Cuando yo era niño llegaba a casa el periódico El Porvenir. En alguna página aparecían varias tiras cómicas argentinas. Estaba Su otro yo, un médico que intentaba ocultar sus verdaderos pensamientos, y que en su tierra natal conocen como El doctor Merengue. También Tarrino, un tipo al que siempre le favorecía la buena suerte. Tremebunda, una señora de armas tomar. Ramona, la doméstica simplona. Y mi favorito, Cicuta, hombre fúnebre y malencarado que la pasaba cometiendo fechorías por el mero gusto de satisfacer su amargo carácter.
Y claro que Cicuta me hacía pensar en la cicuta, planta que pasó a los anales de la historia universal el año de 399 antes de Cristo. Sócrates ingirió un brebaje de cicuta y tal parece que tuvo una muerte benigna. Cuando le llega la hora de beber la poción, pregunta al verdugo qué debe hacer.
“Nada más tienes que beber y pasear”, respondió, “hasta que notes un peso en las piernas, y acostarte luego. Y así eso actuará”. La prisión debía ser amplia, puesto que daba para tener a varios invitados y pasear. En la versión de Jacques-Louis David hay doce visitantes, techos altos, cómoda cama, lámpara de aceite y lira. Muy distinta a la ADX Florence.
Cuando se le entumen las piernas, Sócrates se acuesta. El que le había dado el veneno le pregunta si siente los pies, y él responde que no, mientras se iba quedando frío y rígido. “Ya tenía el abdomen helado; entonces se descubrió Sócrates, que se había cubierto el rostro, y dijo a Critón: Debemos un gallo a Esculapio; no te olvides de pagar esta deuda. Fueron sus últimas palabras”.
Sócrates bebe en una copa, y eso está bien, pues le da carácter de ceremonia a la muerte. Hasta con el veneno se puede brindar, tal como lo hizo Terámenes, bebiendo la cuota mortal y arrojando el remanente: “Esto para el bello Critias”.
Sin embargo tal solemnidad se omitió en la muerte de Foción, pues los otros condenados agotaron la cicuta y “el verdugo dijo que no trituraría más si no se le pagaban las doce dracmas que valía la dosis”. Como nadie se acomedía, el propio Foción tuvo que pagar. “Ni siquiera morir es gratis en Atenas”, dijo.
En aquellos siglos precristianos, Teofrasto asegura que, mezclada con adormidera, la cicuta es “capaz de hacer que el desenlace fatal sea fácil e indoloro” y que “no hay nada capaz de neutralizar este veneno y puede conservarse durante un tiempo prolongado sin perder en absoluto su virtud”.
Tengo entendido que la cicuta crece en muchas partes del mundo. Quizás hemos descuidado los conocimientos botánicos que poseían los griegos, ya que un tecito de cicuta vendría a cuento en algunas situaciones. A doce dracmas la taza. O la copa. Salud.
AQ