Hablar de Cristina Pacheco es aventurarse por uno de los capítulos más notables del periodismo mexicano, es remontar el tiempo hasta ya entrada la década de 1940, cuando llega con sus padres a la capital del país. Venían desde San Felipe, Guanajuato.
Para hablar de Cristina Pacheco hay que imaginar a una niña cautivada por las historias que escucha en voz de su madre; a una joven inquieta que, empeñada en ser periodista, se inscribe en la Facultad de Filosofía y Letras en la Universidad Nacional Autónoma de México; a una mujer decidida, luchona, abriéndose paso en las redacciones de los periódicos Novedades, El Sol de México, El Universal, Excélsior, o revistas como La mujer hoy, Crinolina y Sucesos para todos. En esta última escribe bajo el seudónimo de Juan Ángel Real, pues, como decía el periodista Raúl Prieto, alias Nikito Nipongo, no era bien visto que una mujer hablara de ciertos temas. “Yo contaba lo que sucedía en mi barrio, en Tacuba”, me dice Cristina, “historias de matanceros, de prostitutas, de ladrones”. El mundo del periodismo era de los hombres y en ese ambiente se movió Cristina Romo Hernández.
Entre los diarios y revistas donde colaboró fue fundamental su paso por la Revista de la Universidad, donde trabaja un tiempo como secretaria y al poco tiempo toma el cargo de jefa editorial. Ahí entra en contacto con un grupo de escritores e intelectuales: Rubén Bonifaz Nuño, Juan Rulfo, Juan García Ponce, entre otros, y conoce a quien sería su compañero de vida, José Emilio Pacheco. Cristina pasaba en limpio los textos de los colaboradores y cuenta que José Emilio le decía: “Señorita Romo, ¿me hace favor de pasarme mi texto?” “Era el único que lo pedía así”, recuerda, “siempre fue muy cortés y atento. Aprendí mucho de literatura a través de esos textos y de las conversaciones que escuchaba cuando se reunían ahí en las oficinas”.
Puntual y comprometida con su profesión, le toma el pulso al oficio periodístico cuando llega a la revista Siempre! y le propone al director, José Pagés Llergo, colaborar con entrevistas semanales. “¿Vas a estar jugando o vas a entregar los trabajos todos los miércoles antes de las 5? Porque el día de entrega es sagrado”. “Así me dijo”, apunta Cristina. “Le prometí y cumplí mi promesa”.
Por esos años, también comienza su labor en radio y televisión, primero como comentarista y poco a poco acotando sus espacios para consolidar su proyecto en programas como Aquí nos tocó vivir y Conversando con Cristina Pacheco, en Canal Once. Cuando se funda el diario La Jornada, colabora con entrevistas, reportajes, así como en las secciones “Eje central” y “Mar de historias”, relatos publicados cada domingo, durante 34 años.
Se afirma, con toda razón, que Cristina Pacheco es un icono de nuestra cultura, una voz indispensable porque en la médula de su oficio está la gente, los no nombrados, los excluidos, los “nadies”, como diría Eduardo Galeano. Ella los ha hecho visibles, les ha dado voz. En otro registro, también se ha ocupado de presentar a figuras destacadas de nuestra cultura: escritores, músicos, actores, cineastas. ¿Quién no se ha sentado frente a la televisión para ver los viernes y sábados sus programas? Cristina ha estado siempre ahí, sin falta. Por eso el pasado viernes 1 de diciembre, quienes sintonizaron Canal Once a las 8 de la noche, como de costumbre, para verla en Conversando con Cristina Pacheco, no salían de su asombro al escuchar a una Cristina que, sin perder elegancia y dignidad, sentada en su silla, en el estudio de grabación, rodeada de su equipo de trabajo, anunció, con la voz entrecortada, que se despedía de la televisión tras 50 años de trayectoria. “Hoy tengo que aprender a enfrentar algo grave a lo que me está enfrentando la vida. Por razones de salud, graves razones de salud, tengo que suspender, al menos momentáneamente, estas conversaciones”, dijo. “El fin de una era”, se leyó en el mensaje de la televisora que circuló casi de inmediato y se replicó hasta el infinito en todas las redes. El Instituto Politécnico Nacional, al cual Cristina se sentía muy cercana, reaccionó: “Gracias, Cristina, por darle voz a México a través de las historias que por décadas nos regalaste, tu grandeza humana y periodística quedarán grabadas en la memoria de los mexicanos”.
Del mismo modo, el domingo 3 de diciembre, en su columna “Mar de historias”, escribió: “A mis lectores y amigos les quiero agradecer su apoyo y su constancia a lo largo de 34 años que me han brindado su atención. Por otra parte, quiero informar que debido a mi precario estado de salud, tendré que suspender mis colaboraciones temporalmente en La Jornada, con mi sección dominical ‘Mar de historias’. Gracias de verdad por su apoyo, ha sido maravilloso”.
Mujer entrona, incansable, ha ejercido el oficio con profesionalismo y gozo. “Siempre quise ser periodista”, dice. “Mi primer trabajo periodístico, entre comillas, fue a raíz de un fracaso. Mi maestra me inscribió a un concurso nacional de oratoria. Llegué a la final, pero perdí por un niño que fue más listo y una niña que era muy bonita. Yo no era así. Ella habló de la primavera y de las mariposas y yo de los desayunos escolares. Les caí de la patada a los jueces, pero de esa experiencia salí con el aprendizaje de que hay que aventarse, improvisar”.
Una estampa ha quedado grabada en nuestro imaginario: Cristina Pacheco caminando por distintos barrios de la ciudad con el micrófono en la mano, deteniéndose a hablar con los niños que patean el balón en un terreno baldío, con la señora que atiende un puesto de fruta en el mercado, con el albañil o el marimbero. La ciudad ha sido su campo de batalla, el personaje al que descubre y narra, al que se entrega. “Es una relación entrañable”, dice, “es mi sombra, mi voz, es quien me dicta historias, es la persona que aparece y desaparece, que me fascina por antigua, por misteriosa, por inteligente. Pero en estos momentos la ciudad me duele, hay sitios a los que prefiero no volver porque se han convertido en un horror. Una ciudad debe tener puntos de encuentro. Antes era muy fácil, con la ayuda de la gente, entrar a ciertos lugares que ahora lamentablemente están tomados por la delincuencia. Y hay que decir una cosa en defensa de la literatura, del periodismo, de la televisión, la radio: muchas de las ciudades que conocimos, recorrimos, amamos y en las que dejamos nuestras huellas, ya solamente existen en la palabra escrita. Qué bueno que la palabra no muera”.
El trabajo periodístico de Cristina Pacheco nos salva del olvido, sobre todo tratándose de esta ciudad, la Ciudad de México, que se transforma constantemente, donde las cosas desaparecen y no podríamos recuperarlas si no fuera por sus crónicas. Aquí nos tocó vivir, nos recuerda Cristina Pacheco, y nos invita a reconocernos en ese mundo que está dentro y fuera de ella, en sus paseos, en su literatura. “El periodista tiene una ventaja muy grande: encuentra su propia vida, y en muchas de las historias que escuchamos he encontrado la mía”, afirma. “Hay emigrantes en la ciudad y cuando los oigo, siento que estoy escuchando a mis padres. Eso me hace sentir un cariño, una simpatía muy grande por esas personas. Oigo el silbido del tren y me emociona porque me evoca ese pasado. En el fondo siempre estoy buscando eso, el regreso a un principio que fue muy generoso”.
La crónica de Cristina se conforma como un macrorrelato de la vida que transcurre en este espacio compartido, en la conversación colectiva que propicia. En la capacidad de entrar en las vidas de los otros, de crear empatía, está la medida de su oficio. Sin embargo, “la periodista no soy yo”, afirma. “Yo fui a recoger los testimonios, tuve la suerte de encontrar a quienes quisieron hablar, sin ninguna reticencia, sin desconfianza, sin temor. Nos vimos hace mucho, pero volvemos a encontrarnos años después, con otras generaciones, en este laberinto que es la ciudad. Estamos dando vueltas todo el tiempo. Todos hemos participado de lo mismo, por eso creo que es importante conservar esos puntos centrales de una ciudad, porque son lugares donde nos encontramos. Somos como ríos que llegan siempre a esos puntos. Repetimos las historias y la Historia, con mayúscula, con el mismo lenguaje, la misma emoción, el mismo respeto”.
De sus entrevistas, ese género que domina y al que considera fascinante, Cristina atesora ciertos momentos. “Si a alguien respeto”, afirma, “es a las primeras mujeres que entrevisté para la televisión. No podían creer que yo quisiera hablar con mujeres sucias y en delantal. Me contaron sus vidas difíciles, ásperas, faltas de ternura y, sin embargo, me decían: ‘Estamos aquí para los que vienen, para nuestros hijos, para los jóvenes que van a hacer este país’. No puedo pagarles lo que hicieron por mí como periodista. Entrevistar es un viaje. Yo que no viajo nada, viajo todo el tiempo, cada vez que empiezo una entrevista emprendo una travesía hasta donde se encuentra la otra persona. Es mi objeivo, tengo que alcanzarla, ir a su ritmo, y así descubro cosas increíbles que son lecciones de vida. Hay algo maravilloso en la oportunidad y el placer de la conversación, estar frente a una persona, adivinar sus reacciones en el brillo de los ojos, en un gesto, un movimiento, una actitud. Es una experiencia humana formidable”.
Descubrimos universos a través de las crónicas y entrevistas de Cristina Pacheco, pero también desde su propuesta literaria. En Los trabajos perdidos, una colección de textos que escribió durante veinte años, a partir de 1986, dice: “Todas mis narraciones pretenden rescatar un instante del paso sin retorno de los días y destinarlo a oír la voz de alguien que nos cuenta su vida, maravillosa, difícil, rodeada por los trabajos perdidos”. Sus relatos, ficciones atadas a ese mundo que la inspira, se sitúan en un entorno y una atmósfera que proviene de su trabajo periodístico, de su cercanía con la gente y sus historias. Solo habría que acercarse a títulos como Para vivir aquí o Sopita de fideo. “Un escritor es un pepenador, va levantando cositas por aquí y por allá, porque la mejor contadora de historias es la calle”.
Con más de 50 años en el periodismo, Cristina Pacheco deja un legado imprescindible para la historia de los mexicanos. Quizá tanto como lo han sido algunos momentos emblemáticos del cine de Ismael Rodríguez o Roberto Gavaldón; como los archivos fotográficos de Rodrigo Moya o Héctor García. Documentos que, a través de distintas miradas, revelan el alma de nuestras calles y su gente. Del mismo modo, Cristina deja su testimonio, teje la memoria de un tiempo con retazos de historias vivas, las voces de hombres, mujeres, niños, que halló a su paso. Así desentrañaba lo que palpita en las venas de esta ciudad.
EncuestaEscuchar las vidas de los otros
Por Vicente Gutiérrez
“No hay nada más poderoso que la palabra. Decían que somos hijos de las estrellas. Yo creo que somos hijos de las palabras”, dijo Cristina Pacheco el día en que donó sus obras a la Casa Universitaria del Libro. “La literatura nos permite vivir millones de vidas, mientras que la entrevista es fascinante, es una travesía hacia donde está la otra persona, una lección de vida”, agregó la periodista y escritora.
Emiliano Becerril (editor de Elefanta Editorial)
Cristina Pacheco ha sido una constante en la vida. Su trabajo es patrimonial para México. Como escritora, mezcló la oralidad y la intimidad, y ha sabido explorar con maestría diversos géneros. Además, como pocas personas, domina ese sutil arte de la conversación en espiral.
Adolfo Castañón (narrador, ensayista y poeta)
Cristina Pacheco es una gran señora de las letras. No solo es la entrevistadora vivaz de escritores y pintores. Es la autora de una comedia humana en la se van trazando las figuras y situaciones de la vida cotidiana en México. El rescate de los pequeños oficios y quehaceres va en su caso de la mano con la salvación amorosa de voces y gestos. Magnánima. Alma grande y a la par iluminada por la chispa de una gracia innata. He tenido la fortuna de mirarla a los ojos varias veces: en ellos la pasión se transforma en una ascua hospitalaria. Sabe muchos poemas y versos de memoria. En Cristina hay además una dimensión ética, valor civil y la más noble fibra de la que puede estar hecha una mujer capaz de dar la voz al otro sin perder su armonía interior.
Gonzalo Celorio (escritor, profesor de literatura y académico de la lengua)
Si Carlos Fuentes plasmó la polifonía estamental de nuestra capital en 'La región más transparente' (de cuyo final, por cierto, Cristina tomó el título de su enriquecedor programa televisivo: 'Aquí nos tocó vivir'), ella, con su infatigable curiosidad, les ha dado sonoridad a esas voces que día a día protagonizan nuestra cultura urbana, con todas sus riquezas y todas sus complejidades, porque la nuestra es una ciudad inhabitable e inevitable. Cristina es una extraordinaria periodista que ha democratizado la cultura: lo mismo ha atendido con rigor crítico los altos registros del arte y la literatura que las expresiones más populares de los habitantes de la Ciudad de México. Más que opinar y discurrir, ha sabido escuchar, meterse con gran empatía en el alma de su interlocutor, apreciar su valía y respetar su identidad”.
Mónica Lavín (escritora)
Creo que el periodismo de Cristina Pacheco se distingue por su capacidad narrativa. A su vez, su narrativa se nutre de esa sensibilidad que pone atención al detalle, que es empática y penetra en los dilemas y conflictos del otro, que quiere indagar y escudriñar desde la construcción de historias y que lo hace con un lenguaje muy natural, muy capaz de ponernos en el lugar y en la situación de manera persuasiva, esta ilusión de realidad con las historias realistas que ella narra en varios de sus libros. Me parece que las dos facetas de Cristina Pacheco han creado un puente muy original entre su capacidad expresiva y su inquietud por otras vidas, las vidas de los otros.
Tedi López Mills (escritora)
Cristina Pacheco no solo es una escritora de innumerables cuentos que, en más de una ocasión, hicieron llevaderos mis domingos; ni solo una periodista emblemática, definitiva, omnipresente, sino también la creadora de una frase perfecta para relativizar y suavizar la imperfección: “Aquí nos tocó vivir”.
Juan Villoro (escritor)
Ha sido un testigo privilegiado del acontecer cultural, social y político de México. Cronista por escrito y como conductora de sus programas de televisión, pocas entrevistadoras han tenido la generosidad y capacidad de informarse y de establecer una relación al mismo tiempo empática y profunda con sus entrevistados como Cristina Pacheco. Su presencia semanal, tanto en el periodismo escrito como en las entrevistas de televisión, fue tan continua que llegamos a dar por sentadas estas intervenciones, de modo que ahora deja un hueco enorme. Yo espero que se trate exclusivamente de una suspensión temporal porque necesitamos una interlocutora como ella.
AQ