Podemos definir las épocas de la historia por el poder que le dan a la conversación. En algún momento, los seres humanos dejamos de escuchar solo a los dioses y nos pusimos a conversar con los demás. Eso ocurrió en la Grecia clásica. Sócrates y Platón nos dejaron sus diálogos memorables. Para ellos, conversar era el único modo de llegar a la verdad. Es la misma época de los grandes dramaturgos, con Sófocles a la cabeza, que hicieron lo mismo con los personajes de sus tragedias. No es casual que en esa misma Grecia que privilegiaba el diálogo surgiera la democracia como un modelo político ideal.
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Pasada la Edad Media, los diálogos volvieron con el Renacimiento. Luego, a inicios del siglo XVII, Madame de Rambouillet hizo su célebre salón de conversaciones. Ya en el siglo XVIII se instalaron nuevos salones y otros lugares de conversación como los cafés, cuna de las revoluciones.
Uno puede preguntarse si hoy en día, época de redes sociales, sigue en pie la práctica de la conversación. Chatear, textear, no es lo mismo que conversar. El teléfono era el último reducto de las charlas. Pero mucha gente joven que conozco me informa que apenas habla por teléfono. No hay imagen mayor de la soledad que un rostro enterrado en su celular hablando consigo mismo.
La palabra “conversar” en su origen significa “dar vuelta a algo”, “hacerlo girar”, es decir transformarse. “Conversar es humano”, dice Octavio Paz en Árbol adentro. En una de sus entrevistas Paz afirmaba que la conversación era un signo de civilización.
Uno puede agregar que es un signo de felicidad. Conversar es un acto de confianza. En su libro más reciente, Andrés Oppenheimer aborda el tema de la felicidad en el mundo y señala casos de países con buenos indicadores económicos y también elevados índices de soledad y sufrimiento. Basta recordar que el Reino Unido y Japón desde hace varios años han instaurado un Ministerio de la Soledad para combatir este mal, sobre todo en las personas mayores. Pero también afecta a jóvenes entre 18 y 24 años. Hoy la soledad en un país como los Estados Unidos ha sido calificada de “epidemia”.
Según Oppenheimer, la felicidad supone tener resueltos los problemas básicos de supervivencia, por supuesto. Pero no es suficiente. Las personas más felices parecen ser las que pertenecen a grupos o sociedades en las que pueden interactuar con otros. La palabra “tertulia”, que no tiene una traducción fácil en otras lenguas, define bien estas reuniones. Ser parte de una peña, de un gremio, de un grupo de amigos que se reúne a hablar es una señal de buena salud. Se dice que la soledad como factor de riesgo equivale a fumar quince cigarrillos diarios.
En esta soledad que va ganando terreno en el mundo, nuestro último amigo es el algoritmo. Y nuestro pequeño dios es el teléfono celular. Perderlo es como perder nuestra identidad. Algún día la Inteligencia Artificial inventará una voz que nos hable cada mañana. Mientras tanto, hay que seguir conversando entre nosotros.
AQ