De los varios relatos publicados a partir de su Mar de historias mis favoritos son los que conforman el libro titulado El eterno viajero. Éste abre con la revelación del método que encontró Cristina para volver soportable la ausencia de José Emilio Pacheco, su compañero de vida, su interlocutor. “Para suplir nuestras interminables conversaciones, siempre que te ibas de viaje nos llamábamos y nos escribíamos cartas. Las hojas de papel nunca bastaban para que nos dijéramos lo que nos sucedía, a ti en un ambiente nuevo y a mí en el que conoces de sobra porque lo hicimos juntos”. Como si se tratara de un viaje rutinario —esta vez más largo y complejo— Cristina comienza a escribir lo que le ocurre, lo que piensa. Conjetura lo que él le dirá, cuánto la reprochará por haber comprado de nuevo un libro que ya tienen. “Para qué trajiste otro”, imagina que él le pregunta. “Para no ver tus anotaciones en los márgenes, las marcas que dejaste, la ceniza de tu cigarro que cayó entre las hojas. En las circunstancias actuales encontrarme con esas huellas me lastimaría”. A partir de entonces, Cristina decide conversar con él desde un infinito diario en que registra, por ejemplo, la dificultad y el valor que requiere preparar una sola porción de lo que sea cuando siempre ha preparado dos. Sus historias adquieren una dimensión distinta cuando uno las imagina pulidas y entregadas con la supervisión de ese lector imaginario que por años fue el primero en poner los ojos antes de que su autora las entregara al periódico.
Mar de historias se publica en la contraportada del diario La Jornada cada domingo desde 1985. Si ha salido impresa una historia por semana, en términos conservadores podríamos pensar en la existencia de 1,800 historias, más o menos. Al vértigo de esta numeralia se suma la cantidad de emisiones del programa semanal que desde 1978 conduce en Canal Once, Aquí nos tocó vivir (Memoria de la UNESCO), un encuentro en que entrevista al hombre de la calle, como se dice, y a la mujer común sólo en apariencia: en realidad se trata de seres extraordinarios a quienes salva su oficio y la dignidad con que se entregan a él y quienes después, transfigurados, aparecerán en sus libros.
Pese a que los mexicanos somos tantísimos (127.8 millones, según el INEGI) y a que Cristina ha conversado y entrevistado a una enorme cantidad de ellos, no puedo imaginar un número mayor de oficios y actividades humanas que el que registra en su Mar de historias: secretarias, mandaderos, vendedoras de artículos ortopédicos, cirqueros, afanadoras, teñidoras de pisos amarillo congo, taxistas, perforadores de tarjetas, laboratoristas, modelos envejecidas, imitadores, empacadoras de pan, conserjes, boxeadores, costureras, devoradores de sobras de comida a sueldo, cada uno con un destino particular a cuestas.
Sus libros Sopita de fideo, Para vivir aquí, Cuarto de azotea, Zona de desastre, Los trabajos perdidos, El corazón de la noche, El oro del desierto contienen los pequeños grandes dramas de gente minúscula cuyo afán es esquivar los problemas cotidianos para conseguir la sobrevivencia. En sus retratos de nuevos tipos sociales hechos con dos pinceladas recrea ambientes, formas de vida y habla de una Ciudad de México cambiante en cada década. Los seres que habitan sus historias hoy no se parecen ya a los que lo hicieron hace diez años o veinte. Sin embargo, algo en común tienen antes y ahora: rendirse no es una opción. Siempre hay en la última línea una salida.
Protagonistas de pequeñas y grandes batallas, hay una forma de heroísmo en cada uno: conservar el trabajo; llevar el pan a la mesa; pagarse unas vacaciones en autobús a la playa; conseguir alojarse en un cuarto de azotea.
Como sugiere El eterno viajero, en sus historias Cristina ve la vida de todos como un viaje. Sorprendente, atribulado, no exento de penalidades pero digno de ser vivido. Lo que importa al emprenderlo es consignar que en el tránsito por un país que nos contiene y nos sacude todos los días prevalecen no obstante el asombro y la esperanza. Porque la mirada humanista y empática de su autora, una periodista que nunca se pone por encima de su interlocutor, deja constancia en sus personajes no de lo que somos sino de lo que deberíamos ser.
Feliz cumpleaños, Cristina, y larga vida a tu Mar de historias.
La vida
Por Cristina Pacheco
La vida para mí es un milagro, una experiencia fascinante por imprevisible y única, con registros capaces de superar a la más deslumbrante fantasía.
La vida que llevo, plena y generosa, es tan solo un capítulo más de la que he llevado y sintetizo como una serie de encuentros, aprendizajes, experiencias; un diálogo intenso con la hora presente, con el tiempo pasado y también —en momentos amargos— con la muerte.
Este texto es la respuesta a dos preguntas, la primera sobre el significado de la vida y la segunda sobre cómo es la vida que la escritora lleva y ha llevado.
AQ