Por estos días tendría que colgarme un cartel que dijera: “No he visto Roma”, con el subtítulo: “Y no pienso verla”.
En Madrid, por mera cuestión de nacionalidad, me hacen sentir responsable de la película. Aquellos a quienes les pareció una breve telenovela en blanco y negro me hacen reclamos; quienes piensan que se trata de una obra maestra me quieren felicitar. Pero unos y otros tratan de imponerme el “deber” de mirar la película de marras y se lanzan a hablar como críticos de cine hasta que les digo que los productos fílmicos me interesan tanto como los zapatos de la reina Letizia.
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Ahora que estoy pasando unos días en México me han llamado malinchista, racista, misógino, fantoche, cascarrabias y otras cosas. Por eso veo que el cine se ha convertido en una religión. Son siete mil millones de feligreses y les molesta no ser siete mil millones y uno. Y los cinéfilos son más insistentes y agresivos que los testigos de Jehová. De hecho, ningún testigo de Jehová me ha agraviado al decirle que soy ateo.
"Los productos fílmicos me interesan tanto como los zapatos de la reina Letizia"
Cuando escucho a compañeros escritores dedicarle montones de elogios a Alfonso Cuarón, yo les pregunto si alguna vez se han expresado con tanto entusiasmo sobre un escritor contemporáneo. Y claro que no, pues los escritores somos viles mortales, llenos de defectos, mientras que los cineastas son deidades. Por eso se sabe que cineasta mata escritor.
Lo cierto es que, aun entre los lectores asiduos, solo una pizca de ellos aprecia de veras la buena literatura y comprende su grandeza. Basta leer a montones de críticos en la prensa o la academia para darse cuenta del nulo fervor con que se expresan de las obras que leen. La mayoría de los lectores confiesa de pensamiento, palabra, obra y omisión que prefiere ver cine que leer.
Y, sin embargo, hay que leer, porque el cine idiotiza.
Ahora que venía en el avión, hice un recorrido por los pasillos. La gente dormía o miraba películas. Pero nadie leía. Pensé que incluso la llamada literatura de aeropuerto está en vías de extinción. También noté con asombro que los adultos miraban en las pantallas francas babosadas para mentes lerdas. Por ejemplo, mi vecino de asiento puso mucho interés en las aventuras de un perro mecánico y un motociclista. ¿Es posible más majadería cerebral? Sí, Hollywood siempre se supera.
Imaginé un vuelo en el que no hubiese pantallas y los sobrecargos pasaran con carritos para ofrecer libros. “Me da por favor un clásico ruso”, diría un pasajero. “Yo quiero un contemporáneo mexicano”, diría otro. Y como el vuelo había salido de Fiumicino, alguien me preguntaría qué me pareció Roma, y yo respondería que es una ciudad espléndida.
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