Con gozo, el chelista Carlos Prieto hojea su más reciente libro, Mi vida musical (El Equilibrista, 2023).
Pródigo en fotos, ahí están todos los amigos que ha atesorado el músico: de Igor Stravinski y Dmitri Shostakovich, a Gabriel García Márquez, Carlos Fuentes, Octavio Paz y Yo-Yo Ma, entre muchos más.
La primera imagen en el interior, a dos planas: una fotografía familiar de 1938, que a lo largo de los últimos 86 años fue actualizada en el clan: él, año y medio de edad, trepado en una silla, con un cello en las manos; detrás, una empleada doméstica respalda al niño músico y a su instrumento; al frente, sus padres, Carlos Prieto y Cécile Jacqué, en los violines; y su abuelo materno, Maurice Jacqué, en la viola; el primer Cuarteto Prieto, con su nuevo fichaje, ante la partitura del Segundo Cuarteto de Glazunov.
“Cuando tenía un año de edad ya estaba predestinado para el chelo”, comenta Carlos Prieto, que da por sentado que la música fue su destino siempre, en entrevista en su bella casa en San Ángel construida por su amigo Manuel Parra, en cuyo estudio y sala de ensayos recibe al visitante, al subir la escalinata, la primera grabación en su carrera de las seis Suites para violonchelo solo en vinilo, sobre un atril,
Todo por Shostakovich
Si una obra resume o representa su vida, responde el maestro que serían estas piezas de Johann Sebastian Bach que ha llevado a todos los rincones de México y decenas de países en todos los continentes, en especial, irónico para haber sido industrial y empresario del acero, ingeniero y economista egresado del Massachusetts Institute of Technology (MIT), a todo régimen soviético, socialista o comunista: desde la URSS, hoy Rusia, y el bloque de Europa del Este, hasta China y Cuba.
En su familia necesitaban chelista para el cuarteto. Él, desde pequeño, tuvo predilección por el cello y a los cuatro años comenzó a tomar clases; una década después debutó como solista en una orquesta. Quiso estudiar en el MIT sin gran preocupación, porque si no lo aceptaban optaría solo por la música.
Pero sí entró y se graduó en dos carreras, Ingeniería Metalúrgica y Economía, aunque lo más importante e igual irónico fue que, en la biblioteca de la institución de élite estadunidense, descubrió a un compositor soviético: Dmitri Schostakovich, cuya discografía devoró y por él tomó cursos de ruso.
Además de también graduarse en el MIT en el idioma de Dostoievski, Tolstoi, Turgeniev y Bulgakov, el joven Carlos Prieto se convirtió en el chelista principal de la orquesta de su alma mater. Regresó a México, se fue a trabajar a Fundidora de Monterrey de 1962 a 1977, se convirtió en director general de la empresa y viajó por negocios a todo el mundo, hasta que hace 51 años tomó una decisión postergada.
Dejó todas sus actividades para dedicarse solo a la música; estudió con Pierre Fournier en Ginebra y luego en Nueva York con Leonard Rose, el director de la facultad de Violonchelo de la Juilliard School.
Antes, gracias a un intérprete que se emborrachó, terminó de traductor de Anastás Mikoyán, vicepresidente del Consejo de Ministros de la URSS cuando visitó México en noviembre de 1959 y que hasta 1962 le cumplió la promesa de una beca de estudios de ruso y música en la Universidad Lomonosov.
Años después, realizaba giras larguísimas por China, URSS y Japón.
“Hace medio siglo empecé mi carrera musical. Le dije a mi esposa: ‘Yo prefiero ser chelista mediocre, pero dedicarme a la música, que seguir en la industria, a pesar de que no me ha ido mal en esto. Pero, afortunadamente, me fue bastante bien en la música”, cuenta Prieto, que ha dado conciertos en todo el mundo y grabado decenas de discos, además de comisionar 114 obras para violonchelo a compositores.
“Así fue como pasé de ser industrial a ser músico, cosa de la cual jamás me he arrepentido”, comenta el también miembro de la Academia Mexicana de la Lengua desde 2011 y autor de 15 libros, entre ellos Las aventuras de un violonchelo y Cinco mil años de palabras, algunos prologados por escritores como Carlos Fuentes, Álvaro Mutis, Jorge Volpi, Miguel Léon-Portilla o por Yo-Yo Ma (Mi vida musical).
Testigo de la historia y la política, sobre la que no rehúye conversar como lo hace la mayoría de los artistas e intelectuales en la actualidad, su nacimiento en la Ciudad de México, el 1 de enero de 1937, traía los mejores augurios, aunque justo ese día Anastasio Somoza tomó el destino de Nicaragua y ese año los nazis bombardearon Guernica en apoyo a falangistas de Franco y Stalin comenzaba las purgas.
En Mi vida musical, que incluye códigos QR para bajar grabaciones y videos, se despliegan fotos de Prieto con Mstislav Rostropóvich, Joaquín Rodrigo, Fernando del Paso, Álvaro Mutis, José Emilio Pacheco, Leonardo Padura, Leo Brouwer, muchas con Yo-Yo Ma, su amigo desde 1984 y con quien comparte conciertos y vacaciones. Y también, se muestran fotos de galardones que recibió de manos de presidentes como Carlos Salinas y Felipe Calderón... O con su consuegro Miguel de la Madrid.
¿Ha pensado en por qué es músico, más allá de la influencia familiar?
Mi vocación más profunda era la música. Cuando empecé a estudiar chelo a los cuatro años de edad, no necesitaban obligarme, yo pedía estudiar. Fui un enamorado del violonchelo desde que nací.
También es escritor, académico de la lengua. ¿En qué momento se encuentran música y letras?
La visita de Mikoyán fue en 1959. Yo me fui a la URSS a estudiar en 1962. En la URSS me ocurrían cosas que eran tan interesantes que decidí escribir, en una especie de diario de lo que hacía allá, unas cartas a mis padres y a mi hermano Juan Luis. Pero como la censura soviética era muy estricta y como yo en mis cartas expresaba fuertemente críticas a lo que veía a mi alrededor, decidí no mandar las cartas, porque si las enviaba había riesgo muy grave de que la censura soviética las detuviera. Entonces, escribí muchas cartas a lo largo de toda mi estancia y no las mandé. Y cuando regresé a México, las entregué a mis padres y hermano. Un amigo me sugirió publicarlas, así nació Cartas rusas.
Venía del MIT, su mundo era el capitalismo. ¿Cómo se adaptó al choque cultural con la URSS?
La raíz de por qué fui a la URSS fue mi afición por la música de Shostakovich y por eso estudié ruso en el MIT. Cuando llegué a la URSS por invitación de Mikoyán ya sabía yo bastante ruso y llegué con los ojos muy abiertos. Pronto empecé a encontrar cosas muy desagradables, como una censura terrible, por eso no me atrevía yo a mandar mis cartas. Veía lo que me parecía bueno, malo y horrible. Leía en los periódicos distorsiones de lo que ocurría en el mundo, pero estaba ahí por mi afición a la música y a Shostakovich, a quien conocí ahí y traté, fue mi amigo; era un genio que en su país sufrió mucho, estuvieron a punto de mandarlo a Siberia o matarlo. Vivía muy nervioso, yo lo noté desde la primera vez que nos encontramos; era presa de intenso nerviosismo que lo acompañó hasta el final de su vida.
En esa época de la Guerra Fría había el mito de que quienes iban a la URSS o a países del bloque soviético eran adoctrinados. ¿Usted sufrió presiones de adoctrinamiento?
Sí, sí las sufrí. Porque en los cursos que tomé en la Universidad Lomonosov de Moscú eran de música, pero también había de política, y en ellos veía el intento de adoctrinamiento, me querían convencer de cosas que veía yo que no eran ciertas. Sufrí el intento, pero no caí víctima del intento.
Por el otro lado, quienes volvían de estudiar en la URSS o sus satélites eran tachados en México y Estados Unidos de espías, de comunistas, se les negaba la visa para EU, por ejemplo. ¿Padeció eso?
No, no lo padecí.
¿No lo fichó la Dirección Federal de Seguridad?
Quizás. Pero, los servicios de seguridad norteamericanos sabían que había estudiado yo en el MIT, que había terminado dos carreras ahí. Y si hubiesen leído mi libro Cartas rusas, se habrían dado cuenta de que no había yo caído víctima del adoctrinamiento soviético.
Estuvo en Moscú en 1962, año clave, álgido, en la Guerra Fría por la Crisis de los misiles.
Claro. Poco después de haber convivido con Stravinski en Moscú, vino la crisis de los cohetes en Cuba. Me enteré por la prensa soviética de que los americanos estaban intentando un ataque como de piratas contra los barcos que llevaban ayuda de la Unión Soviética a Cuba. Me llamó mucho la atención aquello. Tenía un radio de onda corta donde podía escuchar a veces noticias procedentes de fuera de la URSS, y empecé a sospechar que no todo lo que leía yo en la prensa soviética era cierto. Luego, leí que la crisis de los cohetes se resolvió desde el punto de vista soviético, porque la URSS decidió retirar sus misiles de Cuba a cambio de que EU aceptara retirar sus misiles de Turquía. Se veía que era un arreglo.
¿Tuvo miedo?
No, no. Pero, cuando empezó la crisis de los cohetes, dio la casualidad que el día que me enteré de esto, tenía un boleto para la ópera en Moscú, creo era para Boris Godunov, de Mussorgsky. Fui a la ópera y en el palco presidencial estaban el primer secretario del Partido Comunista, Nikita Krushev, con el secretario del PC Rumano, Gheorghe Gheorghiu-Dej. Nunca había visto a Krushev, pero ahí lo vi. Y me llamó muchísimo la atención el buenísimo humor en que estaba Krushev; en los intermedios lo veía yo hablar con el rumano a carcajadas. El día anterior estalló la crisis de los cohetes en Cuba. Y supuse: si la cosa fuera tan grave Krushev no hubiera ido a la ópera ni habría estado de tan buen humor.
Ese día recibí un telegrama de mi papá, diciendo, en clave: “En vista de los problemas que han surgido en la salud de tu tío en París, urge lo vayas a ver”. No tenía ningún tío en París, me daban una razón para salir de Rusia. Pero acababa de ver a Krushev de tan buen humor; algo estaba tramando, que no iba a ser una crisis terrible. Y contesté: “Dado que la salud de mi tío está muy mejorada, me quedo”.
Nació en 1937, en el ascenso del nazismo. Como testigo de casi un siglo de historia ¿cuál es el acontecimiento que más le ha impactado como intelectual, como artista, como persona?
No recuerdo mucho de la guerra, porque era muy niño. Pero sí recuerdo lo contenta que se puso mi familia con el final de la guerra, fue muy celebrado por mi familia materna. Mi abuela era francesa, vivía antes de la guerra con nosotros, y tenía parientes en Francia. Pero no me acuerdo de nada de la guerra. Lo que sí conocí muy bien fue el comunismo, porque estuve en Rusia en esas épocas, estuve dando conciertos en todos los países comunistas, Hungría, Bulgaria, Checoslovaquia, Polonia, China…
¿Dónde le tocó el 68?
Me tocó aquí, en México. Estaba yo exactamente en ese momento saliendo de gira a China.
El pretexto que arguyó el gobierno entonces para la represión de estudiantes es que había un complot comunista en México. Usted conoció muchos países comunistas ¿qué pensaba de eso?
Lo que a mí me interesaba era seguir estudiando música, sobre todo porque estaba estudiando obras nuevas. Aquí, en el prólogo que escribe Yo-Yo Ma para Mi vida musical, dice que es poco habitual que alguien se dedique profesionalmente a la música no desde la juventud, sino como yo, que había trabajado bastantes años en otras actividades. Entonces, estaba tratando de recuperar el tiempo perdido.
No solamente estudiaba y tocaba las grandes obras del repertorio tradicional: las sonatas de Beethoven y Brahms, las suites de Bach, los conciertos de Dvořák y Haydn, sino que también estaba encargando y tocando obras nuevas. Era amigo de los principales compositores de México, Blas Galindo, Manuel Enríquez, Carlos Chávez, a quienes traté de convencerlos de que se interesaran por el chelo, porque el repertorio de conciertos para cello y orquesta de compositores mexicanos se contaba con los dedos de una mano y sobraban varios dedos. Hubo respuesta inmediata. A 2021, llevo ya estrenadas 114 obras.
El otro día vi una placa en un edificio de la cancillería entregado por Gustavo Díaz Ordaz durante su gobierno, en la que se había añadido bajo su nombre la frase: “Presidente asesino”.
Gustavo Díaz Ordaz fue un presidente menos malo de lo que se cree. Esa es mi opinión.
En la actualidad ¿a quién considera el mayor compositor mexicano vivo?
A Arturo Márquez.
¿Cuál es la mayor satisfacción de su vida?
Haber podido dedicarme a lo que verdaderamente era mi profesión y, por ello, recorrer el mundo, con suerte, porque aquí están las críticas de mis conciertos en el Carnegie Hall de Nueva York, Boston, París, Madrid. La decisión que tomé tardíamente de dedicarme a la música, fue la decisión correcta.
Admira a Shostakovich cuya música enfrentó al Estado. ¿Cuál diría que es el papel del artista en el mundo hoy, en este contexto de guerras, de genocidios, y en México, inmerso en la violencia?
El artista lo que debe intentar es llevar su mensaje de arte por el país y por el mundo. En México he tenido la oportunidad de tocar en todos los estados. Fui nombrado miembro de la Academia Mexicana de la Lengua debido a la combinación de mis libros y mi música, pero fui nombrado también miembro del Seminario de Cultura Mexicana, una institución muy interesante, con sede en la capital y con sucursales en todos los estados, Estados Unidos, Centroamérica y España, gracias a ella he tocado en todo el país.
Hablando de su papel como escritor, como autor de Cinco mil años de palabras, y la presión que hay sobre el idioma ¿Cuál es su postura sobre lo que se ha dado en llamar “lenguaje inclusivo”?
Es normal que el lenguaje esté sujeto a los fenómenos sociales. Lo que me parece muy raro es esto del sexo en las palabras, que haya ya tres. Yo no lo entiendo bien, no me parece lo más adecuado, pero, en fin, lo comprendo.
¿Cómo ve a México hoy?
Me preocupa mucho, porque, le decía que he tenido la oportunidad de dar conciertos por todo México, pero hoy es una cosa que no me atrevo con tanta facilidad, ni los miembros del Seminario de Cultura Mexicana se atreven. Iba a presentar Mi vida musical y a dar un concierto en Uruapan, y los cinco días anteriores hubo cinco asesinatos. Y me dijeron: “No vayas”. Amo profundamente a México y lo que más me gusta es ir recorriendo México, inclusive pueblos pequeños, difundiendo la música y la literatura. Y me duele mucho no poder seguir haciéndolo con la misma intensidad de antes. No lo he suspendido, sigo viajando a pesar de la situación, pero me preocupa mucho, me preocupa mucho.
¿Qué cree que ha cambiado, usted que ha sido testigo de México tantos años?
Creo que ha cambiado la tolerancia hacia el crimen. Yo no lo entiendo bien, que no se persiguen los movimientos criminales con la severidad que debería ser, se les permite seguir actuando.
¿Cómo ve el futuro para las artes?
Siempre soy optimista sobre la capacidad de México de desarrollarse en las artes y la música. Por eso sigo estrenando obras de compositores nuevos.
¿Cuál es su legado, maestro?
Todas las obras nuevas que he comisionado y que he tenido la oportunidad de tocar, y mis libros. Cualquiera puede acceder a mis partituras, y las voy a dejar al Conservatorio, aunque muchas ya están publicadas. También, mi hijo Carlos Miguel, que se dedicó a la música después de hacer estudios de otro tipo; él tardó menos en dedicarse a la música que yo. Es un excelente violinista, pero, sobre todo, es un excelente director, 15 años director de la Sinfónica Nacional y de la Sinfónica de Minería.
¿Qué obra musical lo define?
Las Suites de Bach para violonchelo.
¿Y entonces quién es Carlos Prieto?
El violonchelista mira un busto de bronce suyo junto a él, posado en la ventana del estudio y dice: “Carlos Prieto soy yo”.
AQ