Hace tiempo un hombre fue a una muestra de arte moderno. Cuando salió, le llamó la atención un objeto rojo. Se dio cuenta de que estaba viendo un extinguidor. Esto hace el arte moderno: cambia el modo de ver el entorno. Y esto hace Hong Sang-soo en Un cuento de cine (disponible en MUBI). Si lo dejamos, esta clase de cine cambia nuestra forma de mirar.
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El minimalismo de Hong poco tiene que ver con la falta de recursos. Como Capuano en Italia, estos autores piensan que es una cuestión de principios y que gastar más de doscientos mil dólares en una película resulta inmoral.
Un cuento de cine comparte con En otro país (del mismo Hong) la tentación especular, la ficción en la ficción, la puesta en abismo. Los personajes miran al creador y como nosotros preguntan ¿por qué? Son obras hechas también para meditar en torno al sentido de seguir creando ficciones cuando ya todo se ha dicho desde la grandiosidad hollywoodense hasta el minimalismo del cine de arte que fija su atención en pequeños detalles: los gestos, la actuación.
A la mitad de la película hay un cambio brusco. La obra se desarrolla entonces como una muñeca rusa que tiene dentro a otra muñeca rusa. La ficción en la ficción produce dos cosas: primero, invita a reflexionar en la posibilidad de estar siendo pensados; segundo, si lo permitimos, produce en nosotros la sensación de estar viviendo en una película, justo como el hombre que después de haber ido a una muestra de arte pudo ver un extintor con los ojos de quien, maravillado, ahora tiene tiempo para detenerse frente a un objeto cotidiano o es capaz de escuchar una música que, aunque fascinante, no se puede silbar.
El éxito de Hong resulta sorprendente incluso en su país. Al menos un millón de personas han visto cada una de sus más de veinte películas. Con la simplicidad del escritor Raymond Carver, Hong relata en su película Un cuento de cine la historia de un hombre que desea suicidarse. Aunque, tal vez, trate en realidad de un hombre que mira una película en la que hay un hombre que quiere suicidarse. O quizá trata, más bien, de un director de cine que, llegado el momento de su muerte, mira a un discípulo suyo que alguna vez le contó que quiso suicidarse. Y él muriendo, aferrado al último respiro, contempla a un hombre que alguna vez quiso morir. En el dibujo simplísimo de los personajes, se produce una poesía similar a la de Octavio Paz cuando dice: “Soy hombre: duro poco/ y es enorme la noche [pero alguien] me deletrea”.
Sin duda Un cuento de cine exige de esfuerzo intelectual y, tal vez, de alguien que señale qué mirar. Es importante fijarse en la obra de teatro que uno de los protagonistas disfruta durante la primera parte de la película. Es importante atender también a la voz en off que nos dirige, con la misma destreza con la que Hong dirige a sus actores, a través de un guion que se esbozó en tres días y que se completó con un grupo de amigos que aportó ideas durante el rodaje. Es importante fijarse también en el modo en que la cámara hace zoom cuando el director quiere subrayar emociones que surgieron de modo auténtico a causa de su modo peculiar de trabajar.
Por último, es necesario saber que Hong no hace cine como tampoco el poeta escribe realmente porque sea poeta. Uno escribe poesía para volverse poeta, para cambiar el modo de ver y al dejar el verso mirar a la calle, al amigo, a la hermosa mujer, con los ojos de quien ha aprendido a habitar la realidad alternativa de un poema o una ficción.
Un cuento de cine
Hong Sang-soo | Corea del Sur | 2005
AQ