Carta de mi padre | Por José de la Colina

La mar en medio

Los primeros días en México fueron difíciles para la familia De la Colina Gurría, como lo muestra una misiva sin fecha enviada por su padre al escritor de Libertades imaginarias, quien también recuerda aquellos días.

La Ciudad de México hacia 1941, año en el que la familia De la Colina Gurría llegó al país. (Archivo)
José de la Colina
Ciudad de México /

“Llegamos a Veracruz un día de junio de l941. El viaje de La Habana a Veracruz lo hicimos en un buque norteamericano que si no recuerdo mal se llamaba Toledo. El comportamiento de la tripulación gringa fue correcto en relación con nosotros, pero sin dejarnos mezclarnos con los pasajeros de primera clase, que en su mayoría eran turistas norteamericanos. En Veracruz nos esperaba una comisión de españoles refugiados.

Al tercer día de nuestra llegada nos trasladaron en ferrocarril al Distrito Federal, a la Ciudad de México. Del grupo que veníamos muchos se quedaron allí, otros fuimos trasladados a diferentes lugares del territorio mexicano. A nosotros y a la familia Solar nos mandaron en autobús de línea a Pachuca, donde a los pocos días caí enfermo de disentería. Me atendió y curó un médico llamado Aparicio, también refugiado español, ya residente allí de hacía unos meses. Se me olvidaba decir que a México llegamos cinco miembros de la familia Colina: mamá (Concha), tú, Raúl, Ramonín y yo.

Ramonín solo tenía cuatro meses, pues nació en la República Dominicana. En Pachuca fuimos bien acogidos por otros refugiados, entre los cuales debo recordar a la familia Leiza, socialistas, de Santander, que se portaron con nosotros de manera admirable. Pero vi que en Pachuca no tenía nada que hacer en cuanto a trabajo. Vivíamos de una pensión de la JARE. Por esa razón yo me trasladé al DF, donde hablé con algunos compañeros que me aconsejaron trasladarme a la Ciudad de México, donde seguramente habría más posibilidades de trabajo. Visité a Carlota a Hilario, que vivían en la calle de José María Izazaga, en la vivienda que estaba sobre una casa de baños. Hilario y Carlota nos proporcionaron una habitación y una pequeña sala al lado de donde vivían los padres de Elsa. Intenté en esos primeros tiempos ganarme la vida de muchas maneras: barnicé muebles (como ayudante), fui peón en una fábrica de mosaicos, trabajé un solo día en la Imprenta Galas, donde me dieron un trabajo de separador de colores que yo no había hecho nunca y fracasé.

Después entré de decorador en la pequeña fábrica de cerámica de San Ángel (esto debió ser por 1943), donde pasado el tiempo fui encargado y nos fuimos allí a vivir. Cuando esta fábrica se cerró nos fuimos a vivir a un piso en el centro de La Merced, en cuya escalera también vivía Ángel Vera, un refugiado español que fue maestro de escuela en un pueblo de Santander, que de allí me conocía por mi destacada militancia sindical y por mis cargos durante la guerra. Con Vera traté de ser agente de ventas de diferentes productos enlatados en las tiendas de abarrotes, pero yo no nací para el comercio, y por lo tanto fracasé, pues en lugar de adular a los gachupines abarroteros, me peleaba con ellos, que la mayoría eran franquistas […].

“También fui corrector en la (enciclopedia) UTHEA. De allí pasé a ser jefe de talleres en la imprenta La Carpeta, que después se vendieron y volví a la UTHEA. De allí pasé a trabajar en la Comisión de Libros de Texto como jefe del Departamento Tipográfico de la dicha comisión. Para aumentar los ingresos iba tres veces por semana, por la noche, como corrector, a la revista Tiempo. También en casa hacía algunos trabajos de corrección para algunas editoriales”.

Los Colina-Gurría residen unos días o semanas en la ciudad de Pachuca. Días lluviosos en que la madre llora en silencio. Se trasladan a la Ciudad de México, se instalan en la casa vecindario de los Torres-Conill, los tíos Carlota —lejana prima de Jenaro— e Hilario, los dos santanderinos. El edificio, en José María Izazaga 52, tiene baños de vapor en la planta baja, también propiedad de los tíos. Raúl y José son inscritos en el Colegio Madrid, no hace mucho fundado por los refugiados españoles. Raúl en el kindergarten, José en primero de primaria, pues ya sabe leer y escribir. El padre empieza a trabajar en diversos empleos antes de hacerlo en imprentas. En esos tiempos las grandes lluvias inundaban calles de la ciudad, algunas hasta se hacían navegables en chalupas, y en Izazaga había “cargadores” que pasaban la gente de una a otra acera sobre los lomos. Comienzan los refugiados a decir en las fiestas de fin de año: “Las próximas las pasaremos en España”.

AQ

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