A finales de abril se clausura en el Museo Nacional de Arte Carlos Mérida. Retrato escrito (1891-1984), que además de celebrar el centenario de la llegada de este artista de origen guatemalteco a México es una referencia ineludible para entender el arte mexicano desarrollado en la segunda mitad del siglo XX.
Esta retrospectiva acerca al público a la creatividad de un hombre que supo alimentarse de las vanguardias europeas para construir un estilo propio. Cuando se asentó en México, a los 28 años, ya se había empapado del hacer europeo y transitaba el camino de la abstracción, una línea de investigación plástica que fortaleció un lenguaje pictórico que exaltaba sus raíces indígenas. Pintor de una energía envidiable, murió a los 93 años.
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La muestra narra su pasión a través de 290 piezas (óleo, serigrafía, dibujo, boceto, fotos y documentos) que sin cédulas construyen un relato original en el que convergen vida personal, proceso creativo, afinidades artísticas, danza, técnicas, obsesiones, en la gestación de un universo que no se conformó con la bidimensionalidad, sino que exploró el volumen a través de la escultura, el vestuario y la escenografía.
Mérida pertenece a esas individualidades que la historia ha aglutinado en una especie de no grupo: los llamados “modernos solitarios”, artistas que desde su hacer empezaron el quiebre con los muralistas y plantearon rutas más abstractas, que más tarde influyeron en la llamada Generación de la Ruptura, y que contribuyeron también al paisaje urbano de la Ciudad de México (ejemplo: el hoy destruido Multifamiliar Juárez, en la colonia Roma, que albergó una de sus obras públicas más importantes).
La revisión es un paseo por las preocupaciones temáticas y formales de Mérida, desde su gusto por el color y la forma, como apropiación del hacer abstracto, geométrico y constructivo, hasta su necesidad por experimentar técnicas como parte del discurso (sus mosaicos de vidrio o los paneles creados para el Hotel Aristos), su pensamiento liberal e internacionalista (Recuerdos del viejo Oriente) y su sentido del humor (El encantador de pájaros).
Mérida marcó una ruta alterna que miraba al mundo. Orgulloso de sus raíces, indagó desde ahí la modernidad. Quizá esa expresividad del color y esa inteligencia para reconfigurar el afuera para construir el adentro sembraron las semillas de una ruptura que se atrevió a explorar la individualidad.
ÁSS