• Carta a Silvia Pinal, la jefecita consentida

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Como productora y actriz, tuvo también un gran paso por la televisión. Estos recuerdos personales celebran su carisma en el set.

Cecilia Fuentes Macedo
Ciudad de México /

Mi tan, tan querida patroncita, la más admirada jefa que he tenido. Me duele horrores que haya usted trascendido, sobre todo sabiendo cuánto hubiera deseado seguir aquí dándole vuelo a la hilacha. Siempre tan entera, completa, íntegra, simpática, guapa, chistosa, brillante y generosa. Estoy totalmente segura que ahí va usted, furiosa, refunfuñando y mentando madres hacia donde sea que esté en camino.

¿Sabe usted que en casa la llamábamos la Tía Silvia? Con eso de que se matrimonió en 1967 con Enrique Guzmán, primo hermano de mi mamá, Rita Macedo, pues por un rato fue LA TÍA. Pero la primera vez que yo la tuve cara a cara, fue por ahí de 1978, un día que acompañé a mamá a los Estudios Churubusco donde filmaban la película Divinas palabras. Me llevaron porque estaba yo en shock de que mamá se hubiera rasurado totalmente las cejas para el papel. Mamá se veía horrenda y las cejas nunca le volvieron a crecer. ¿A usted sí?

A principios de los ochenta yo ya trabajaba en Televisa, pero no tenía idea de que usted ahora era productora. De puro chiripazo prendí la tele y vi el primer capítulo de su telenovela Mañana es primavera. Quedé tan impactada por la calidad de la producción, el movimiento de las cámaras, la trama y el elenco, que a la mañana siguiente estaba yo tempranito ahí plantada ante la puerta del Foro 3 de Televisa San Ángel, rogándole a usted si podía darme chamba de lo que fuera, pero en esa producción. Con una pícara sonrisa me tomó de la mano y me llevó con el director de cámaras, Karlos Guerra (a quien conocía yo desde chirris pues trabajó mucho con Ernesto Alonso) y dura pero cariñosa me dijo: “El único puesto libre es el de asistente de dirección de cámaras. ¿Sabes hacerlo?” Por supuesto que contesté que sí. “Perfecto. Empiezas ahorita mismo. Siéntate junto a Karlos y bienvenida”. Se retiró con gran sonrisa maquiavélica y yo tuve como una hora para aprender una chamba que jamás había realizado.

Trabajar con usted, mi jefa querida, fue un abrir de ojos para todo mi concepto de lo que era producir, ser jefe, y ser equipo. Sergio Jiménez estaba a cargo de la dirección de escena y, para mí, él era como de la familia (vivía en la casita de al fondo de mi hermana Julissa). Por las mañanas usted se reunía con actores, directores y escritores, y cada uno opinaba sobre su personaje, hacia dónde iba, lo que les parecía o no de sus diálogos, y se hacía una reescritura de ciertos textos para que todos estuvieran satisfechos. Así era usted. Lograba que reinara la paz y la hermandad, ese sentimiento de “todos somos iguales” y merecemos el mismo respeto. Y así la llevábamos. De lo más admirable de usted era su lealtad hacia sus viejos compañeros de trabajo que no habían sido tan afortunados y cuya autoestima había sido destrozada por los desaires y las humillaciones de este medio tan ingrato.

Todo nuestro ambiente se derrumbó una maldita mañana en que su hija Viridiana (quien formaba parte del elenco) falleció en un accidente automovilístico. Usted llegó muy derechita y seria al foro, vistiendo una chamarrita corta y como de peluche rojo. Estaba llorosa y destruida, pero con la cabeza en alto. Se armó la reunión acostumbrada, pero esta vez para darle cierre a un personaje. Sin mayor explicación ni drama, crearon una escena en la que usted sacaba un álbum de fotografías, la luz se atenuaba, usted veía y acariciaba fotos de Viri mientras su voz en off recordaba y despedía a su hija. En cabina todos llorábamos. Al terminar la escena las luces del set subían, el álbum se cerraba y la historia continuaba como si Viridiana jamás hubiera sido parte de esa historia.

Usted fue una vieja muy muy chingona que nos dejó a cada uno de nosotros diferentes anécdotas y recuerdos. Yo continúo siguiendo su consejo (sin grandes resultados) de comer muchas lentejas en año nuevo para que el dinero llegue. Usted siempre se subió al mismo bote con nosotros, su gente. Producción era producción, y usted, aunque en capitán, era parte de ese grupo. Nunca nos peluseó por el rango, jamás fue prepotente o caprichosa. Era, simplemente, una compañera más. Una amiga más. Ahí andábamos como pegostes. Los directores que se turnaban entre Sergio Jiménez, Héctor Bonilla, Rafael Banquells y Julio Castillo. Y nuestro equipo multitask, su mano derecha, Laura Ortega, su mano izquierda, Martita, El Forever (siempre hasta las chanclas persiguiendo actores), Marco en loca perdida y Mary Carmen en sus labores de asistente, Marta Vega (la única que podía tocar su ropa y vestirla) y la nerd de mí, siempre leyendo en algún rincón.

Silvia Pinal como Jimena Lapuente en la telenovela 'Los caudillos' de Telesistema Mexicano S.A.

¿Se acuerda cómo nos divertíamos cuando grabábamos dizque aeropuertos, cafeterías o estaciones de autobús (todo en foro)? Usted bajaba hasta a las secretarias y todos le hacíamos de extras, cruzando de un lado a otro como loquitos. Lo mejor era cuando nos pedía el coche prestado para alguna escena, y este quedaba en secuencia. No importaba que no nos pagara por prestar el coche, lo padre era que así entrábamos manejando hasta el mero foro, y ahí nos aparcábamos todo el día sin tener que mendigar un espacio en el estacionamiento. Y cuando grabábamos con los coches dizque desplazándose en carreteras oscuras (también en foro), rodeaban los autos con largas franelas negras, subían a los actores y todos nosotros zangoloteábamos el vehículo para que pareciera que iba dando tumbos por ahí. Alguien más movía linternitas, aparentando ser los coches que pasaban a los lados. Buen susto se llevó usted cuando grabando la telenovela Eclipse, El Estopín (encargado de efectos especiales versión mexicana) se distrajo y casi vuela en pedacitos a Joaquín Cordero y a Martha Roth en una tienda de campaña en mitad de las dunas de Tlaxcala.

A propósito, ahora que no me puede ver feo, le pregunto: ¿por qué se casó con ese señor que fue gobernador de Tlaxcala? Usted tan cuero y él, pues tan amable. A partir de entonces todas nuestras locaciones se realizaban allá. Pasábamos de unas ruinas donde Schwarzenegger había filmado Conan, a un como chalet perdido en medio de un bosque que parecía Suiza. Al final de la senda se llamaba. No es que fuera feo, pero el frío era tremendo. Ahí decidió usted que fuera nuestro campamento base. Todos dormíamos unisexmente donde cupiéramos. Y la comida era escasa (menos el último día de grabaciones en que Tulio nos hizo una mega fiesta). En esas épocas, producción no tenía derecho a quejarse, pero usted, bien astuta como siempre lo fue, nos regalaba a todos unos buenos suéteres de Chiconcuac para apaciguar el congelamiento, y una gran botella de tequila para que nos la pasáramos bien contentos. Éramos muy felices, y trabajábamos sin horas límite y siempre de buen humor. Una noche se tenía que grabar una escena en la que tiraban a la alberca helada a una actriz de edad ya avanzada. Como llamar stunts (dobles) no iba a suceder (sí, jefecita amada, usted era algo codita, pero era parte de su encanto), vistieron al pobre maquillista con la ropa y peluca de la actriz, y al agua patos. Usted, sentadita en una esquina y con un buen vaso de Chinchón, se carcajeaba de lo bonita que había quedado la escena.

Silvia Pinal como Magda en la telenovela 'Eclipse', de Televisa, de la que también fue productora.

¿Se acuerda que para alguna telenovela tuvimos que ir a Acapulco? En el hotel le prestaron la suite principal para grabar una escena en la que se metía en una tina de baño cubierta de blanca espuma. Saavedra, el floor manager, pidió que todos se retiraran para tener privacidad. Usted nos volteó a ver con cara de “No mamen”, se quitó la bata frente a todos y así, como Dios la trajo al mundo, se metió al agua. ¡Vieja chingona! (me repetía yo en la cabeza). Laurita me contaba que usted se burlaba de las ideas estrafalarias de Don Valentín Pimstein, quien insistía en que los ricos debían aparecer siempre güeros y los pobres (o como los llamaba él, los jodidos), morenos. Una vez en que Laura (quien era morena) se pintó la melena de güera, usted la volteó a ver y riendo le dijo: “Usted es medio jodida porque trae los dos mentados colores del señor Pimstein”.

Fuera de la chamba usted también era igual de increíble. Siempre fue muy amiga de Wolf Ruvinskis. ¿Recuerda que él tenía un restaurante argentino en el sur de la ciudad? Todos los viernes al cortar grabaciones, usted nos llevaba a la banda entera hasta el recinto donde Wolf nos entretenía con sus actos de magia y nos alimentaba a muy bajo costo. Usted, siempre de buen diente, comía y brindaba a la par con nosotros. Todos salíamos rebotando y hasta las manitas.

Cuando existían los Televiteatros, yo trabajaba con mi hermana Julissa en José el soñador. En el teatro de al lado, usted representaba todas las noches la obra musical Mame (se pronuncia méim). Me invitaba a su camerino a chismear, y platicábamos del deleite que era ver y escuchar al pequeñín Christian Castro como el sobrino de la loca tía. Por culpa del terremoto del 19 de septiembre de 1985, nos quedamos sin teatros y de paso sin nuestras respectivas producciones (ropa, escenografía, etcétera). Usted, estoicamente, ni se inmutó. Pero la loca de mí tuvo a bien meterse entre los escombros a un par de días del desastre, para rescatar lo que se pudiera. Y eso que rescaté, se lo llevé a usted como una sórdida ofrenda: zapatos de piel aguados y mojados y un espagueti de cintas de audio musicales.

Silvia Pinal en una imagen promocional de 'Mujer, casos de la vida real'.

Por esas épocas ya trabajábamos en Mujer, casos de la vida real. ¿Usted recuerda por qué nos mudaron a grabar a Televisa Chapultepec? Yo no. Pero a usted no la iba a detener un temblorcito y nada nos echaría a perder la chamba, aunque nuestro foro hubiera quedado sepultado entre los escombros. Como en realidad nada del equipo ni escenografía se había dañado, pues nomás hicieron un gran hoyo en la pared de nuestro foro y por ese agujero entrábamos y salíamos mientras usted nos recordaba “El show debe continuar”. Mientras tanto, escuchábamos martillazos de los rescates en progreso del área más dañada de lo que alguna vez fue Televicentro.

Mi jefecita, mi Doña Silvia, siempre mujer fuerte, necia por vivir, cantar y bailar hasta el último día de su vida. Usted nunca perdió el suelo, y se lo agradezco. Nunca la escuché humillar a nadie, y se lo agradezco. Era “elegantemente malhablada” y eso le daba sabor a sus pláticas. Era… es… y por siempre será simplemente inigualable. Un gran ejemplo, mi jefa. Gracias por todo. Por absolutamente todo.

AQ

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