El coraje sentimental

La guarida del viento

Las canciones de Charles Aznavour se mantienen gracias a la mezcla de elegancia y de emociones que sin duda formaban una estrategia de sinceridad.

Charles Aznavour, 'el embajador de la chanson'. (Archivo)
Alonso Cueto
Ciudad de México /

Era un francés pero también un armenio, hijo de inmigrantes que habían fugado de una persecución en Turquía. Era un sentimental cuya educación se cimentó en el mundo de los marginados. Nació en un hospital pobre. En su niñez no fue guapo ni apuesto y según dicen, tenía una voz de ganso. Se llamaba Charles Aznavour aunque ese no era su nombre. En sus inicios los críticos le pronosticaron todos los fracasos. Nunca los escuchó. Sólo tenía oídos para la música. “Llevo la tragedia en mi sangre”, dijo alguna vez.

Cuando los padres de Charles Aznavour huyeron de la persecución otomana en 1915, su meta era llegar a Estados Unidos. Sin embargo terminaron en París, donde el 22 de mayo de 1924 nació un niño que el mundo iría a conocer como un iluminado. Su verdadero nombre era Shahnourh Varinag Aznavourián Baghdassarian. Su padre se llamaba Mischa y su madre Khar. Él era barítono y ella, actriz. En el restaurante que regentaban, las canciones sentimentales de Mischa emocionaban a algunos comensales hasta las lágrimas. Muy pronto el niño sintió el poder de la música. Lo más importante, sin embargo, resultó el fuego de una ambición construida sobre la base de las nostalgias de su familia. Distinguido como uno de los franceses del siglo, siempre mantuvo su fidelidad a Armenia y a su causa.

Cantante y compositor, pero también actor (estuvo en Disparen al pianista, de Truffaut), con frecuencia presentó los dos elementos de su catecismo creativo: “En una canción se puede decir de todo, a condición de que sea sincero y que pueda evitar la vulgaridad”. Alumno y protegido de Édith Piaf, alcanzó la fama en los años cincuenta. Su voz se hizo conocida en cinco lenguas, a veces acompañado de muchos otros artistas, entre ellos el gran pianista cubano Chucho Valdés. Compuso mil canciones y vendió muchos millones de discos. Pero para muchos seguirá siendo el autor de una sola. “Venecia sin ti” tiene la letra de Françoise Dorin y la música de Aznavour. Es una letra hecha de clamores acompasados por la melodía que va avanzando por el agua.

Sus canciones se mantienen gracias a la mezcla de elegancia y de emociones que sin duda formaban una estrategia de la sinceridad. Al escucharlo, me viene a la memoria una frase de elogio que le escuché decir al gran maestro Manuel Cuadros Barr hace unos años: “No tiene miedo de cantar”. Cuando le pregunté a qué se refería, me aclaró que un cantante nunca debe limitar sus emociones. Hay que tener un cierto coraje para atreverse a confesar los sentimientos disueltos y potenciados en la música, agregó.

Aznavour se casó tres veces y vivió con su última esposa, hasta su muerte. Fue padre de una bailarina y abuelo de dos cantantes. Viajó por todo el mundo, y se quedó a vivir en París que era como estar en muchos lugares y en el suyo. Cuando lo encontraron muerto a los noventa y cuatro años, estaba en una tina. Poco antes de irse, habría podido ver en algún instante su reflejo en el agua, el rostro de una vida generosa, elegante y sentimental.

AQ

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