Daniel Kahneman: el Nobel de Economía que era psicólogo

Ciencia

El pasado 27 de marzo murió el científico que, con ingeniosos experimentos. nos mostró la manera como tomamos nuestras decisiones.

Daniel Kahneman, 1934-2024. (Princeton University)
Gerardo Herrera Corral
Ciudad de México /

El primer psicólogo que, sin ser economista ganó el premio Nobel de Economía, ha muerto. El hombre que con ingeniosos experimentos nos mostró la manera, no siempre racional, como tomamos nuestras decisiones, murió a los 90 años.

Al elegirlo para recibir la presea Nobel en 2002, la Academia dijo que Daniel Kahneman había integrado sus investigaciones psicológicas en el análisis de las ciencias económicas, pero más allá de las distinciones, sus ideas sobre el comportamiento han marcado el profundo deseo de los seres humanos por entender nuestra propia naturaleza.

Daniel Kahneman es mundialmente conocido por su libro, Pensar rápido, pensar despacio, donde describe muchas de sus observaciones sobre la conducta.

Durante los años sesenta se dedicó a la psicología de la percepción y las reacciones corporales de las tareas cognitivas. En la década de los años setenta comenzó con las investigaciones que le darían visibilidad en colaboración con Amos Tversky tratando de entender las decisiones económicas con base en la psicología de las personas. De esta manera ambos acabarían fundando una nueva disciplina a la que bien se puede referir como Economía Conductual.

El gran trabajo de Kahneman y Tversky fue publicado en 1979 en la revista Econometrica. En ese artículo y los subsecuentes se describe la manera cómo elegimos entre alternativas.

“La gente le da poco peso a salidas que son puramente probables en comparación con resultados que se obtendrán con certeza”, una aseveración en el extracto de su artículo que es sustanciado en nuestra cultura con el famoso refrán: “más vale pájaro en mano que ciento volando”. A esta tendencia la llamó “efecto de certidumbre” y representa una aversión al riesgo en procesos de elección donde existen ganancias seguras, de la misma manera como la búsqueda de riesgo cuando las pérdidas son seguras.

Los seres humanos no siempre evalúan de manera pensada los costos y beneficios de sus elecciones; en lugar de eso, siguen una heurística primitiva que tiene sus orígenes en el remoto pasado de los homínidos y en sus capacidades adquiridas para sobrevivir en un mundo hostil. En sus procesos de decisión las personas se dejan influenciar más por una amenazante pérdida que por la posibilidad de grandes ganancias. Al elegir comentemos errores y sesgos motivados por prejuicios y antiguas marcas que dejaron las estrategias de sobrevivencia hace siglos, cuando dimos los primeros pasos sobre el planeta.

Con sus experimentos y observaciones los dos psicólogos echaron por tierra la idea del ser humano como Homo-öconomicus. Más allá del sofisticado desarrollo intelectual que implica la economía, nuestra especie pondera la intuición y acude a las preferencias que aparecen vertiginosas en nuestra cabeza; pensamientos irreflexivos que sin ser mediados por un desarrollo lógico nos llevan a decidir. Y, aunque detrás de los instintos hay una experiencia adquirida, una marca de la realidad y muchos aspectos prácticos aprendidos, no siempre podemos confiar en ellos porque a menudo nos llevan al error.

Los seres humanos al momento de decidir nos alejamos de las prescripciones que establece la teoría de probabilidades tomando atajos. La búsqueda de atajos heurísticos obedece a un miedo irracional a la pérdida. Preferimos no perder algo antes que correr el riesgo y ganar otro tanto. Este hecho establece una asimetría en nuestro comportamiento.

Hasta antes de la publicación de sus meditaciones, “la teoría dominante en las ciencias económicas se llamaba ‘Teoría de Utilidad Esperada’. Esta permitía analizar la toma de decisiones bajo riesgo y se aceptaba como un marco normativo de elección racional. Se aplicó por mucho tiempo como modelo descriptivo del comportamiento económico”. Con su trabajo, los psicólogos expusieron una serie de problemas en que las preferencias humanas violaban sistemáticamente los axiomas de la Teoría de Utilidad Esperada. De esa manera descartaron el paradigma ampliamente utilizado y propusieron su “Teoría de la Perspectiva”.

Hace nueve años que el sabio, experto en la toma de decisiones, se expresaba sobre el problema Israel-Palestina. En una breve pero brillante exposición señaló lo difícil que resulta pensar en una solución. La búsqueda de la paz entre israelíes y palestinos es complicada por hechos que no se pueden negar.

Kahneman expresó en esa ocasión los factores que complican la situación:

Hay un gigantesco desequilibrio en el poder y el poder desmedido proporciona, al que lo posee, el sentimiento de tener derechos especiales, al mismo tiempo que inhibe su empatía. Por otra parte, los seres humanos se habitúan rápidamente al estado de cosas; una estabilidad relativa como la que existe en ocasiones en Israel hace pensar que durará por siempre.

La posibilidad de sacrificar territorio y control para alcanzar la paz representa una pérdida enorme para Israel en la que los beneficios posibles son dudosos y demorados. No hay garantía de ganancia y si existiera ésta no sería inmediata. Hay un temor enorme a perderlo todo.

Todos creemos que tenemos derecho a defendernos y siempre nos percibimos como la parte agraviada; nunca admitirá ninguna de las partes en conflicto que ellos fueron los iniciadores porque no está en la naturaleza humana aceptar culpas.

La reacción vengativa y desproporcionada obedece a una amplificación de las ofensas en la que nuestras propias acciones nos parecen insignificantes.

Desde el punto de vista psicológico, no nos importa si estamos perdiendo la oportunidad para lograr la paz porque tenemos un temor enorme a confiar en el otro dando pasos a la reconciliación. Podríamos ser engañados y caer en la ingenuidad y eso es doloroso. Aquellos son antisemitas, piensan los israelitas, mientras los otros consideran que los otros son racistas; así se ejerce el derecho que todos creemos tener de atribuir al otro lo que piensa.

Sin embargo y a pesar de esta larga lista de obstáculos Daniel Kahneman considera que hay esperanza.

Lo que se necesita, dice, es liderazgo, alguien que pueda cambiar el sentir de la gente. No debemos esperar un cambio a partir de una política de masas, considera. “El cambio ocurrirá, —si llega a ocurrir—, gracias a un liderazgo. Los líderes pueden cambiar las cosas. Los líderes pueden inducir confianza. Los líderes pueden convencer a la gente de que vale la pena correr el riesgo. Los líderes pueden convencer a la gente de que el futuro distante vale la pena aun a costa de dolor inmediato. Esta es la única esperanza que yo veo”.

AQ

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