La fe no mueve montañas, mueve dinero. Podemos dar todo, imaginando que vamos a recibir más. Predicadores religiosos, líderes políticos, y ahora los inversores de criptomonedas, son expertos en pedir dinero y recibir fortunas a cambio de nada. Prometen el paraíso, la felicidad, justicia social, o que esa inversión los volverá multimillonarios y la fe en esos improbables milagros da todo, con su voluntad arrodillada.
Sentenciaron con siete cargos de fraude y conspiración a Sam Bankman-Fried, el último y joven mogul de las criptomonedas Alameda y FTX. Se volvió trillonario con menos de treinta años con el dinero de sus inversores, que dilapidó, con premeditación, se compró un avión privado, viajes, un gigantesco penthouse, les regaló a sus padres una casa en Bahamas y millones de dólares, los típicos caprichos de un cínico ladrón.
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Su discurso de venta fue que él podía hacer rico a todo el mundo, que sus ganancias estarían dirigidas a las obras caritativas, incluso pensó en ser presidente de Estados Unidos. El límite no existe cuando la masa cree en algo o en alguien. El paraíso de la riqueza o de un sitio luminoso después de la muerte, es lo mismo, dar a cambio de nada.
El fraude llegó tan lejos porque nadie lo detuvo, pero ¿quién puede detener a la fe? En estos fraudes no hay un razonamiento lógico por parte de los engañados, no hay mesura, porque la fe es una creencia desproporcionada que no necesita hechos, se alimenta de su propia fuerza y crece con el impulso de la lealtad a una idea. Traicionar la fe, dudar es un atentado contra sí mismo, es cobardía, y la masa creyente sigue adelante hasta las últimas consecuencias.
La nueva religión es la virtualidad, hay fe en dinero que no existe, en conceptos que son falsos, en una inteligencia artificial que no es inteligente, en las respuestas mediocres de un chat, y la masa entrega su voluntad, su criterio y el dinero que poseen para manifestar que eso existe, porque comulgan juntos. En esta nueva religión, los inversores de las criptomonedas convocan los suicidios colectivos de las sectas milenaristas, y se llevan a los cadáveres de sus fieles, dejándolos sin un centavo, los fieles les dan pensiones, ahorros, lo que tienen para excitar la orgía de los sumos sacerdotes de la virtualidad.
Desde que surgieron las criptomonedas se han desplomado una docena de ellas, han cerrado bancos, los “emprendedores” que las inventan pasan de ser venerados como “genios” a ir a la cárcel y miles de millones de dólares se disuelven en la masa oscura como un protector de pantalla. Eso no merma la fe de la masa, aparece otro y le dan más dinero, no hay legislación, los colaboradores de Bankman-Fried confesaron en el juicio que enviaban a los inversores informes falsos y sabían que estaban derrochando ese dinero, “no se sentían incómodos de hacerlo”. Nadie se siente incómodo en Bahamas con un juego de video y Gisele Bündchen al lado, eso sí es verdad.
AQ