El contador de cartas (disponible en HBO Max, Claro y otras plataformas) trasciende la historia de un apostador de pasado truculento y trata, más bien, de un hombre que encerrado en la subjetividad aprende a tocar a la amada a través del cristal de la cárcel.
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Paul Schrader es uno de los mejores narradores del mundo. Lo demuestra la influencia que ha tenido a partir de que un listo de nombre Syd Field extrajo del guión que hizo Scharder para Taxi Driver el paradigma que hoy se usa en la industria del entretenimiento. Es necesario subrayar, sin embargo, que la estructura de Schrader es la original; todo lo otro, imitación.
Recientemente Paul Schrader dijo que Jeanne Dielman de Chantal Akerman había llegado al primer puesto en la lista de mejores películas de Sight & Sound por sensiblería. La respuesta fue que la revista publicó un especial de Schrader quien aprovechó para afirmar que la mejor película de todos los tiempos es El carterista de Robert Bresson (disponible en Mubi).
Vale la pena el placer existencial de ver El carterista antes de El contador de cartas para evidenciar que la segunda es reinterpretación de la primera. Una reinterpretación, sin embargo, que tiene más de los grandes músicos barrocos o de los pintores japoneses, que de eso que hoy llaman remake y que resulta de un cinismo vulgar.
Tanto en El contador de cartas de Schrader como en El carterista de Bresson hay un diario escrito a mano. En él nuestro protagonista va contando sus razones existenciales para llevarnos de la mano por una historia que busca responder a la pregunta nihilista por excelencia: ¿qué hacer ante el absurdo de la vida?
El contador de cartas es un apostador que, como el ladrón de El carterista, lleva la subjetividad del existencialismo hasta el terreno de la justicia pues ¿cómo podríamos hablar de justicia si todos los humanos somos pura subjetividad? Tanto Bresson como Schrader ofrecen una alternativa que se manifiesta en la escena final: el hombre encerrado es libre, por fin, porque a las alternativas que proponía Camus frente a lo absurdo (suicidio, aceptación o religión) tanto el director francés como el estadunidense han encontrado que siempre es posible el amor; amar desde el encierro, esto es, amar sin negar la subjetividad.
“¿Tendría las agallas para hacerlo?”, comienza diciendo Malraux en su novela La condición humana. Tanto el ladrón de El carterista como el apostador de El contador de cartas parecen estarse haciendo todo el tiempo esta pregunta. Con ella nos emocionan con un guión tan bien escrito que no es casual que Syd Field lo haya vendido como un paradigma que hoy hace que todo el cine y las series de televisión tengan un parecido, un tufo de imitación. Pero obras como El carterista o El contador de cartas, a pesar de ser tan absorbentes, trascienden el entretenimiento y la emoción que nos mantiene al borde del asiento. Nos conduce de peripecia en peripecia hasta un clímax en que lo absurdo, la soledad y la intrascendencia explotan en la cara de la sociedad que están criticando.
¿Se atrevería a hacerlo?, pregunta Malraux. La respuesta de Schrader y Bresson parece ser ésta: no, mejor atrévete a amar. Desilusionados ante los excesos políticos del existencialismo, tanto el francés como el estadunidense construyen personajes que, sin ilusión de cambiar las cosas, se encuentran encerrados y libres por fin de la moral políticamente reinante. Son extranjeros que más que una revolución lo que necesitan es hacer el amor.
El contador de cartas
Paul Schrader | Estados Unidos | 2021
AQ