Cervantes esquina con Shakespeare

Ideas

Ambos fueron maestros de la brevedad, a pesar de haber escrito prolijamente y con altibajos. No se trata de visionarios, sino de testigos.

Dos creadores cuyas vidas se cruzan en el tiempo literario por un desfase entre los calendarios. (Vía IMER)
Carlos Chimal
Ciudad de México /

El sueño de muchos escritores de ser invisibles por lo que hicieron o dejaron de hacer, y solamente adquirir fama por el nombre que aparece en la tapa de sus libros, ha perseguido a varios autores a lo largo del tiempo. Ítalo Calvino pregunta: ¿Quién sabe quiénes fueron Gaston Leroux o Maurice Leblanc, creadores del mito de París como tema literario? A mediados de la década de 1980 aún podía hacerse esa pregunta, pero hoy en día, con la gigantesca base de datos digital a disposición casi inmediata de cualquiera que sepa escarbar en ella, alimentada por los millares de reporteros e investigadores aficionados, espontáneos y profesionales, semejante propósito es casi imposible.

Si bien mucha gente conoce la producción musical El fantasma de la ópera y pocos saben que está basada en la novela de Leroux, eso ya no obsta para que aprendamos desde la comodidad de nuestra casa que adquirió cierta fama en su momento, fines del siglo XIX, por su periodismo audaz. Simulando ser un estudiante de antropología que debía llevar a cabo un trabajo sobre las cárceles francesas, consiguió colarse hasta la celda de un convicto que, según él, había sido condenado de manera injusta con el fin de entrevistarlo y publicar su testimonio en su periódico. En cuanto a Leblanc, autor de los numerosos relatos del ladrón de guante blanco, Arsenio Lupin, con un simple clic en una computadora podemos enterarnos de diversos aspectos de su animada vida en el seno de una familia acaudalada. De una o de otra manera, como pensaba Calvino, ambos se han ganado limpiamente una presencia invisible en el jardín de los inmortales, donde es posible una soportable levedad de ser, mérito obtenido por sus libros, no por su audacia periodística, en el caso de Leroux, o por su linaje social, en el de Leblanc.

Lo mismo podemos decir de William Shakespeare y Miguel de Cervantes, ambos con un halo de célebre invisibilidad, cuyas vidas se cruzan en el tiempo literario debido a un desfase entre los calendarios juliano, el cual regía la vida en Inglaterra, y el gregoriano, que lo hacía en el continente europeo. Así, sabemos que murieron el 23 de abril de 1616, aunque en realidad Cervantes fue enterrado ese día pero falleció el 22. Por su parte, y de acuerdo al calendario Juliano, en efecto, Shakespeare murió el 23 de abril, aunque según el gregoriano, debió haber pasado a mejor vida el 3 de mayo.

Miguel de Unamuno calificó a Cervantes de “genio temporero” por los altibajos en su obra, opacando a “genios duraderos” y, no obstante, fue el manco de Lepanto quien obtuvo fama absoluta. A Shakespeare, otro genio temporero, se le niega la autoría de diversas obras, incluso se duda de su existencia. Aun así, sigue representándose con salas llenas y sus tramas son expoliadas por el cine y la televisión. Ambos autores fundacionales cumplen con lo que Calvino sostenía: una novela, una obra de teatro, un poema ligero y bien pensado hacen que la frivolidad parezca algo aburrido y cargado de impertinencias. Cervantes y Shakespeare fueron maestros de la brevedad, a pesar de haber escrito prolijamente y con altibajos. No se trata de visionarios, sino de testigos. Su olfato para detectar oasis que alivian el camino de los mortales en su paso por este valle de lágrimas y risas es ejemplar. Muy poco se conoce acerca de la vida del bardo de Stratford upon Avon, y lo que se sabe es tan inocuo que se suma al involuntario repertorio de argumentos que imponen la fantasmal pureza del autor frente a la persona de carne y hueso. A muchos les cuesta trabajo creer que un provinciano insípido de nombre Will, comerciante y empresario teatral exitoso conocido como Shakespr, de quien sólo se tienen el registro escrito con su puño y letra de una “X”, haya sido capaz de crear con semejante ligereza y profundidad ese amplio registro de emociones, de creencias encontradas, todo ello imbuido de su época.

ÁSS

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