítulos en que reconstruyes una época ya desaparecida de México.

¿Lo crees así? Ojalá fuera cierto, por desgracia no soy Marguerite Yourcenar para recrear historias ajenas y lejanas como lo hizo en Memorias de Adriano. Pero trato de hablar de personajes que conocí y traté y eso es un plus importante. Como dices bien, recreo un tiempo y unas costumbres que ya se fueron.

—Entre otras cosas un pasaje curioso se refiere a la coronación de Rosa como reina de la Feria de San Marcos que en su estilo es la más popular de América Latina, también se da un premio para que concursen poetas de toda la República, lo cual quizás no está exento de ciertos favoritismos.

Por supuesto que Rosa fue coronada y al describir ese hecho tomé datos de muchas otras coronaciones. Por ejemplo, de alguna vez en que el gobernador en turno estaba tan borracho que no acertaba a colocar la corona sobre la cabeza de la elegida. Se escogían a muchachas muy guapas y de vez en cuando salían bellezas notables. Muchas de ellas tenían el mayor encanto en su juventud radiante. Y algo trágico sucedió hace poco cuando se organizó un baile llamado “del recuerdo” y al que fueron invitadas las ex reinas de la primavera aún vivientes. Se presentaron muy maquilladas con sus testas coronadas y el resultado fue una danza de fantasmas. Hay cosas que ya pasaron. Resulta mejor guardarlas en la memoria.

Carlos Landeros y Beatriz Espejo. (Cortesía)

—Esta es la tercera versión de tu obra ¿Por qué no lo dejaste en el olvido como hubieran hecho otros autores? Lo volviste a trabajar, a mi juicio para bien pues conozco las otras versiones; pero lograste conservar la frescura que la sostiene de principio a fin.

No soy el único escritor que reescribe un texto, ¿recuerdas que Flaubert llegaba a reescribir una sola página hasta en sesenta ocasiones? Escucha, la historia de esta novela es para escribir otra novela. Cuando empecé a redactarla estaba en la Plaza de San Marcos, un 25 de abril, en Venecia. Sentí cierta nostalgia del jardín que estaba frente a mi casa. Yo ya escribía en algunas publicaciones: El Día, Excélsior y Siempre!, por mencionar algunas y también en los programas de televisión de Manola Saavedra y Guillermo Ochoa y me estaba labrando un nombre dentro del ámbito cultural, lo cual me permitió conocer y entrevistar a personajes que dejaron huella en la literatura, el cine, la ópera, la danza, la filosofía y psicología como Erich Fromm, Conchita Cintrón, El Juli, Margot Fonteyn, García Márquez, Elena Garro, Juan Rulfo y tantos otros... Ya estaba un poco harto, y como ocurre cuando esto me sucede dejé las entrevistas. Pensé que ya no quería ser el marco del cuadro sino la pintura, en esa tarde en Venecia escuchando los conjuntos musicales, compré una libreta y organicé la estructura de la historia que quería contar. Recuerdos infantiles que se entremezclan con la nostalgia y las vivencias eróticas, doloras y algunas gozosas que se diluyen o acrecientan en eso que llamamos memoria. Finalmente, todo eso conforma la personalidad de un ser humano. Al pasarlo en limpio por primera vez estaba en Roma donde me quedé más de un año, con un amigo que conocía la historia del Imperio Romano, Diego de Mesa, mi cicerone en la ciudad y por quien conocí a los Alberti, Alberto Moravia, Elsa Morante y otros más. Rafael Alberti me alentó a publicar y me puso en contacto con Seix Barral. En el avión rumbo a Barcelona me di cuenta de que ya no me gustaba y surgió una autocrítica feroz. Cancelé la cita y decidí ir a Marruecos. Al regresar a Roma, Alberti se indignó, me dijo que solo publicando se foguea un escritor. La corregí y guardé en un portafolio verde que perdí en Nueva York. Al cabo de unos años una amiga mía a quien le había rentado su departamento, lo encontró en un clóset y me llamó para informármelo. Viajé a Nueva York a recogerlo y al releerlo me pareció que el libro no había envejecido, conservaba su frescura. Lo entregue a la editorial Diana, a su editor y dueño José Luis Ramírez quien me prometió una respuesta rápida; cuál sería mi sorpresa que al día siguiente me llamó para decirme que estaba dispuesto a publicarlo, que lo había leído de un tirón y me preguntó que si alguien más lo había leído porque en su texto pisaba varios cayos como el de la Iglesia, el secretario de Gobernación y la sociedad de Aguascalientes, por mencionar algunos. Lo afronté. Pero cometí el error de regalárselo a mi cuñada antes de su presentación y mi hermano casi estoy seguro, que sin haberlo leído, me pidió que retirara la edición y lo dejara terminar en paz su sexenio, entre otras cosas me dijo que si mi madre lo leía, la iba a matar y con eso, me decapitó y tuve que retirarlo. Cuando finalmente se la leí a mi madre, no dejó de sonreír y al terminarla, nada más exclamó: ¡Ay Carlos! ¡Ay Carlos!, eres tremendo”.

—Haz tenido una vida muy plena, Carlos, sobre todo desde el punto de vista de la amistad.

¿Por qué crees eso? Varios amigos me han dicho que yo he vivido como he querido. ¡Ojalá fuera cierto! He hecho lo que he podido, no lo que he querido a lo largo de mi vida.

—Te lo digo por el número de personas inteligentes que has tratado muy de cerca...

No siempre fue así. En realidad, no todo en mi vida fue miel sobre hojuelas. También hubo desengaños y tropiezos con algunas personalidades que idealicé.

—¿Y en el amor sucedió lo mismo?

Son cosas diferentes. He tenido amistades amorosas inolvidables a través del tiempo. También ha habido amoríos que duraron años. Y desde luego la pasión que es maravillosa, pero cuando se acaba solo quedan cenizas que te ponen en la frente los miércoles, antes de Semana Santa.

—¿Vuelvo a preguntarte, por qué tres versiones del mismo texto?

Porque era una espina que no me pude sacar, a pesar de los años transcurridos. Nunca me satisficieron ninguna de las dos versiones anteriores. A pesar de la presión que me hicieron, el libro se me había vuelto una asignatura pendiente... Durante cinco años no volví a escribir, hasta que cuando murió Elena Garro me sentí en la obligación moral de publicar el prólogo maravilloso que había escrito cuando supo que había retirado la primera versión, entonces recurrí a mi amigo el pintor Rodolfo Morales a quien le propuse ilustrar mi novela a condición de que yo quería 14 óleos tamaño retablo, mismos que conservo con admiración y afecto y fue así que publiqué la segunda edición. Me apresuré a darla a prensas porque Rodolfo Morales estaba enfermo de cáncer. Le quedaban pocos meses y deseaba que la viera en una edición de lujo. Pasados los años me convencí de que debía publicarla corregida y aumentada. Pienso que conseguí mi propósito.

—¿Por qué razón te inscribiste en Economía si al juzgar algunos capítulos odiaste las matemáticas y hasta pedías a la Virgen de Fátima que te salvara de ser reprobado en los exámenes de trigonometría ofreciéndole una serie de promesas, docenas de rosarios, y entradas a la iglesia de rodillas?

Siempre quise estudiar leyes. Soy contreras por mi carácter. Me interesa llegar al meollo del asunto. Soy un litigante nato. Finalmente entré a la facultad de Filosofía y Letras y tomé innumerables talleres en el ITAM, en La casa del lago, en el Centro de Teatro Universitario y en otros como el Instituto de Cultura Hispánica en Madrid y en Cambridge y en Roma en el Dante Alighieri.

—Al final del libro escribiste una carta que contiene un análisis de la vida de Adolfo y parece que ha tomado la determinación de suicidarse. Irónicamente añades una posdata que rompe con todo y deja un final abierto: “Si cambió de parecer, te escribiré de París. Recuerda: es de sabios cambiar de opinión”.

Desde luego que el final tampoco es autobiográfico. Beatriz, sácame de una duda, ¿por qué tanto insistir en contarle al lector hasta el final de mi novela?

—Tal vez porque soy muy curiosa, ¿tú no?

Sí, pero no tanto.

AQ

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