Clases de español | Por Astrid López Méndez

Laberinto 1000

¿Es posible escribir contra el curso de la historia e imaginar lo impredecible?

(Foto: Sam Balye | Unsplash)
Astrid López Méndez
Ciudad de México /

Desde hace un año solo pienso en las clases de español. Mis estudiantes se encuentran en el nivel básico. Las primeras sesiones, cuando están recordando lo que habían aprendido en la preparatoria, o si están adquiriendo un conjunto de palabras por primera vez, el español es irrelevante. En sus interacciones prevalece la necesidad de encontrar un gesto en común, así que comienzan con un saludo. Al iniciar un ejercicio, cuando cambian de compañero o al reencontrarse en la siguiente ronda, es posible identificar el sonido de un ¡Hola! Luego las voces son indistinguibles por una lengua que solo aparece entre susurros. El “¡Hola!” que se repite tantas veces no se desgasta porque funciona como advertencia: no queda claro qué vendrá después, ni tú ni yo lo sabemos, pero no hay, en mis palabras, un ápice de mala onda.

Conforme las clases avanzan, el plano de los gestos se va modificando. Hay un tránsito de lo común a lo individual, y el español mantiene una relevancia discreta, es prácticamente un pretexto. Hay una persona que no es del todo extraña. No es la coincidencia que existe al responder una pregunta específica o los detalles que se comparten, sino la posibilidad de confirmarse a sí mismos, a pesar de la extrañeza que suele provocar cada ejercicio o cualquier persona que está a su alrededor. Hay en la clase uno o dos alumnos a quienes no les gusta el café. No me gusta, profesora. Y se desata en el salón una ola de sorpresa. Quienes habían bostezado por el desvelo o por el ejercicio de pronto se interesan en lo que está pasando. Todavía no tienen las palabras para preguntar, ¿cómo le haces para mantenerte despierto sin cafeína?, pero cuestionan, ¿y el té negro? ¿A qué hora te levantas? ¿A qué hora vas a dormir?, hasta que, después de unos minutos, alguien por fin dice: Yo entiendo.

Cada clase es un nuevo encuentro con lo que no conocen: ni las palabras ni sus compañeros ni lo que vendrá. Cada clase los lleva a un lugar que requiere un acto de entendimiento, la mayoría de las veces involuntario.

El coordinador de todos los grupos sugirió que incluyéramos un video de la parodia de una telenovela. La escena utiliza algunos de los elementos de esta forma del melodrama: una mujer hermosa y tres hombres que pelean por su amor. La mujer no sabe a quién escoger. Cada hombre despliega sus encantos para que ella lo elija, pero no se decide. Los alumnos comprenden lo que está pasando por lo que ven, pero lo que escuchan no se le corresponde. Los diálogos contienen las palabras que han aprendido en sus primeras clases: ¿Dónde está la biblioteca? Yo no sé. Lunes. Martes. Feliz Navidad. ¿Qué hora es? Existe tal distancia entre lo que ven y lo que escuchan, que las risas de toda la clase son incontrolables.

El error no solo está permitido, sino que se lleva a las últimas consecuencias.

En los textos sobre la enseñanza de una lengua se aclara que el método de aprendizaje en las aulas es reciente y de uso poco extendido. La forma usual es a base de prueba y error, cuando la necesidad requiere que esa distancia entre lo que se dice y lo que se quiere decir sea mínima.

Quizá el español sea la cuestión menos importante en las clases de español.

Cada alumno va a su ritmo y sus avances dependen de múltiples factores, pero el lugar del miedo es fundamental. Algunos lo acomodan de inmediato, como si supieran la importancia que conlleva equivocarse. Otros lo miran con reservas, por todas esas horas que han dedicado a perfeccionar cada una de sus actividades, por cada vez que les han premiado su dedicación. Por último, para quienes no cuestionan su temor, ningún ejercicio basta, ninguna distancia es lo suficientemente amplia, y nadie, solo esa persona, sabrá en qué momento rectificar.

Mi actual máquina de gestos favorita es TikTok. Había escuchado de su sofisticado algoritmo, así como los constantes abucheos que, como a cada red social, le corresponden. Que si es el colmo de la inmediatez, que si estas generaciones ya no saben qué inventar, que si el mundo cada vez está peor. Desde cierta perspectiva, no es posible negar ninguna de estas cuestiones, pero no hace falta. Es verdad, cada tendencia es viral y al mismo tiempo efímera, se modifica en cuestión de días o incluso de horas. Luego, claro, es inevitable ese afán de ser diferente de lo que nos precedió, aun si es muy complicado hacerlo, aun si es a costa de quienes piensan que no debería modificarse nada, aun si todos hemos querido inventar algo o dejar todo como está. Por último, sí, un grupo de científicos mantiene, desde 1945, la cuenta regresiva del fin del mundo, y a principios de 2022 declaró que el año anterior terminó a cien segundos del final de finales.

Entonces, después de estas cuestiones, vas a TikTok. No se trata de un tema en particular o de quien comparte su video, sino del juego de las distancias. Primero parece que nada tiene sentido, pero si le das unos minutos, comienza a suceder. Aparecen los ¿Qué hora es?, los Yo entiendo o los simples y continuos holas. La superficie se rompe y de lo cotidiano emerge algo que no esperas. Otra vez el extrañamiento entre lo que imaginabas y lo que en realidad fue.

Las clases en las que se ve el futuro carecen de todo entusiasmo. Sin embargo, seguimos dando vueltas al subjuntivo.

Una tarde tuve que repetir un video porque creí haber escuchado esa palabra, pero la abogada hablaba de un proceso “subjetivo”.

Mientras leía En casa de los sueños, de Carmen Maria Machado, di con una definición del subjuntivo que resultó más sencilla que la del libro de español: modo gramatical que expresa dudas, deseos y posibilidades. Pero no solo eso, su uso se sugiere como parte de una exploración más amplia, como posible herramienta para contar una historia imposible. Según lo que Machado encontró, la historiadora Saidiya Hartman sugiere, además de explotar las capacidades de este modo gramatical, avanzar una serie de argumentos especulativos, escribir historia “con y contra el archivo” e imaginar lo que no puede ser verificado.

Todo se trata, tal vez, de que vayamos a TikTok, o a la escuela; de que recuperemos el sentido del humor o, supongo, que imaginemos qué hacemos con el miedo, pero todavía nos faltan muchas clases.

Astrid López Méndez

(Ciudad de México, 1988)

Escritora y una de las fundadoras de EdicionesAntílope. Gracias a la beca Jumex para estudios en el extranjero y al Graduate School of Arts and Science

AQ

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