En español, “virus” es un vocablo joven y, cosa rara, más de un siglo antes de emplear el sustantivo, ya se usaba el adjetivo “virulento”, aunque apenas como sinónimo de “venenoso” o “purulento”. Sus primeros usos eran equivalentes a “pus”; palabrita de aires rústicos. Antiguamente, para referirse a esta melcocha amarillenta, se prefería “podre”, de donde vienen “podrido” y “podredumbre”. Pero si me pellizco una pústula, tal como sugiere su nombre, prefiero que salga pus y no “podre".
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El Diccionario de Autoridades definía “virulento” como: “Ponzoñoso, o que tiene materia o podre”. Y nos regala dos usos antiguos: “Ferido del temor de las virulentas y venenosas palabras de los reprehensores” y “Hállanse algunos venenos tan virulentos, que luego en tocando cualquier miembro desnudo matan”. De la misma raíz latina vienen “viscoso” y “viruela”. Cervantes llega a escribir esta última en su Don Quijote, cuando un labrador habla de cierta doncella, que vista de un perfil es muy bella, “y mirada por el lado izquierdo no tanto, porque le falta aquel ojo que se le saltó de viruelas”.
Aunque similar, la palabra latina “vir” o cualquiera de sus declinaciones, como “virum”, es cosa distinta, pues significa “hombre”. De ahí viene “viril” y, con mayor deformación, “varón”. Nunca ha funcionado la traducción del Génesis en la que Adán dice: “Ésta será llamada Varona, porque del varón fue tomada”. Uno puede revisar desde ahí hasta el Apocalipsis y sabrá que en español nadie hizo caso a Adán; ni en latín, que dice: “Virago”. Aunque ésta ya nos suena emparentada con “virgen”, lo cierto es que la Vulgata no hace eco a Adán. El inglés se acerca más, pues Adán dice que si fue tomada del Man, habrá de llamarse Woman. Pero no me pregunten por el original, que no lo sé leer.
Una opción para crecer esta cuarentena es leer un buen diccionario etimológico. Pensemos, por ejemplo, que “cuarentena” y “cuaresma” tienen la misma raíz, y que los días que pasó Jesús en el desierto fueron una cuarentena. Hoy la palabra sobre todo significa un encierro de cualquier cantidad de días. Con este significado comenzó a utilizarse en la Edad Media, cuando mantenían a los marinos en sus naves durante algún tiempo antes de permitirles desembarcar. Los primeros astronautas también pasaron algunos días en una cabina hermética, pues la ciencia ignoraba si del espacio exterior podía llegar una forma maligna de vida.
Esperemos que estos cuarenta días y cuarenta noches, o los que tengan que ser, no los pasemos en blanco. Hay que aprovechar el tiempo para alimentar el espíritu y la mente, sobre todo ahora que caímos en la cuenta de que somos mortales, y la vida, como el dinero, hay que emplearla mejor cuando escasea.
SVS