Color mujer

Desde el desierto

Tanto se había impuesto un comportamiento diferenciado entre sexos, y tanto se había ignorado la voz de las etnias que es complejo, en este último caso, escuchar claramente su decir.

"Muros sordos". (Foto: Paulina Peña Luna)
Mercedes Luna Fuentes
Ciudad de México /

Las versiones de ti, mujer, mantos del enigma que ondean, se multiplican. No sabías lo que era imaginar la belleza, hasta que una versión de ti vio el relámpago sobre leopardos húmedos, que se resguardaron bajo el follaje; y fuiste parte de esa luz que enceguece y nace del rayo, una luminosidad que, en el vientre, es signo de expansión.

Luego diste paso a la versión de ti que escribe el vocablo sí sobre la tierra, después de muros sordos y heridas; o a esta otra versión de ti que creía en la eternidad de todo, y su totalidad cayó de pronto, como muro convertido en arena, ante tu mirada contemplativa. Y seguiste a esa otra versión de ti, mirándote, eligiendo la tierra. Está esa versión de tu piel tersa, y esta otra experimentada por los errores exactos de los años. Una versión más de ti que entrecierra los ojos entre la niebla, afinando la vista para seguir una idea que se multiplique fuera de tus sentidos. O esta otra versión de ti, mujer de piel blanca nacida de una piel oscura; y la otra versión de ti, de piel oscura, nacida de una piel blanca.

Pardeaba el crepúsculo cuando te reveló el inicio del embarazo. Pardo fue el color de tu vientre henchido, como la tonalidad de la tierra fértil, dual, semejante al pelaje de una bestia. Esta otra versión de ti que perdió a un hijo a golpes, y al segundo también; esta otra versión de ti insistió en dar vida, y así fue. Esta otra versión de ti que brindó comida y techo mientras olvidabas las señas que, a lo lejos, te hacía el dolor.

Vivimos ahora, mujer, el desdoblamiento para vivir esas versiones alejadas del color de la pureza, porque nos han manchado y hemos manchado. Asentimos porque aceptamos el milagro del suceso: esa decisión que marcará el cuerpo y el espíritu para siempre. Mujer que asiente con labios de carmín, mujer que asiente sin gota alguna de maquillaje. Mujeres que deciden audazmente ayudar, como la veracruzana María Hernández Zarco, quien, en 1913, en la imprenta La Mujer Mexicana de Adolfo Montes de Oca, donde se distribuía el diario El Reformador, editó el discurso del chiapaneco Belisario Domínguez —cuando nadie más se atrevió— para apoyar al coahuilense Francisco I. Madero en su presidencia. Así, se unió la tierra de dos entidades que forman parte de las fronteras y una linda el Golfo de México. Una nación mujer, como la describen: (…) tu cintura es de seda, / de jazmín y de mayo, parda y leve/ en el carril del alba y de la tarde, / y la sangre de tu historia/corre intacta por los codos (…). La levedad del color, su cambio, en los versos pertenecientes al poema “Suave patria” de Ramón López Velarde.

El color blanco, en la mujer, tiene una connotación judeocristiana: la pureza. Así le responde al mundo Alfonsina Storni, a las implicaciones de ese color moralmente complejo: (…) Tú que en los jardines / negros del Engaño / vestido de rojo / corriste al Estrago. // Tú que el esqueleto / conservas intacto / no sé todavía / por cuálesmilagros, / me pretendes blanca / (Dios te lo perdone), / me pretendes casta / (Dios te lo perdone), / ¡me pretendes alba! // Huye hacia los bosques, / vete a la montaña; /límpiate la boca; vive en las cabañas; / toca con las manos / la tierra mojada; / alimenta el cuerpo / con raíz amarga; / bebe de las rocas; / duerme sobre escarcha; /renueva tejidos / con salitre y agua: // habla con los pájaros / y lévate al alba. / Y cuando las carnes / te sean tornadas, / y cuando hayas puesto / en ellas el alma / que por las alcobas / se quedó enredada, / entonces, buen hombre, / preténdeme blanca,  preténdeme nívea, / preténdeme casta. Storni declara acaso el vivir lo ácido y lo precioso del mundo, desde la naturaleza, que ajusta la desigualdad.

Tanto se había impuesto un comportamiento diferenciado entre sexos, y tanto se había ignorado la voz de las etnias que es complejo, en este último caso, escuchar claramente su decir. Fue tanta la violencia y el silencio que produjo un silencio mayor, especialmente en sus mujeres. Lo que nos hace volver los pasos hacia “la mujer cambiante”, una de las deidades importantes para los Ndé Lipán, en lengua miizaa se le conoce como Yudé ligáá isdzaa. Su significado formula una pregunta hacia nosotras: ¿cambiar para mejorar el ocultamiento o cambiar para hablar, para proponer? Porque existe una versión de mujer que no desea hablar, así lo ha aprendido generación tras generación. Está la versión que hablará a través de sus hijas, de sus nietas, con voluntad. Y vive también la versión que, desde hace años, dice a la ciencia, a las artes, al campo, al fogón y a la siembra. Al decir , el amanecer pardea, con ese sí se atraerán sucesos imborrables, como la impresora María Hernández; o las mujeres de distintas etnias de México, incluyendo a la Ndé de Chihuahua, que surgió del grupo fundado por Iván Alexander de León Aguirre, presentes en el inicio del nuevo gobierno de México.

Por esa visibilidad hecha realidad por mujeres como María y por hombres como Iván, se contribuye a la emancipación femenina. Son la razón por la que los colores se transforman. Hoy, después de abrir camino, persiguen un bien mayor, como lo antes imaginado: lo han convertido en palabra escrita, en agrupación, en ley, en historia.

Por encuentros imprevisibles y diferencias enormes, el color de nosotras seguirá cambiando, como las tonalidades vibrantes de una calma y paz deseada.

AQ

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