La belleza del documental Jamás llegarán a viejos consigue revelar el misterio de la guerra. Peter Jackson dejó atrás las fantasías de El señor de los anillos para meditar en torno a la Primera Guerra Mundial.
Visualmente la obra resulta tan atractiva, primero, por el montaje y en segundo lugar, por la elección de los rostros de estos hombres, a menudo niños, que se enrolaron creyendo ser héroes para volver a casa enloquecidos por el conflicto bélico más brutal hasta entonces.
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Utilizando las técnicas más novedosas para colorear negativos en blanco y negro, Peter Jackson ha conseguido extraer del celuloide los atardeceres de ciertas tardes lluviosas, la piel mortecina de los soldados que esperan el asalto y el rojo de la sangre que mana de sus cuerpos desmembrados. Estas imágenes se mezclan con caricaturas de la época, suerte de comentarios burlescos que exaltan lo que es, a todas vistas, el mensaje de la película: la incapacidad de quien vive una guerra como estas de transmitir lo que se siente. Decir lo que es estar en el campo de batalla y avanzar por honor o por miedo, entre cadáveres de compañeros con los que ayer bebieron, sentir que la metralla perfora un brazo y ver cómo revienta el cráneo de un hombre junto a él.
Hacia el final de la película uno de estos muchachos habla de lo imposible de decir todo aquello entre los civiles “que habrán creído que todo fue carga de caballería”. Como en la antigua guerra, esa que pretendía regular el horror. Patrañas. Estos niños, algunos de hasta quince años, fueron a morir en la primera guerra moderna, la de trincheras, del gas mostaza y las metralletas. Pocos de quienes no lo vivieron pudieron entender más o menos lo que sucedió. Uno de ellos fue Freud, pero eso es otra historia.
La de Jackson se mantiene siempre en primer plano, sobre el rostro del Tommy, nombre genérico del soldado anónimo que vino a la guerra buscando honor y que volvió a casa habiéndose contagiado de histeria. Porque también en ello la Primera Guerra Mundial fue un precedente. Demostró que los varones, tan contenidos en la primera mitad del siglo XX, también enfermaban de los nervios, también gritaban enloquecidos o se desmayaban.
Uno de los protagonistas de Jackson en este que es, sin duda, uno de los documentales más hermosos que se hayan filmado, comienza a gritar ante la inminencia del bombardeo alemán. Llora y se azota contra la tierra de las trincheras. ¡Mátalo! Grita entonces el capitán. Y tienen que matarlo para detener el ataque de pánico.
En cuanto a la elección de rostros… El material escogido en los archivos del Museo Imperial de la Guerra busca siempre el rostro del soldado que sabe que va a morir. En este sentido, Jamás llegarán a viejos es una sinfonía de retratos que hace justicia al hombre anónimo, pues devela en él la cara humana del miedo, de la miseria y la desesperación. Todos ellos recuerdan los retratos de Ernst Ludwig Kirchner, Oscar Kokoschka o Egon Schiele esos expresionistas de origen germano que capturaron con su paleta de colores el horror psíquico (el sangrado del alma) que termina por reflejarse en la cara. Hay algo medio infantil y algo medio idiota en la cara de estos soldados que se enrolaron ilusos.
Lejos de la exaltación heroica de El señor de los anillos, Peter Jackson ha conseguido mostrar la verdad de la batalla en una obra que no necesita ser árida para ser antibélica. Con ella demuestra, ante todo, que el cine es un arte visual.
Jamás llegarán a viejos
Dirección: Peter Jackson | Reino Unido, Nueva Zelanda | 2018
ÁSS