La vida y la obra de César Vallejo conforman un misterio que gana cada vez más cultores. A diferencia de otros grandes poetas de su tiempo (Borges, Neruda, Paz), Vallejo murió joven (acababa de cumplir 46 años), con una obra en parte inédita, sin la fama que lo iba a coronar. Esta fama está basada en su singularidad. Mientras otros poetas exploraron el castellano hasta sus límites, Vallejo fue más allá. Creó otro idioma. Uno de los grandes ejemplos es su libro Trilce que este año cumple un siglo.
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No es casual por ello que el interés por Vallejo siga en aumento. En años recientes la biografía de Stephen Hart (Cesar Vallejo, a literary biography) y la novela de Eduardo González Viaña (Vallejo en los infiernos) se han sumado a otros libros como el Monsieur Pain de Roberto Bolaño que cuenta los últimos días de su vida.
La alusión al sufrimiento que se desprende de estos títulos vuelve a aparecer en El hombre más triste, que acaba de publicar Daniel Titinger, con edición de Leila Guerriero, en Ediciones Diego Portales de Chile. El libro no es una biografía sino un perfil del personaje, matizado por el relato de la búsqueda de testimonios sobre su vida y sobre su muerte. Titinger recoge con lujo de detalles algunos hitos biográficos: el nacimiento en Santiago de Chuco, los dos abuelos curas, el encarcelamiento, el viaje a Lima, la llegada a París en 1923 y la muerte el Viernes Santo de 1938 (casi un jueves como había pronosticado en “Piedra negra sobre una piedra blanca”).
Pablo Picasso, César Vallejo (I)
(1938)
Dibujo sobre stencil
Sabemos que la pobreza del poeta en los inicios de su estancia parisina lo hacía buscar refugio en los vagones de los metros, donde se quedaba hasta la hora del cierre. De esos años, Titinger cita a Elena Garro en Los recuerdos del porvenir: “Él se dio cuenta de cómo lo miraba y me echó un brazo al cuello (…). A su contacto me invadió una corriente de bondad que no he vuelto a sentir”. La percepción de la bondad, unida a la de la tristeza crónica (según testimonios, Vallejo era capaz de estallar en llanto con suma facilidad), encuentran distintas versiones en el libro. En una de ellas, se cuenta que Picasso entró con Rafael Alberti a un café en París donde vio sentado a Vallejo. “Vámonos, que Éste es muy triste y nos arruina la tarde”, comentó. Sin embargo, poco después de la muerte de Vallejo, Juan Larrea le llevó a Picasso La Rueda del hambriento y España aparta de mí este cáliz. Al leerlos, Picasso exclamó: “A este poeta sÍ le hago un dibujo”. Poco antes se había negado a retratar a García Lorca: “Que se lo haga Salvador Dalí”.
El libro de Titinger abunda en alusiones a Georgette Philippart, la esposa de Vallejo, que tuvo un rol protagónico para la disciplina del escritor. En la lápida del poeta, en Montparnasse, hay una frase suya: “He nevado tanto para que duermas”. Georgette es una pieza esencial para la creación de una gran obra, sustentada por una vida de enigmas. Este libro las enriquece, con provecho para cualquier lector.
AQ