En el año de 1971 se le ocurrió al Premio Nobel Miguel Ángel Asturias acusar a García Márquez de haber plagiado la novela de Balzac, La búsqueda del absoluto, para escribir Cien años de soledad. Por si fuese poco, Asturias dijo que la novela del colombiano era un éxito momentáneo sin consecuencias futuras. La acusación y la crítica fueron dos disparates de los que García Márquez ni siquiera tuvo que defenderse, pero Asturias se puso de pechito para que lo masacraran.
Se especuló que los comentarios venían a raíz de un malestar del escritor guatemalteco porque el colombiano había anunciado que trabajaba en una novela sobre un dictador latinoamericano, y “estimaron que Asturias, cuya fama mundial reposa en El Señor Presidente, con igual temática, podría estar receloso de un nuevo éxito de García Márquez que le borrara el suyo”.
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Otros dijeron que Asturias podría considerarse el creador del realismo mágico y tendría “una especie de celos”.
Julio Ramón Ribeyro conocía bien ambas novelas y dijo que “es difícil hallar auténticos puntos de referencia entre el libro de García Márquez y el de Balzac”. Carlos Fuentes no se anduvo por las ramas y declaró que Asturias “da profundas muestras de chochez”. El punzante Juan García Ponce agudizó estas palabras, para declarar: “No es que Asturias hable así porque está chocho; lo que pasa es que nació chocho”. Y agregó: “Las opiniones de Asturias, al igual que sus libros, no valen la pena”. El joven Gustavo Sainz fue más filosófico: “La originalidad de una novela reside en el lenguaje, no en la anécdota. El escándalo que quiere provocar Asturias, o que provocamos nosotros a través de Asturias, es el último grito de una cultura decadente: la cultura que cree que se escribe para el éxito, no para la expresión”. Luego hizo un juicio sumario sobre los libros de Asturias, que “no soportan la prueba de una segunda lectura; además esas obras ya no nos impresionan como antes; hace quince años era lo mejor, pero ahora Latinoamérica tiene escritores maravillosos como Cortázar, Fuentes y otros que hacen ver mal a Asturias”.
Quien lea las novelas de García Márquez y de Balzac se dará cuenta de que no hay plagio; quien vea el juicio de la historia sabrá que Cien años de soledad es un clásico, no una moda pasajera.
Pero Asturias deja una lección a los escritores, y es que no tenemos credibilidad al hacer crítica de nuestros colegas. Por supuesto que la hacemos, pero en pequeño comité, con cerveza, vino o tequila, en una conversación sobre literatura, que no se desvía para denunciar envidias, chocheces, política, celos o recelos. Públicamente, si no nos gusta la obra de un escritor, seguimos la máxima de: “Prefiero elogiarlo que leerlo”.
ÁSS