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Carta a Jorge Arturo Ojeda

Literatura

Discípulo del autor de ‘Cartas alemanas’, el remitente cuenta su relación con “el mejor prosista de su generación”, de acuerdo con el crítico de cine Jorge Ayala Blanco.

Óscar Garduño Nájera
Ciudad de México /

Querido maestro Ojeda: me enteré de su fatídico deceso gracias a un oportuno mensaje del crítico de cine Fernando Mino¹, con quien compartí el taller literario que tomamos con usted, hace ya varios años, en la mítica cafetería de la Zona Rosa, Auseva, donde eran frecuentes los desencuentros y malas caras con Carlos Monsiváis, a quien el crítico Jorge Ayala Blanco acusó de haber sepultado la obra de Jorge Arturo Ojeda (1943-2024): “el mejor prosista de su generación”.

Lo primero que se me vino a la mente fue la última llamada telefónica que tuvimos: al contestar, usted me desconoció por completo y, tristemente, luego de unos cuantos minutos, en que intenté hacerle recordar quién era Óscar Garduño, colgamos. Esa memoria suya tan brillante empezaba ya a pasarle la desdichada factura que, inevitable, deja el paso de los años; no tardaría en irse de un mundo que fue injusto con su obra literaria y que actualmente carece de los lectores y del reconocimiento que realmente merecen.

'Actos humanos', de Han Kang, encabeza nuestra lista. (Montaje: Laberinto)
'Actos humanos', de Han Kang, encabeza nuestra lista. (Montaje: Laberinto)

Me volví a acordar del taller literario, que tuvimos oportunidad de tomar con usted gracias a la editorial Daga y al editor, y uno de mis maestros más queridos, David Magaña Figueroa, quien nos advirtió que le íbamos a aprender un montón. Y claro que no se equivocó, como no lo hizo cuando lo incluyó en una hermosa colección con ese gran libro poético, Documentos sentimentales, (Daga, 1999), en cuya presentación, en un recinto de la UAM, lo conocí y lo escuché leer en voz alta por primera vez, con esa sabiduría tan completa de la literatura (yo admiraba sus análisis de la literatura de los grandes rusos), pero también con esa capacidad histriónica y desparpajo que siempre lo caracterizaron.

De usted aprendimos la perfección de lo provocativo que puede ser un lenguaje literario en Como la ciega mariposa (Joaquín Mortiz, 1967), de sus estructurados cuentos en Personas fatales (Méster, 1975), con aquella controvertida portada donde usted aparece desnudo, tapado tan solo por su título universitario, porque el editor le había dicho que no podía aparecer desnudo completo, que se tapara con lo que tenía, y usted aseguraba, no sin cierta sorna, que en esos momentos lo único que tenía era su título universitario de la carrera de Lengua y Literaturas Hispánicas en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM.

También por su exactitud ensayística en Esfera (FCE, 2002), sin olvidar su luminoso epistolario Vuelo lejano (Conaculta, 2002), cuyo antecedente lo encontramos en Cartas alemanas (Sep setentas, 1972), las que usted envió a Huberto Bátis, quien también admiraba su obra, y las publicó en el suplemento cultural del periódico unomásuno; además de sus ensayos acerca de la Ilíada, La tierra y el cielo de Troya/ sobre La Ilíada (IPN, 1974) y la Odisea en De Troya a Ítaca (figuras poéticas de “La Ilíada” y “La Odisea”) (Premia, 1982), como de sus análisis literarios de la obra de Juan José Arreola en La lucha con el ángel (estudio sobre Juan José Arreola) (SEP/Oasis, 1969), y de la obra de Octavio Paz en La cabeza rota (sobre Octavio Paz) (Premia, 1983), sin olvidar sus grandes capacidades novelísticas en Antes del alba (Méster, 1965), Muchacho solo (Grijalbo, 1976), Octavio (Premia, 1982), precursora, retadora y “atrevida”, parte importante de lo que actualmente se conoce como “literatura gay”, y Piedra caliente (Fontamara, 1995), así como sus colaboraciones como periodista cultural en Diálogos, La Revista de Bellas Artes, Plural, El Nacional, Excélsior, El Sol de México, El Heraldo de México, El Día, unomásuno, Siempre! y en el suplemento cultural Laberinto del periódico MILENIO, donde publicaba un poema semanal, además de su labor como tallerista y profesor de literatura de la UAM y del IPN, donde conformó una antología con otro muy buen narrador, Raúl Rodríguez Cetina.

Cada que alguien del taller leía su cuento o su capítulo de novela en voz alta usted interrumpía, hacía anotaciones literarias al margen, daba referencias lo mismo de Tolstoi, que de Shakespeare o de una sinfonía o de un concierto para piano, pero también hacía anotaciones gramaticales, sintácticas, citas en francés, en alemán y en inglés, como excelente traductor de Novalis, de Nerval, de Rimbaud, de Hölderlin.

Era frecuente que usted interrumpiera las llamadas telefónicas para escuchar la parte favorita de una pieza musical en Radio UNAM. Uno permanecía ahí, al otro lado de la línea telefónica, esperando a que usted volviera a tomar la llamada y a mostrar su emoción ante tal pieza, de la que no dudaba en contar su historia.

Usted, maestro, era un hombre de letras en todo el sentido académico de la palabra, un hombre cuyas referencias y conexiones partían desde la experiencia de la creación artística, de las obras que, como ya he señalado, no solo eran literarias: lo mismo hablaba de las características de la poesía de López Velarde, que de alguna pieza de Mozart o de Schubert o de algún cuadro de Rembrandt, sin olvidar sus famosas referencias homosexuales, como esos pósteres de Jorge Rivero que usted mantenía como altar al cuerpo masculino en su departamento.

Fue alumno distinguido de Juan José Arreola, quien le encargó la dirección de la revista Méster, mientras usted ya preparaba Personas fatales, ese libro de cuentos donde, más allá de las temáticas, mostraba, apenas en unas cuantas páginas, la maestría tras de la propuesta de una obra literaria. Ya lo ve, maestro, preferí hablar de mi experiencia literaria con usted, de las tantas y tantas lecciones que nos dio, desde la amistad, también literaria, que tuvimos durante muchos años. Usted consiguió un artístico “estar con el arte”, y con él “estar” en un mundo literario que algún día tendrá, y siempre me encargué de asegurárselo, los lectores que su obra merece.


¹ La noticia de la muerte de Jorge Arturo Ojeda, ocurrida el 24 de mayo de 2024, la dio a conocer el dramaturgo y narrador Gonzalo Valdés Medellín el pasado 5 de enero en el suplemento Confabulario.

AQ

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