Cronenberg y la belleza interior

Los paisajes invisibles | Nuestros columnistas

Crímenes del futuro hace un arte a partir de lo grotesco, ya sean gráficas mutilaciones o los horrores que llevamos dentro.

Eso es el filme del cineasta canadiense: el relato de un mundo en caos, aterrado por la aberrante evolución. (Serendipity Point Films)
Iván Ríos Gascón
Ciudad de México /

David Cronenberg le debe mucho a J. G. Ballard. Crímenes del futuro germina de un guion original pero la influencia del escritor inglés es patente en la perspectiva estético–ontológica para contemplar, imaginar, teorizar, profetizar, idealizar o desmitificar el organismo humano, un almanaque de piezas que, más allá de su función, poseen una morfología singular. Desde una óptica sensible, los órganos son un diseño de impecable ingeniería, que conjuga lo sutil con lo grotesco, lo delicado y lo monstruoso. Y si a esto le añadimos el valor cognitivo del dolor y del placer, o los extremos simbólicos de la salud y de la enfermedad o de la vida y de la muerte, el organismo adopta el atributo de un museo.

Ballard lo llamaba exhibición de atrocidades, y eso mismo es el filme del cineasta canadiense: el relato de un mundo en caos, aterrado por la aberrante evolución (o adaptación) que adquieren ciertos cuerpos, cuyo sistema digestivo se ha ajustado a sobrevivir con desechos industriales.

En ese futuro apocalíptico, Saul Tenser (Viggo Mortensen) es una especie de mutante al que le crecen órganos nuevos, de los que ignora su utilidad pero los exhibe en performances de cirugía de extirpación que le practica Caprice (Léa Seydoux), para un público fascinado con las intervenciones corporales (individuos retocados con orejas en la coronilla, frente, tórax, brazos y piernas; modelos deterioradas con tajos profundos en el rostro, que una artista le cercena ante los espectadores). En aquel universo de sublime transgresión, que Cronenberg ya había explorado en Dead Ringers (1988), la realidad se trastoca, diría Jean Baudrillard, en su sistemática objetiva, y lo mismo pasa con el arte y su sistemática subjetiva, intercambiando sus significaciones: la belleza interior ya no es una metáfora sino un concepto. Una autopsia es la ruta para hallarla. Lo bello son las patologías anatómicas que emergen cada vez que se mira más y más adentro, porque, como expresa Caprice, en lo profundo emanan otras respuestas a lo que somos (“hay que mapear el caos. Tenemos que crear el mapa que nos guíe al corazón de las tinieblas”).

En Crímenes del futuro, la cirugía es el nuevo sexo. Príapo es el bisturí, el abdomen Astarté. Saul Tenser confiesa que lo que más le preocupa es lo que pasa al interior del cuerpo, principalmente en el suyo, y es por eso que lo somete a constantes incisiones. La mutilación, convertida en arte, le proyecta una epifanía. Se piensa como un nuevo Dalí, equipara su trabajo con el de Francis Bacon. Al extraer los raros bubones que elabora de modo espontáneo, y exhibirlos como la artesanía de un organismo ensimismado en el rediseño de su forma original, se asume un genio, porque su creación le otorga sentido al vacío que deja el alma al abandonar el efímero envoltorio de piel y hueso.

La creación artística suele asociarse con el dolor. En Crímenes del futuro, igual que en Dead Ringers o en Crash, se traza ese paralelo en la certeza de que la belleza interior no es accidental, pero puede manifestarse en un accidente, mientras más aparatoso, más estético (Ballard escribió: “La crucifixión de Cristo podría considerarse en verdad el primer accidente de tránsito; claro está, si aceptamos la afortunada pieza anticlerical de Jarry…”).

No sé si David Cronenberg vio, o ha visto, la majestuosa obra del fallecido artista mexicano Arturo Rivera, en la que las mutilaciones y las entrañas poseen una poética, extravagante hermosura, lo que él persigue en las imágenes de su parábola estética de lo orgánico, una fábula no exenta de ironía, como en esa escena en la que Tenser y Caprice justifican sus performances ante el agente de la brigada Antivicio: “tenemos que extirpar esos órganos extraños. Su cuerpo puede matarlo”. A fin de cuentas, si no nos mata un auto o una bala o un avión o un tranvía, lo que nos mata es alguno de los accesorios que llevamos dentro.

AQ

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