Dan Fante: parricida

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Como otros autores hijos de autores, el autor de Mooch decidió hacerle una modesta competencia a su padre y para aniquilarlo cambió de género, se hizo novelista y cultivó un estilo radicalmente distinto al del hombre que lo crio.

Dan Fante, escritor estadunidense. (Especial)
Iván Ríos Gascón
Ciudad de México /

El buen parricida no se desquita eligiendo un oficio distinto al del patriarca ni amoldando su personalidad en sentido contrario al del progenitor; el buen parricida no abjura amargamente de la figura de su encono, lo hace de modo sutil, como una referencia eterna a su desastre existencial. El buen parricida es una copia casi exacta de su enemigo, pero recargada. La malquerencia, entonces, adopta el cariz siniestro del odio hacia el espejo.

Así fue Dan Fante (1944–2015), un narrador tardío que apaleó al fantasma de su padre John a través de cuatro novelas, algunos cuentos y sus memoirs (Fante: un legado de escritura, alcohol y supervivencia), en las que el creador de Pregúntale al polvo y las sagas de Arturo Bandini encarna al patriarca tiránico, irascible y fracasado que, desde la perspectiva del hijo perdedor, malgastó su talento con el dinero fácil y los lujos vulgares en los comederos de Hollywood, los bares y el campo de golf.

Esas memorias no son, propiamente, un relato truculento sobre los defectos de John ni una simple crónica de martirio familiar. Por fortuna, el libro se ocupa de otros menesteres como la lectura y el método escritural (Dan Fante comenzó como poeta), y la remembranza de la indigencia, los empleos de quinta clase, la bebida y los bajos fondos.

Pero hablábamos del parricidio. Como otros autores hijos de autores, digamos William Burroughs Jr. o Martin Amis, Dan Fante decidió hacerle una modesta competencia a John y para aniquilarlo cambió de género, se hizo novelista y cultivó un estilo radicalmente distinto al del hombre que lo crio. Chump Change y Mooch, sus novelas más destacadas, no comulgan con la prosa o el temperamento estético de John sino que se parecen más a los de Hubert Selby Jr. o de Charles Bukowski. Textos feroces, atrabiliarios. Bitácoras de viaje a la ignominia, sinfonías desarrapadas y orografías mentales con despeñaderos que serían inconcebibles en el otro Fante, el vástago canalizó sus experiencias en el fango para llevar al extremo lo que el patriarca no quiso o no se atrevió a hacer: explorar el grado menos cero del amor propio, sentir el remordimiento con placer malsano. De paso, se permitió reelaborar.

Eso sucede en Mooch: continuación de las aventuras del alter ego Bruno Dante en Chump Change, esa novela es una clara reinvención de Pregúntale al polvo, sólo que rebosante de fluidos, hedores y jaquecas, y desprovisto de idealismo o sensiblería ya que a pesar de que Bruno Dante, como Arturo Bandini, también es pobre y se enamora de una mexicana, en Mooch no hay sueños sino puras resacas, hay más antipatía que afecto y menos pasión que revanchismo genital.

William Burroughs junior detestaba a Burroughs senior y en venganza, escribió apegado al estilo de Jack Kerouac. Martin Amis confesó cierto rencor a Kingsley y, en consecuencia, escribe con más víscera y humor torcido aunque no deja de alabar la grandeza paterna (Experiencia). En eso, Dan coincide con Martin: escrita después de la muerte de John, Chump Change, su primera novela, mira al padre como héroe, ídolo, guía y autoridad (literaria, no moral), aunque esa sombra atormente al borrachín, suicida y homosexual en ciernes que es Bruno Dante. Colérico y perdedor, como buen parricida chapotea en la infamia sólo para atormentar al fiambre metafórico con una prosa heredada de otras plumas, y reproches despiadados:

“Habiéndose criado en la escasez de los años treinta y viéndose ahora ante la hermosa y próspera ciudad de Los Ángeles —un kibutz paradisiaco sacado de una revista ilustrada— Jonathan Dante, aquel escritor muerto de hambre, supo que haría lo que fuera para conquistarla. Deseaba penetrar con su lengua cada uno de sus orificios. Sin embargo, no quiso darse cuenta de algo que hasta sus huesos sabían: que estaba lamiendo el clítoris a la mujer araña”.

AQ

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