¿Qué es un chicuarote? Quien nació en San Gregorio Atlapulco, alcaldía Xochimilco. Chicuarotes es, además, el título del segundo largometraje de Gael García Bernal, ganador del Globo de Oro que, como Salma Hayek, no deja nunca de pensar en los pobres de este México que tanto quieren y en el que viven tan poco.
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Chicuarote es por tanto un gentilicio y una inspiración que, por supuesto, lleva impresa en el afiche publicitario la Palma de Cannes que, tengo la impresión, más que atraer, aleja a los espectadores. No porque Cannes haya dejado de premiar obras de altos vuelos, sino porque los publicistas aprovechan el desconocimiento del público en torno a la mecánica de la Palma de Oro y suelen imprimirla en toda película que se presente en las muchas secciones de esta “Fiesta del cine”. En ella muchos tienen presencia siempre y cuando estén apegados a los prejuicios de la prensa francesa liberal. ¿Su obra es violenta, critica al sistema y resulta escabrosa? ¿Es usted amigo de la farándula, gusta del champagne y conoce al “quién es quién” del cine del mundo? ¿Es usted burgués de altos vuelos pero comprometido con la I, II, III o IV Internacional? ¡Bienvenido a Cannes! Y Gael García representa lo mejor de estos mundos. Es por ello que su cine “visibiliza” la violencia que vive este amado México. Como si visibilizar la miseria en el cine alguna vez hubiera servido para algo. ¿Qué cambió Los olvidados? ¿Y Nosotros los pobres? Ni desde el gran arte ni desde el melodrama la situación ha cambiado demasiado.
Chicuarotes se mueve entre el fantasma de Buñuel y el de Ismael Rodríguez, pero no consigue ni siquiera ser entretenida. Esta película es un refrito de todos los lugares comunes en torno a una pobreza que, dice García Bernal, alienta a los delincuentes a subir al transporte público y robar a gente que, cosa extraña, es igual de pobre que nuestros héroes. El guión fue escrito por Augusto Mendoza hace ya mucho tiempo, pero “las cosas no han cambiado”, sentenció el director filántropo y socialité durante la premiere en México, que tuvo lugar en una chinampa. Ahí supimos, además, que chicuarote tiene dos acepciones más: es un chile de la zona y una persona que, como nuestros héroes, se mete en problemas.
Cagalera y Moloteco son dos payasitos que roban en los peseros y un día encuentran a un amigo que “visibiliza” la corrupción de los sindicatos mexicanos. Este amigo les dice que con 20 mil pesos pueden comprar una plaza sindical. Da inicio la función, porque los chamaquitos pobres ¿pues qué van a hacer? Graduarse de cacos planeando el robo a una lencería.
De la posición de la cámara y de la dirección de actores no vale la pena decir mucho: son lo que se espera de una película de Cannes. El tono es documental: cámara en actitud de quien es heredero de Dziga Vértov. Es en el guión donde está lo que realmente vale la pena “visibilizar” de esta obra. Y es que Chicuarotes va ofreciendo viñetas de la vida de nuestros héroes que resultan convenientemente acomodadas una como respuesta de la otra. Así, como en la narración más pueril, si los protagonistas desean abandonar su pueblo, se encuentran en la siguiente escena con quien les ofrece la solución; si para ello necesitan dinero, habrá en la escena próxima quien ofrezca la solución. La pobreza en este país está contada y recontada. Lo único que nadie hace es ofrecer una escena que plantee una salida, un camino menos trillado que el de Cagalera y Moloteco.
ÁSS