El pasado viernes 24 de julio murió María García Díaz, esposa de José de la Colina durante casi 58 años. Se casaron el 6 de diciembre de 1961 y faltaba un mes y dos días para su aniversario cuando ocurrió la muerte del escritor, el 4 de noviembre de 2019.
Para De la Colina, María fue el amor de su vida; lo decía siempre y las cartas que le escribió, incluidas en su libro inédito La mar en medio, lo hacen evidente.
Presentamos algunos fragmentos de las cartas que remitió a su esposa cuando, después de ser encarcelado unos días por su abierta simpatía con la revolución cubana —de la que se decepcionaría profundamente—, a finales de 1962 decidió salir de México hacia La Habana, donde durante cerca de dos años trabajó en el Instituto Cubano del Arte y la Industria Cinematográficos (ICAIC) dirigido por Alfredo Guevara, íntimo de Fidel Castro y a quien llegaría a detestar por hipócrita e intrigante.
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México, D.F., viernes 21 de diciembre de 1962
Querida mujercita: te amo.
Esta carta te la escribo a eso de las diez de la mañana, mientras espero a que me avisen de Cubana de Aviación, a las once, si por fin habrá vuelo. En caso contrario deberé salir el lunes. Espero que hayas tenido un viaje feliz y que te apresures con tu tesis para que nos veamos con la menor tardanza posible (María, economista, estaba a punto de regresar de una beca en el extranjero). Ya sabes que te necesito mucho.
(Después de hacerle una larga lista de encargos, entre ellos libros y el cobro de algunas colaboraciones, continúa:) En fin, querida mujercita, parece que ya puedo dejar atrás estos asuntos puramente pragmáticos. Estoy verdaderamente hecho un tonto, “loco, aromado y triste”, como diría Juan Ramón, porque tú me faltas. No tienes idea qué gacho me sentí apenas dejé a los muchachos (sus amigos de la revista Nuevo Cine), a eso de la una de la noche, y me vine para casa. Me puse a arreglar las cosas, a bañarme, a quemar papeles inútiles en la chimenea, a filosofar con Miss Holly (una gata blanca, la primera en su vida común)... Y total: me acosté a las cinco para despertar a las siete. Esta espera de si habrá avión o no me tiene fastidiado, pues ya quisiera que pasara todo esto. Quiero decirte que te necesito más que a nada en el mundo y que nunca he encontrado a nadie como tú, amor mío.
José.
La Habana, 12 de enero de 1963
Amada María:
Estoy en el piso 24 del Habana Libre, desde aquí veo toda la bahía, El Morro, la ciudad y un enorme horizonte marino, en una tarde soleada llena de hermosura y me dan ganas de salir al balcón y gritar hacia México todo mi amor por ti, a ver si te llega.
En poco tiempo que aquí llevo, poco tiempo de estar en Cuba, pero demasiado de no tenerte en los brazos, he vivido cosas muy interesantes: la prodigiosa concentración del 2 de enero (en la Plaza Martí) en la que habló Fidel y una inmensa muchedumbre de blancos y negros, de niños, mujeres, viejos, milicianos y extranjeros cantó la Internacional, todos alzando las manos unidas, una cadena de miles y miles de seres... Fidel ha estado dos veces en este hotel y la gente lo detenía al salir, hablaba con él, le planteaba problemas importantes o nimios, le hablaba sin intermediarios, sin cerco de guardaespaldas: un oso grande e inteligente, con miradas sagaces de niño travieso. He estado también del otro lado de la Bahía, en un pueblo llamado Regla, a media hora de lancha, y allí conviví un bembé yoruba: ritmo de bongoes y güiros, gente bailando sensualmente y con gestos de mar, pero sobre todo sin rigidez ritual, sin solemnidad ni oscuridad mística, en el puro gozo, y a Juan Goytisolo se le hacía agua la boca.
Tus cartas no llegan, las de mi familia tampoco, y no dudo del motivo: democracia representativa. Te he mandado varias pero creo que habrá que renunciar al correo convencional y esta te llegará por una cortesía de un amigo en Prensa Latina, Carlos Mora. Emplearé en adelante el mismo camino, pero sin abusar.
En esas cartas te decía, aparte de mi amor por ti, muchas cosas sobre todo lo que apunté arriba. Pasé el 24 de diciembre con la gente del ICAIC y algunos cineastas extranjeros en el Tropicana. El 31 estaba invitado a una cena de mexicanos, pero diplomáticamente me zafé y pasé la noche en mi cuarto, mirando fotos tuyas, escribiéndote (¿ha llegado esa carta?) y leyendo a Apollinaire y a César Vallejo. te decía también que ya tengo trabajo en el Centro de Información Cinematográfica del ICAIC y escribiendo un guión con Fausto Canel, una película sobre la revolución y el amor. Tengo ya otros buenos amigos aquí, entre ellos dos argentinos: Mario Trejo, Laura Yusén... […]
Sería bueno que empezaras a mandarme los libros de la lista que te dejé: los de cine primero, por razones de mi trabajo, y en avión. Sé cuánto más caro es, pero estoy necesitándolos, y si te falta dinero, dímelo, pues de aquí se pueden sacar 15 dólares semanales y con eso cubriríamos cada envío. En el primer envío sería bueno que mandaras todos los ejemplares de Cahiers du cinéma, Cinéma 62 y Positif, que aquí serían muy útiles y no sólo a mí sino además a los del ICAIC. […] También necesitaré que me mandes un buen número de cintas para mi angustiada Olivetti Lettera 22, que irresponsablemente traje con una cinta ya muy tecleada y da una escritura fantasmal, letras de niebla gris ciertamente muy poéticas pero ya casi ilegibles, y dos pares de zapatos con la medida que adjunto, porque aquí eso está escaso, lo mismo que pasta de dientes, desodorantes, etc. […]
Saluda a mi familia, dales mis noticias, diles que estoy bien y contento, sólo que me faltas tú y los añoro a ellos. Saluda a los amigos, a Fernando del Paso, a Juan Vicente Melo, a Paco, a María Antonia, a los que veas.
(Aquí) Tú te encontrarás con tu mero mole: este es el Año de la Organización. Apúrate, mi amada Cucusa.
Maria, oh double colombe de ta poitrine! ¿Sientes mi amor? Termino para entregar pronto esta carta a nuestro ángel correo Carlos Mora. Te amo, je t’aime, Io ti amo, Ich Liebe Dich, I love you.
José.
La Habana, 10 de febrero de 1963
Mi amada mujercita:
En estos días nublados y grises, con un poco de frío, aunque nada comparable al que debe estar haciendo en México, claro, era como si estuviéramos tú y yo en casa, en la avenida Melchor Ocampo, abrazados, hablando bajo, escuchando a Mozart y a Debussy, iluminados por el resplandor de la chimenea (¡hemos tenido casa con chimenea, no puedo creerlo, qué delicioso vicio burgués!).
Recibí tu carta del 28 de enero y también los libros y revistas, muchas gracias, mi amor. Quizá te hayan costado muy caros y lamento que de aquí, contra lo que me habían dicho, no se puedan sacar dólares, pues además los entregué y cambié por cuban pesos, como es la ley. No sé cuánto costarán los envíos por avión, pero si resulta demasiado caro, habrá que hacerlo por barco, aunque creo que los good neighbours están tomando represalias muy fuertes y es muy posible que se suspenda todo tráfico naval con Cuba, de eso hablan aquí los periódicos —y entonces nos veríamos en un problema serio—. […] No sé si recibiste unas plantillas dibujadas de mis escuálidos pies para que me compraras unos zapatos, aquí eso sólo se consigue por cartilla laboral, yo tengo que esperar un poco por la mía y los zapatos que traje, un par único, se me están acabando, ya de verdad empezaré a conocer Cuba por la planta de los pies, y también se me acaba la pasta de dientes. Si puedes conseguirme eso —perdóname por estas tristes materialidades, mi amor—, podrías además informarte de quién viene para acá, de la gente conocida, y enviarme esas cosas con ellos […]. Lo que más me preocupa son los libros, porque si se interrumpe el tráfico naval entre Cuba y México, corremos el riesgo de quedarnos sin ellos. Aquí la Imprenta Nacional y otros organismos están editando mucho, pero como hay mucha demanda de literatura popular, de clásicos y de libros de formación científica, política, económica, no hay mucho de qué escoger todavía en literatura. […] Te agradezco mucho, mi amor, que estés acelerando tu tesis para reunirte conmigo; ten la seguridad de que tu tanto trabajar lo pagaré con un amor que contra todo lo verosímil aún se ha hecho más grande.
Capítulo de los amigos. Me preocupa lo que me dijiste por teléfono de Fernando del Paso, aun si, o quizá porque, no te entendí claramente. tengo entendido que en la primera llamada (de audición muy difícil) me dijiste que le quedaban seis meses de vida y que en la segunda llamada (aún menos audible que la otra) me aclaraste que, después de una operación grave, estaba fuera de peligro inmediato pero aún mal. Aquí le mando una cartita. también una para Emilio García Riera, que sé que te cae gordo por lo despreocupado que se portó cuando mi detención, pero no tienes que entregársela personalmente, con echarla al correo basta (la dirección es Baja California 321, depto 32, México 11, D.F.) Va también una carta para mis padres y hermanos, otra para Juan Vicente (Melo), que si lo ves, dile que se dé una vueltecita por aquí, un jarochón siempre tendrá muy buenos vasos comunicantes, hip, con los cubanos, y saluda a Juan García Ponce, dile que estoy cada vez más convencido de que después de José Revueltas he sido el primero en México en escribir cuento con incesto y no él, Juan, qué se cree. ¿Qué hay de Salvador (Elizondo)? Saluda al impetuoso (Huberto) Batis. Saluda a Lucía, que tan buena mujer es. Y a nuestra miss Holly, si no se ha ido tras un gato sinvergüenza.
La nota de Carlos (Valdés) sobre La lucha con la pantera está muy bien, muy generosa, y creo que con el artículo de Batis, que es muy serio, el libro empieza a ser recibido con justicia (uf). Si ves a Huberto, dile que la Gaceta de Cuba se interesa en artículo escrito por crítico mexicano, tema nuevos cuentistas mexicanos, número de cuartillas discrecional. […]
En fin, mi amor, hay que despedirse. Te estoy amando mucho. Le hablo a tu retrato, le digo cosas dulces. Las cosas buenas de esta revolución a veces me fastidian porque no las compartes conmigo aquí y el gozo se me va al pozo. Ojalá que llegues para el carnaval.
Amor amor amor mío. Recuérdame siquiera un poco de lo que te recuerdo. Estoy abrazándote y besándote.
José.
La Habana, Cuba, 3 de abril de 1963
Mi amada María,
Me hacía mucha falta oír tu voz y la vez que se oyó mejor fue el sábado pasado. Poco antes yo había estado tratando de lograr una llamada contigo, así que fue un caso de telepatía. La noche anterior, la de mi cumpleaños, la pasé muy sobriamente. Primero presenté unas películas a un grupo de muchachos y muchachas en la escuela Cepero Bonilla, y me emocionó la actitud limpia y abierta con que esta juventud está aprendiendo. Luego cené en el Polinesio algo especial y me encerré en mi cuarto a mirar fotografías tuyas, de los amigos de México. Quiero que sepas que tú eres lo primero de todo, mujercita mía, que los dos momentos más importantes de mi vida son, en este orden, la noche en que nos conocimos y mi primer contacto con esta Cuba revolucionaria. En el trabajo, en el cine, en mis paseos por la Rampa, una especie de avenida Juárez de bolsillo, pero que da al mar, y por las calles apretadas y vivas de La Habana Vieja, me distraigo de todo pensando en ti, en tu mirada, tus brazos, tu pecho, y me siento el hombre más pobre del mundo. Y luego llegar al lecho solitario donde tanto insiste tu ausencia, y hacer cuentas de los días, y decirme que falta un mes, quizá más, y preguntarme si voy a saber esperar sin desesperar.
Cada día me siento más hermanado con esta humanidad cubana, tan buena, tan valiente y tan lúcida. Yo necesitaba comprometerme realmente con esto para ser consecuente con mis ideas y mi forma de sentir el mundo, necesitaba sentirme unido con el destino de otros hombres. Y sin embargo la nostalgia de México reaparece con frecuencia, particularmente de la ciudad. La distancia perfecciona las cosas, les da un carácter único e insustituible, y me he construido una Ciudad de México ideal, de lugares encantados: Chapultepec, Paseo de la Reforma, Coyoacán, el cine Roxy, nuestra avenida Melchor Ocampo, los cafés de chinos, el Chiandone de la Plaza Washington donde los de Nuevo Cine tomábamos unos helados soberbios, y hasta la noche friolenta de la meseta, y Veracruz y Acapulco y ...¿Tengo que decirte que tú habitas todos esos lugares, que hay muchas idénticas, preciosas, adorables cucusas distribuidas en ellos? Un momento recurrente es nuestras horas en Isla de Sacrificios, nosotros bañándonos en el mar y el atardecer, nuestro retorno los dos de pie sobre el techo de la lancha, abrazándonos y abrazando el palo mayor, sacudidos por el oleaje alebrestado. ¡Cómo te amo y me faltas, amor mío! […]
Por lo demás, los zapatos que me enviaste están fantásticos y no importa que me queden un poco grandes. La verdad es que me da un poco de pena gastarlos en el uso diario. Si traes otros, que sean menos finos y más resistentes, por ejemplo los de la marca Ten Pac, muy fuertes y baratos, que venden por las calles de atrás de El Zócalo, y si tienen un número o medio número menos que estos, estarán bien. Dos o tres camisas blancas de manga larga (medidas 14-36-3) y un impermeable, pero barato, de los de plástico, me vendrían muy bien... pero me estoy mandando mucho, la verdad. Todo eso si puedes. […]
Estoy seguro, mi amor, de que esta vida nueva y exaltante te gustará. Me he inscrito en la milicia del ICAIC para hacer mis tres o cuatro horas de guardia a la semana en el centro de trabajo y en sus laboratorios junto al río Cristal (dicho en voz baja: el arroyo Cristal), pero aún no comienzo porque aún no obtengo el indispensable uniforme de miliciano, una especie de atuendo (pantalón caqui, camisa azul) a lo Jorge Ibargüengoitia.
Háblales de estas cosas a los amigos, principalmente a Fernando del Paso y su Socorro, a María Antonia, a Paco, el Queco, etc. Diles que empiezo a escribir para el cine, que Fausto Canel me propone filmar algunos de los cuentos de La tumba india. Y, María, mi mujer, mi amada, no tienes que recordarme pactos ni nada de eso: te amo y te amo y te amo y soy nada sin ti.
Tu amante José.
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