Chéjov, Tolstói y Dostoyevski frente al cinismo y la vulgaridad

Toscanadas

En tiempos donde el cinismo se disfraza de agudeza y lo burdo se celebra como auténtico, las advertencias de los escritores rusos son una defensa del equilibrio.

León Tolstói, Antón Chéjov y Fiódor Dostoyevski. (Especial)
David Toscana
Ciudad de México /

Anoche subrayé esta frase en un cuento de Chéjov: “Cierto filósofo dijo que, si los carteros supieran cuántas tonterías, trivialidades y despropósitos deben llevar en sus sacos, no correrían con tanta presteza”.

Para el autor ruso, no había mayor pecado que lo trivial, superfluo, vulgar; por eso, uno de sus personajes dice: “No hay nada más terrible, ofensivo y mortificante que la trivialidad”. En otro relato, podemos leer: “En aquella época los sabios no se parecían a la gente vulgar. Se pasaban el día meditando y leyendo… consideraban todo lo demás como ocioso y no perdían el tiempo en decir palabras superfluas”.

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Dice de Tolstói que “su autoridad es enorme y, mientras esté vivo, el mal gusto en la literatura, toda vulgaridad en sus variedades descaradas o lacrimógenas… quedará en un segundo plano”. Bien dicho, aunque habría que suponer para siempre que Tolstói no ha muerto. Ahí están sus obras y, si las sabemos leer, quizás nos sirvan de vacuna contra la vulgaridad.

Dostoyevski ya se ocupaba del asunto. En una profunda lamentación, uno de sus personajes clama: “¡Oh vulgaridad! ¡Oh bajeza!”. Y advertía que el buen gusto requiere inteligencia y sensibilidad. “En el grupo de señoritas y de jóvenes vulgares que componían el séquito habitual de Yulia Mijáilovna, y entre los cuales esta vulgaridad era tomada por vivacidad, y el cinismo barato por ingenio…”. Hay que subrayar este pasaje en Los demonios. Nunca hacer pasar, tal como aparece en otra traducción, “el cinismo chabacano por agudeza”.

En su diario, Dostoyevski presenta a un hombre argumenta que el refinamiento se vuelve lo contrario cuando se exagera. Lo sensacional y ultrarrefinado se traduce en mal gusto. “Las ideas simples, claras, nobles y sanas ya no estarán de moda: los lectores querrán algo más carnoso, querrán pasiones simuladas. Poco a poco, el sentido de equilibrio y armonía se perderá; aparecerán pasiones y emociones distorsionadas, el llamado ultrarrefinamiento de los sentimientos que en esencia no es sino su vulgarización”.

Tolstoi se suma al advertir el mal gusto de Wagner. “Sobre todo, desde el principio hasta el final, y en cada nota, el propósito del autor es tan audible y visible, que no se ve ni se oye ni a Sigfrido ni a los pájaros, sino sólo a un alemán limitado, obstinado, de mal gusto y mal estilo, que tiene una concepción muy pobre de la poesía, y que, de la manera más tosca y primitiva, desea transmitir estas falsas y equivocadas concepciones suyas.” Por sobre todo, aquí hay que subrayar “tan audible y visible”.

Parafraseo lo que subrayé anoche de Chéjov. “Cierto lector dijo que, si los editores supieran cuántas tonterías, trivialidades y despropósitos publican, no imprimirían con tanta presteza.” Salvo que sí lo saben, y por eso lo hacen.

AQ

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