Es inevitable advertir una nostalgia sosegada, un resignado anhelo por la gloria de un tiempo extinto, en las palabras de Danubio Torres Fierro. “¿En qué momento reparamos en que la parte y el todo marchan unidos, y que la culminación de una etapa de la vida lleva consigo la culminación de la propia vida? ¿Cuándo nos damos cuenta de que la vida que se nos asignó es ya pasado y que cuanto más es pasado menos permanece?”, se pregunta en el prólogo de su libro más reciente, Fin de ciclo (Taurus, 2021).
Veterano del periodismo cultural, Torres Fierro se sabe perteneciente a una generación casi extinta, cuyo esplendor reverbera todavía en el medio literario hispanoamericano, pero pierde ímpetu a medida que se consolidan las transformaciones del siglo XXI. Su discurso traza la imagen de un hombre enfrentado a la inminencia. “En el mundo de estos días”, escribe, “la crítica literaria y el análisis cultural pierden espacio y se evaporan”. La afirmación es particularmente severa porque surge de la pluma de uno de los testigos capitales de la bonanza literaria durante la segunda mitad del siglo XX, que miró con lupa los pasos del boom latinoamericano desde su estallido y rastreó las huellas de quienes lo precedieron.
Dueño de una voz afable que emana simpatía desde la primera interlocución, entabló amistad con algunos de los protagonistas de la literatura hispanófona (a quienes, no obstante, nunca consideró “monstruos sagrados, sino ciudadanos de a pie”): Jorge Luis Borges, las hermanas Silvina y Victoria Ocampo, Bioy Casares, Guillermo Cabrera Infante, Eduardo Galeano, José de la Colina y Octavio Paz, por mencionar apenas a un puñado. Son precisamente las querencias el otro agobio que merma su ánimo: “los amigos se van y uno se queda solo, sin su compañía, sin su ejemplo, sin su ayuda”.
La suma de estas certezas, junto a la irrupción de la pandemia de covid-19, detonó el deseo de reunir en un libro 39 de sus mejores textos. En ellos hace desfilar a un elenco de virtuosos de la palabra (entre otros, Julio Cortázar, Ida Vitale, Juan Carlos Onetti, Carlos Fuentes, Elizabeth Bishop, Ezra Pound o Lionel Trilling, además de los mencionados líneas arriba). En entrevista vía telefónica, Torres Fierro lo sintetiza en una frase: “es una reunión de familia”.
Con el subtítulo Testamentos literarios, el libro de quien fuera secretario de redacción de la Revista de la Universidad de México y de Plural, además de uno de los fundadores —con Octavio Paz— de Vuelta, deja entrever su forma personal de concebir la crítica literaria. “Siempre me ha interesado practicar una escritura donde la vida y la literatura estén reunidas, donde se conjuguen una a la otra. Uno descubre que la literatura y la escritura son compromisos fundamentales que tienen que apelar a los extremos; las medias tintas en el arte y en la literatura no sirven”.
Por eso no tiene reparos en reconocer que el paso del tiempo le provoca melancolía y que, de hecho, es la nostalgia el “halo común” que envuelve a las 39 estampas incluidas en Fin de ciclo. El sentido del título, por cierto, apunta en varias direcciones: tiene, por una parte, el empeño íntimo de condensar en una frase la voluntad de retratar una época; al mismo tiempo, es “un fin de ciclo multiplicado, acentuado por el desencadenamiento de la pandemia, donde se juntan lo personal, lo colectivo y lo universal. El fin de ciclo está por todas partes: si pensamos, por ejemplo, en lo que propone el actual gobierno de México, hay una posibilidad abierta de transformación y de cambio, aunque no sepamos hacia dónde irá eso”.
“En el siglo XXI”, agrega, “nos habíamos introducido en una especie de refrito permanente de casi todo. Todo tenía un aura de ya conocido, visto o experimentado, y la reacción a esa pequeña pesadilla es que se está abriendo algo nuevo. Desconocemos el futuro, pero ahí está una posibilidad”.
El crepúsculo de la cultura
En la celebración de los 90 años del editor Richard Baron, su amigo E.L. Doctorow se refirió a la década de los 60 como “una época terrible pero también maravillosa”. Danubio Torres Fierro coincide, a su modo, con el autor de Ragtime. El anterior “fue un siglo de gran explosión literaria, un momento de gran efervescencia. No sólo por el boom; si pensamos en los 50 años finales de la literatura en Estados Unidos, o de Europa en general, vemos que era una época floreciente de las letras. Todos la disfrutábamos como una gran fiesta literaria. Eso también empezó a modificarse con el inicio de este siglo. Aquella expresión exuberante ya no está animada por el mismo ímpetu. Ahora son otras las coordenadas”.
Hay una analogía, a decir de Torres Fierro, entre el ocaso de la literatura como él la conoció y el declive de la prensa cultural. “La crítica literaria ocupó un lugar importante en el siglo pasado. Los suplementos y las revistas en casi todo el mundo tuvieron un momento de gran auge. Eso ahora se está diluyendo. Necesitamos una actitud de mayor respeto ante el hecho cultural, porque otra de las líneas que conforman este siglo XXI es una cierta irresponsabilidad frente al arte. Se entra de manera muy alegre en el mundo de la cultura, pero sin respetar sus dimensiones más profundas”.
La literatura tiene de origen un carácter universal, una aspiración unificadora. Sin embargo, como sugirió Jean Baudrillard en El paroxista indiferente, “globalización y universalidad no van de la mano, son más bien excluyentes”. De ahí que Danubio lamente el curso que ha tomado la historia en años recientes. “La globalización nos está llevando de regreso a una estrechez pueblerina. Es un curioso fenómeno ecuménico: lo mundial nos está devolviendo al laberinto del nacionalismo. Durante la última mitad del siglo pasado era todo lo contrario: había una actitud de apertura, de receptividad, y una mirada crítica sobre el mundo que buscaba aprender de esa experiencia”.
¿Será cierto, entonces, que todo tiempo pasado fue mejor? ¿La literatura de nuestros días no tiene nada que ofrecernos? “Cada vez que visito el presente”, dice, “suelo salir decepcionado, porque hoy se pone la calidad extraliteraria antes que la responsabilidad artística. Eso me molesta. Primero debe existir la fortuna del arte y después los mensajes. Los movimientos reivindicativos no constituyen el centro irradiador del arte”.
A pesar de todo, el escritor conserva el optimismo. Se rehúsa a sostener que toda esperanza se perdió en el tránsito entre siglos. Con elocuencia, afirma: “A lo mejor siempre ganamos… Sabiendo leer, siempre ganamos”.
AQ