Walter McMillan es Jamie Foxx en Cuestión de justicia. En esta película, un joven hombre negro se ve acusado por el asesinato de una mujer rubia.
Estamos en el sur de Estados Unidos y ser negro es vivir bajo sospecha criminal.
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Aparece entonces Michael B. Jordan, un abogado novel y lleno de ideales. Jordan desea defender a la minoría negra en una región donde el color de la piel te vuelve culpable. El drama está servido.
El buen estudiante de futuro prometedor se embarca en la aventura de mostrar que cuando menos hay un hombre inocente en este condado. Para ello pone en riesgo su vida. Pues ¿qué esperabas?, pregunta la activista que le sirve de secretaria. Estamos en el sur, la tierra del Klu Klux Klan.
Cuestión de justicia tiene lugar en este sitio que es encantador siempre que uno tenga el cutis blanco. En Alabama el tiempo no ha pasado. El racismo está vivo y es palpable. Ser negro (o latino para el caso) implica llevar escrito en la frente “soy criminal”.
El asesinato de la chica rubia es, para la mentalidad retorcida del protestante, ejemplo de la idiosincrasia que denunció Weber: Dios te ama, por eso te ha hecho rico.
Para los blancos de estos pueblos miserables, todos los otros, los pobres, son fracasados que Dios no ama y merecen morir.
Cuestión de justicia fue dirigida por Daniel Cretton, ganador de 33 premios en festivales de serie B. Uno tiene la impresión desde el principio de que la intención del autor era competir por un Oscar.
No sucedió, entre otras cosas, porque a pesar de estar llena de buenas intenciones la película está muy mal actuada.
Uno de los testigos clave en cierto juicio, por ejemplo, ha decidido que parece más malo hablando con la boca chueca (como Popeye). A todas luces ha producido una caricatura.
Incluso los protagónicos pasan trabajos haciendo creíbles a estos personajes que les quedan muy grandes. Faltó estudio de mesa; la historia nunca aterriza en un hecho que se trata de pasada y que debió haber sido capital: ¿por qué son así en este pueblo?
Cuestión de justicia tiene lugar en el sitio en que Harper Lee escribió hacia 1960 la novela Matar un ruiseñor y que contiene todos los temas que debió retomar Cuestión de justicia, una obra de ideas flojas y que parece perdida en una indignación que no le permite al director avanzar.
Uno entiende que los blancos detentan el poder y son incapaces de poner en duda el dicho de un policía racista, pero ¿qué es lo que ha llevado a este pueblo paradigmático del resto de Estados Unidos a ser como es? Nunca lo sabremos pues el director es maniqueo.
No se trata, por supuesto, de dar razones al racismo. Como todo mal radical, hay algo banal en el odio a una persona por el color de su piel.
Falta, sin embargo, una exploración de esta sociedad que se ha convencido de que el hombre negro, el latino y el asiático son esencialmente criminales.
Cuestión de justicia parece haber creído que bastaba un tema importante para ser importante. Aquí están las escenas y las intenciones. Sin embargo, la obra resulta mal.
Las interpretaciones son de cliché, y aunque los reos en la línea de muerte dan todo de sí no han sido dirigidos con buen arte.
Las secuencias se suceden una a otra, más cursis que profundas, sin tiempo para ahondar en el carácter de los protagonistas que son héroes, sí, pero héroes sin porqué; hombres atribulados con los que nadie consigue sentirse identificado porque son un cliché.
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