Los hermanos Almodóvar continúan explorando la historia argentina. Lo hacen produciendo El ángel, de Luis Ortega, como antes produjeron El clan (2015). Ambas películas se mueven en torno al mismo periodo histórico. Ambas comentan la descomposición social de Buenos Aires durante la dictadura. El clan es tan buena que hay que verla, pero El ángel es una obra maestra.
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Lo primero que salta a la vista es Lorenzo Ferro. El actor novato seduce con su interpretación de Carlitos, un adolescente ambiguo, con cara de niña y sexualidad indecisa que narra en primera persona la historia real de un ladronzuelo que, enamorado de cierto compañero de la escuela (y más aún del padre del compañero de la escuela), se gradúa no ya como ladrón sino como asesino de cara angelical. Durante una escena, el compañero del colegio se mira junto a Carlitos, quien modela unos aretes frente al espejo. El amigo (siempre hablando en el terreno irresuelto de esos amores que enloquecen) dice: “te quedan bien”. Luego posan juntos con dos pistolas muy freudianas. Comenta el amigo: “somos Fidel y el Che”. Carlitos responde: “somos como Evita y Perón”. Ambigüedad.
Desde el punto de vista de la historia de amor, lo mejor de esta película es su ambigüedad. El guion nos mantiene siempre en la frontera de la auténtica sensualidad. Porque no se trata de moralismos, pero el cine francés y el cine austriaco nos tienen ya tan acostumbrados a verlo todo que uno agradece una obra que retoma aquella noción de Tarkovski cuando a través de uno de sus personajes sostiene: “en las grandes historias de amor no hay ni siquiera un beso”. Y no lo hay. La historia homosexual de estos adolescentes resulta conmovedora justamente por la indecisión de uno y el ofuscamiento del otro, de Lorenzo Ferro, un actor que parece haber nacido para interpretar este papel, como Björn Andrésen nació para interpretar a Tadzio en Muerte en Venecia, como Renée Falconeti para ser la Juana de Arco de Carl Theodor Dreyer.
La mano de Pedro Almodóvar aparece no sólo en el contenido emocional, sino sobre todo en el contenido simbólico (el chico Almodóvar representa a todos los adolescentes reprimidos por la dictadura) y en lo cuidado de la dirección de arte.
El brillo de los rojos recuerda especialmente a Todo sobre mi madre, además de que Cecilia Roth, en el mismo papel de la mamá, no puede ser casual. Desde el diseño de producción, los hermanos Almodóvar han conseguido transterrar a Buenos Aires una idea de lo que el gran cine debe ser: historias grandes. Carlitos y su amigo son el Bonnie and Clyde de la homosexualidad.
De retén en retén, nuestro héroe pone en escena la frase de John Derek en Horas de angustia: “vive rápido, muere joven, deja un bonito cadáver”. Aun así, la influencia más notable de El ángel no es ni Nicholas Ray ni la poética del Cine Negro. La gran influencia en la historia de Luis Ortega es Pasolini. Inconsciente o no, hay en El ángel continuas referencias a Teorema.
Carlitos es como aquella fuerza del desierto que en la película italiana va y viene por el mundo: puede entrar en cualquier casa y cambiar la vida de sus miembros. Los asalta para bien o para mal. La diferencia estriba, quizá, en que estos criminales no reciben al ángel mientras que los burgueses de Teorema sí.
El cine argentino, tan lleno de profundidad, ha producido una de sus mejores películas. Carlitos es uno de esos personajes tan memorables que algo tiene de Jimmy Dean y algo de Rimbaud: no sabe temer al destino.
El ángel
Dirección: Luis Ortega | Argentina, España | 2018
LVC | ASS