¿Cómo hacer una memoria de Auster?

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¿Qué apuntar de Paul Auster cuando ya se ha dicho tanto?

¿Qué apuntar de Paul Auster cuando ya se ha dicho tanto? (Foto: Alberto Estévez | EFE)
Iván Ríos Gascón
Ciudad de México /

Fue del tipo de escritores que crean un vínculo emocional con el lector a través de sus personajes, una suerte de modelos que sobrellevan apremios o perplejidades que se confunden con las nuestras. De esos narradores a los que la trama les importa menos que el conflicto existencial que surge lenta, paulatinamente, en la historia repentina, porque el azar le fascinaba: al tamborilear los dedos sobre su vieja máquina de escribir (odiaba los teclados digitales, creía que podían dañar huesos y tendones), prefería embarcarse en la albura del papel sin un plan preconcebido. Al fin y al cabo, la fantasía y los misterios ontológicos no se esbozan de antemano. Como en la vida real, o esa que suponemos que es genuina, el encanto de la escritura radica en lo que sale a flote conforme las palabras construyen habitaciones, calles o edificios, y luego le dan cuerpo y apariencia a seres a los que después esas palabras escrutarán por dentro para hacer una autopsia rápida que, sorpresivamente, será como un espejo.

¿Qué apuntar de Paul Auster cuando ya se ha dicho tanto? ¿Volver sobre los libros que uno prefiere o recontar sus peripecias? Se pueden arriesgar paralelismos, aunque con ciertos malabares. Por ejemplo, acotar que su espíritu fue igual de aventurero como el de Joseph Conrad o el de Jack Kerouac, porque en la juventud también se hizo navegante, aunque su labor en altamar consistió en acarrear combustible para la Esso. Que requirió afianzar su vocación al otro lado del Atlántico, en la romántica París, y eso lo ligó al talante de Hemingway y de Scott Fitzgerald, o de Ezra Pound y Henry Miller. Que le daba un valor enorme a la amistad (en el guión de Lulu on the Bridge, Auster pensó en su gran amigo Salman Rushdie para que interpretara al Dr. Van Horn, solo que la fatwa le impidió incluirlo en el reparto). La amistad, eso que transita de forma extraña en sus novelas o que no ocupa un lugar preponderante, salvo en La noche del oráculo, era el afecto o la emoción que le resultaba más difícil de explicar (se lo escribió a J. M. Coetzee en el epistolario que mantuvieron, testimonio de una fraternidad si no cercana en lo físico, sí en lo intelectual y emocional).

¿Qué otros tópicos cabrían en una memoria de Paul Auster? Su mirada ante el pasado. La dulce compañía de los fantasmas y eso que llamó La invención de la soledad, o los apegos que nunca se destruyen, solo se transforman. También se podría consignar su placer más arraigado, aunque fuera una práctica mortal. El cigarrillo; el humo que, a la larga, lo mató, le sirvió como pretexto para el guión de la película Smoke y su secuela Blue in the Face, en la que Auster invocó a un tal Auggie Wren, el dueño de una tabaquería de Brooklyn, en la que confluye una caterva variopinta de chacuacos con los que entabla discusiones filosóficas y entre calada y calada arregla el mundo a su manera. (Dato: Jim Jarmusch suplió a William Hurt en Blue in the Face. Se me ocurre que ese experimento fílmico de Wayne Wang y Paul Auster lo inspiró para su filme Smoke and Cigarettes, en la que Jarmusch también puso a debatir ociosidades a una horda de tabaqueros y bebedores compulsivos de café.

¿Y por qué no recordar que Auster firmó Squeeze Play, su primer libro, como Paul Benjamin, pero no exclusivamente porque prefirió usar su segundo nombre en vez del apellido, sino que lo hizo como homenaje a Benjamin Constant (le fascinaba El cuaderno rojo, esas memorias que Italo Calvino dijo que si hubiera sido ciudadano de otro siglo le habría gustado vivir y escribir)?

O evocar su fallido ensayo de inventor de juegos de mesa: Béisbol en acción, reto para uno o dos jugadores con dos barajas de 96 naipes con tablero y marcador, un intrincado pasatiempo que parece lo más aburrido del planeta (la dinámica puede consultarse en A salto de mata) que, para su buena estrella, no lo hizo un genio del entretenimiento ni tampoco millonario, y en cambio, lo condenó a la máquina de escribir.

AQ

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