Cartas, poemas y chismes

Toscanadas

Las cartas de escritores suelen pecar de sentimentaloides o cursis, y esparcen chismes que poco sirven al lector para delinear la figura de un poeta.

Algunas cartas viejas colocadas frente a un retrato. (Foto: Pixabay)
David Toscana
Ciudad de México /

Casi nunca leo correspondencia ajena. Son textos escritos para una persona específica y no para un montón de curiosos.

Hace años, mi entonces editor me regaló Aire de las colinas, un compendio de cartas que el joven Juan Rulfo le dirige a su amada Clara. Lo abrí en una página al azar y sentí vergüenza por andar leyendo frasecillas amorosas que nada tienen que ver con la sublime prosa de Rulfo. Le dije a mi editor “gracias, pero no”, y le devolví el libro.

En cambio, las cartas que no pertenecen tanto a la biografía sentimental sino al pensamiento de quienes las escriben pueden leerse con interés. Un caso bien conocido es el de Rainer Maria Rilke con sus Cartas a un joven poeta. No obstante, puestos muy quisquillosos, podría hacerse una edición que fuera al grano, evitando frases como “Debe usted disculparme, estimado señor, por sólo hoy haberme acordado con gratitud de su carta fechada el 24 de febrero…”. Vargas Llosa tiene una versión de cartas a un joven novelista; como no van dirigidas a nadie y a todos, se evita en buena medida el palabrerío fraterno.

Los biógrafos encuentran una mina de oro en aquellos personajes que escribieron gran cantidad de cartas en las que informaban, opinaban, aleccionaban y compartían emociones mucho más profundas que el mero “te extraño mucho, corazoncito mío”. Hay varios tomos de cartas de Chéjov, y pueden leerse sin pudor, aunque, por supuesto, hay algunas interesantes y otras no. Sacándoles líneas por aquí y por allá, se puede organizar un manual de escritura chejoviano.

Ahora estoy leyendo una biografía de Mayakovski y, ahí sí, las cartas son para dar pena ajena. Más valdría echarlas a un lado. Celos, recriminaciones, lloriqueos, sentimentalismo. “No beso a nadie ni envío mis saludos a nadie en esta carta sino sólo a ti, Lili”. Y en su respuesta, ella le llama a Mayakovski “mi cachorrito”. ¿Me hace falta saber eso? “No estés triste, mi cachorrito, no me he olvidado de ti”. ¡Por dios! En una larga carta, el gran poeta se expresa peor que el tesoro del declamador: “La vida no tiene sentido sin ti. Siempre lo dije, siempre lo supe, ahora lo siento, lo siento con toda mi esencia, todo, todo lo que consideré placentero ahora no tiene ningún valor”.

Y encima se presenta correspondencia de sus amantes que lo consideraban “un tormento en la cama” o “soso” en el sexo o mencionaban su “eyaculación precoz”, información que poco sirve para modelar al personaje como poeta.

Justo antes de pegarse un tiro en el corazón, Mayakovski escribió su última carta: “No se culpe a nadie de mi muerte y, por favor, nada de chismorreos”.

Tal parece que no se ha respetado su última voluntad.

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