Como sus paisanos Luis Cardoza y Aragón, Carlos Mérida o Augusto Monterroso, el guatemalteco Darío Escobar decidió residir en México, un país “cosmopolita” tema de sus reflexiones, donde durante un año instaló obras icónicas de su catálogo en el acervo virreinal barroco del Museo Nacional de Arte, con la muestra La palabra es de plata, el silencio de oro que recibió casi medio millón de visitantes.
“México nunca deja de sorprenderme, hay una gran producción artística, que está relacionada con toda una gran tradición creativa. Es un país que tuvo la suerte de poseer una dimensión muy grande en distintas épocas. De hecho, el México virreinal sin lugar a dudas era mucho más importante que la misma España y se creó una amalgama: no ha habido nadie que no haya pasado por México”, comenta el arquitecto de formación, cuyas obras han cuestionado el colonialismo a lo largo de tres décadas, y quien adelanta que ya obtuvo la residencia y va por la nacionalidad mexicana, sin menguarse su origen.
El diálogo podría definir a este artista del residuo, que antepone la historia al olvido, la intervención al colonialismo. La misma entrevista termina siendo intervenida por él, con una variedad de temas que podrían prolongarla hasta el infinito, desde la obra de Thomas Bernhard hasta las novelas de Mario Vargas Llosa; desde Taylor Swift hasta los museos, muchos de los cuales, a su juicio, ya solo buscan entretener. Orgulloso de la gran cultura guatemalteca, un país pequeño con altos índices de analfabetismo y dictadores, que no obstante tuvo ya un premio Nobel de Literatura, Miguel Ángel Asturias, subraya las afinidades de su país con México, desde la gastronomía hasta su pasado remoto.
Dice que sus instalaciones e intervenciones buscan dialogar con todas las expresiones y escuelas del arte, en la charla a propósito de la publicación del catálogo de La palabra es de plata, el silencio de oro (Turner, 2023), que da cuenta de la conversación entre las patinetas, los desechos de autos, el vaso de refresco de McDonalds forrado en oro de Darío Escobar (Guatemala, 1971) con las obras del Munal.
El libro reúne ensayos sobre la obra de Escobar, y sobre la exposición en particular, de Dan Cameron, Javier Payeras, José Luis Falconi, Michel Blancsubé, Thomas B. F. Cummins y Julia Buenaventura.
Ni siquiera los medios de comunicación escapan a su visión crítica: confunden la formación con la información, dice sin piedad el creador guatemalteco, admirador apasionado de David Alfaro Siqueiros.
¿Dónde termina la realidad y empieza la creación?
La creación está muy vinculada dentro de la realidad misma. Existen distintas maneras de ver e interpretar el mundo. Para mí algo importante es la conexión en que el arte es una forma de percibir la realidad, no de imitarla, porque el gran problema del arte que intenta imitar la realidad es que termina siendo tan próximo a ésta, que puede llegar a pasar inadvertido. Y lo que necesitamos es un espacio de contemplación y alejarse y reflexionar sobre las cosas. Es muy interesante ver cómo se ha desdibujado el mapa del conocimiento y la transmisión de información. Vengo de una generación que fue formada y autoformada desde una perspectiva académica, había mucho interés en que las cosas que se producían tuvieran efectos de contribución a la sociedad, maneras diferentes de percibir las cosas, otras lecturas de la realidad. Hoy, con esta saturación de información, hay una cultura de comer y desechar; se consume imágenes de una forma que pocas pueden quedar dando vueltas en el consciente o el inconsciente para ser analizadas y reflexionar sobre estas.
La exposición La palabra es de plata, el silencio de oro es un cuestionamiento al arte barroco, pero yo veo la obra de Darío Escobar de cierta manera muy barroca.
Te puedo contestar con algo que puede parecer un argumento muy moderno: artistas como Picasso cuestionan la pintura pintando. Así de fácil. Cuando tuve la invitación por parte de Carmen Gaitán, entonces directora del Munal, de hacer un proyecto, ella me propuso la sala de exposiciones temporales. Yo conocía el Munal desde mucho antes porque tengo una relación muy próxima con México de por lo menos 20 años, y recordaba una sección muy interesante de pintura virreinal. Y decidí persuadir a Carmen que sería mucho más estimulante para el público reactivar en alguna medida estas salas que no visitaba mucho la gente, y tomar en consideración que mi trabajo siempre ha sido una conversación con la historia del arte desde un lugar como Centroamérica. Era muy importante para mí dialogar mi trabajo temprano, porque todas estas obras de las patinetas de plata, el vaso de McDonalds, etcétera, son de finales de los 90. Me parecía muy pertinente establecer estas conexiones y conversaciones pendientes y empezar a imaginar un poco un mapa desde una perspectiva más mordaz: repensar el barroco y nuestras condiciones y nuestros espacios dentro de una estructura de dominación.
Y se me ocurrió elaborar esta exposición y conversarla con estas obras mexicanas del virreinato de la Nueva España. Me pareció muy acertada esta conversación. Tuve la suerte de contar con todos los conocimientos del curador en jefe de la sección, Héctor Palhares (actual director del Munal desde abril pasado) y de Michel Blancsubé, un curador independiente. Logramos establecer conexiones, tensiones en las salas. Fue una exposición muy exitosa, que se tenía contemplado que duraría ocho meses, y duró un año. Tuvimos casi medio millón de personas. Fue fantástico, una gran experiencia. Y fue para mí muy importante cerrar un ciclo, un ciclo de conversaciones con el barroco, de tensiones entre cómo se elabora lo culto, cómo se elabora la popular, quién determina esos espacios dentro del discurso contemporáneo y como resultado sale este libro, que tiene ensayos fantásticos, entre ellos de Thomas B. F. Cummins, director de la Facultad de Arte de Harvard, especialista en arte virreinal de América Latina; otro ensayo fantástico de Dan Cameron, curador y crítico de arte estadunidense, que empezó a lanzar al mundo esta idea de una América Latina universal en comunicación con el mundo y no desde una perspectiva ni folclórica ni súbdita, sino en la misma frecuencia y el mismo nivel.
Quisiera hablar un poco sobre el concepto de lo infinito en el arte. Usted pone estas obras, concebidas en los 90, en una instalación con pinturas virreinales, y así crea obras diferentes. Y si las situara en otro contexto, volverían a ser nuevas obras. ¿Cómo asume su obra esa infinitud?
Eso es interesante. Me parece muy buena cuestión. Estas obras fueron producidas entre 1998 y alguna nueva del año pasado (2022). Pero esa infinidad es como el laberinto en un espejo, que se crean imágenes nuevas de maneras infinitas a partir de los diálogos y las conversaciones. De hecho, antes de decidirnos por el título La palabra es de plata, el silencio de oro teníamos como idea ponerle a la muestra una frase de Borges que me gusta mucho, no puedo citarla ahora a cabalidad, pero es algo así como: Bastan dos espejos encontrados para crear un laberinto. Es preciosa. Y es una metáfora pertinente de esta exposición. Estas obras creadas con las obras creadas hace 400 años generaron una nueva obra, porque era confrontar dos espejos ante la infinitud de códigos, signos y percepciones.
Y algo que más me llamó la atención fue ver estas salas reactivadas con jóvenes, porque había una manera de que se encontraran conexiones y lo más importante que pretendíamos en esta muestra era el paso del tiempo y la no inmediatez con la que estamos viendo hoy el mundo. Estos parámetros y estos espacios que no necesariamente se repiten, pero reinciden. Podemos decir que siempre van existir Otelos y Desdémonas, lo único que cambia es la época en que esto se desarrolla. Las grandes pasiones del hombre, las grandes contradicciones, siempre van a estar ahí.
Algo que pretendíamos era cuestionarnos muchos aspectos, por ejemplo, hoy se habla mucho de decolonialidad, fueron temas bastante interesantes y tocados con mucha pertinencia hace más de 20 años. Hubo artistas brasileños que los abordaron en la Bienal (São Paulo) del 1998, curada por Paulo Herkenhoff, quien utilizó las teorías de (Oswald) de Andrade sobre la antropofagia, de venir, devorar y hacer nuestros todos los ejercicios culturales occidentales. Este ejercicio antropofágico era muy interesante para mí como se planteó en el barroco. Cuando yo empiezo con estas obras a finales de los 90, mi interés primordial era generar una tensión, hablar de un modelo prácticamente intacto que aún se repetía en países como Guatemala, que lo único que cambiaba era la época, aunque probablemente había más crueldad en el ejercicio colonialista porque en ese momento no vivían Pedro de Alvarado ni Hernán Cortés como corregidores, pero teníamos a las transnacionales cumpliendo ese papel.
La historia del siglo pasado en Guatemala es elocuente en esto. Incluso su democracia y progresismo con Jacobo Árbenz, que fueron depuestos por influencia de esas transnacionales.
Es muy interesante que hoy se saque la figura de Árbenz, que siempre fue muy oscura. Ocurre a partir de la novela de Vargas Llosa, Tiempos recios, que por cierto es fantástica. Como guatemalteco, muy interesado en esa época, le puedo decir, no tiene errores. Todos los contextos, los lugares, los restaurantes, los burdeles, todo lo que aparece ahí es de una precisión inaudita.
Por el otro lado, estas obras “infinitas” suyas, paradójicamente, son efímeras, no vuelven a ser.
Mi obra tiene un ejercicio muy complejo en cuanto a la permanencia y su desaparición. En el Munal mostramos prácticamente una instalación a partir de la conversación de obras de distintas épocas bajo la misma directriz estética y de cuestionamiento social, y duró muy poco. Sin embargo, tenemos el registro en este libro. Un paisajista guatemalteco, cuando yo le hablaba de si la acuarela es tan efímera porque puede desaparecer fácilmente por su exposición a la luz, él me decía que es como un perfume, una danza, hay que disfrutarlo mientras dure su olor o su ejecución. ¿Por qué buscar la permanencia si ni siquiera nosotros somos permanentes? La experiencia de la vida se arraiga en el contacto, en estas primeras impresiones, estos recuerdos que van formando todo un inconsciente para bien o para mal.
También tienen una relación con el arte povera de los 60, nomás que enriquecidos los desechos.
Insisto, mi obra es una conversación con el arte universal desde mi contexto. Pongo sobre la mesa el cadáver, que es la cultura occidental, y lo disecciono. Me parece muy interesante reconocerse, porque a través de reconocerse existe esta infinitud de proyecciones del espejo hacia laberintos sin fin. Es muy importante para mí el acercamiento al arte desde una perspectiva antropológica. Muchas de las producciones actuales están muy ligadas a la antropología, porque el arte brinda mayor información que vestigios arqueológicos, a través del arte entendemos avances en las civilizaciones. Pero, ¿qué es un avance? Hemos avanzado tecnológicamente en los últimos 100 años de una manera terrible, pero en ciencias humanas no, no hay filósofos que nos enseñen a ver el mundo desde otra perspectiva o que cuestionen la realidad, pero sí existen aplicaciones que nos dicen lo que queremos ver. Es muy curioso que el humano va hacia espacios más alejados de su propia condición frágil y limitada de su existencia.
Las conversaciones con la historia del arte son muy importantes, esto lo descubrí sobre todo en España cuando supe, por ser guatemalteco, pertenecía a una cultura súbdita. Ahí empezaron mis cuestionamientos: ¿quién define la alteridad o lo subalterno de una cultura en función de qué? Pertenecemos a una de las culturas civilizatorias de la humanidad: la maya. Entonces ¿cómo me podían decir a mí los visigodos que mi cultura era una cultura “súbdita”? A partir de ahí empecé a desarrollar una serie de obras que confrontaban las grandes producciones civilizatorias europeas, y el primer punto de partida fue el cuestionamiento del barroco, trabajando obras barrocas completamente a destiempo, como una manera de cuestionar y de decir: aquí seguimos igual. Si esto es lo súbdito, aquí les va la pedrada de vuelta. En lugar de trabajar un retablo para una catedral, trabajé una patineta, una tabla de surf, con las mismas grandes técnicas, repujados, martilineados, traídas aquí por España.
Y a propósito de contradicciones. Dice que la mayoría de los visitantes a su exposición eran jóvenes. En otras muestras de arte contemporáneo, como las de Yayoi Kusama o Ai Wei Wei, se hacían filas infinitas de jóvenes, que incluso acampaban para poder entrar a los museos donde se presentaban. ¿Cree que los jóvenes entienden mejor su arte que las generaciones anteriores?
Es una pregunta compleja de responder, pero le puedo decir que cada generación se aproxima al ejercicio estético, artístico, literario, desde distintas perspectivas. Pienso que nuestra generación está más ligada en un ejercicio crítico de poder reflexionar y generar estas tensiones necesarias y poder entender ciertos aspectos de la vida. Y, probablemente, las nuevas generaciones son más visuales. Sin embargo, me parece que las nuevas generaciones, pese a estar sobre informadas —que no estoy tan seguro, porque probablemente es todo lo contrario, el acceso a internet, a la información es tal que ha provocado una especie de analfabetismo selectivo, porque hoy la información está a un clic de todo—, al encontrar estos jóvenes códigos con los cuales se sienten familiarizados, como patinetas, pelotas de futbol, raquetas de tenis, bates de beisbol, estos elementos que han sido percibidos de una ordinaria adquieren una condición extraordinaria a la hora de ser albergados por una institución.
Esto genera una manera diferente de percibir el mundo. Hoy amanecí con esta onda de dar referencia, pero recuerdo una frase de Santa Teresa de Ávila. No existe nada mejor que hacer lo ordinario de manera extraordinaria. Eso me gusta mucho, el arte logra eso. Y la obra que logra generar un espacio desde un formato extraordinario sigue su continuidad en la transferencia de información. Lo que buscamos todos los artistas, por lo menos yo, es lograr esa complicidad de sensibilidades, que lo ordinario entre en otra posición, en otro formato, y al mismo tiempo genere lecturas y este clic; el arte no va a cambiar el mundo, pero sí puede encender una chispa a través de la percepción de otras cosas y ver el mundo de otra manera, que ya es una manera de entender el mundo de otra forma.
Como artista ve algo extraordinario en un camión de redilas, en una patineta, en un vaso de McDonalds, que en realidad son desechos de una sociedad. ¿Qué es para usted lo residual?
En la cultura contemporánea, me atrevería a decir que no podemos juzgar nuestro tiempo por lo que consumimos pero sí por lo que desechamos. El residuo, en realidad, puede ser lo que sobra a la hora de levitar dos cantidades, podemos hablar que ese pequeño residuo son esas dosis de sensibilidad y de percepción desde otra frecuencia. Cada día me interesa a mí más un arte que tiene conexiones, sí, con la vida, obviamente, pero más con el individuo. El arte tiene una función social bastante clara y es llevarnos a un espacio de sensibilidad y, por ende, de empatía hacia los demás y hacia las cosas. Creo que el arte no simplemente puede ser relegado a ese espacio de recreación, en donde parece estar hoy en día, sino que tiene espacios más complejos. Hace rato exponía mi idea de cómo los medios de comunicación y los telenoticieros ya no informan, sino entretienen. Y tengo a veces la percepción que mucha de la programación de museos y galerías su función ya no es reflexionar a través de las artes visuales, sino entretener al público, en ese proceso ha habido muchos problemas, porque hay muchos lugares que, con tal de tener llenas sus salas, no le dejan nada al público más que una selfie.
A mí me gustan los libros, los ensayos bien escritos, las opiniones aunque no concuerden con las mías, de hecho, puedo llegar a preferirlas porque me hace enfrentarme a una situación mucho más compleja de cuestionamientos. Estamos en un momento muy complaciente en general, hablaba con amigos que trabajan en revistas y me dicen que no está particularmente permitida la crítica porque puede herir muchas susceptibilidades. Pero vengo de una etapa en la que, recuerdo, la primera crítica que obtuve en mi primera exposición, muy jovencísimo, una persona me invitó a regresar a la arquitectura, me dijo que no tenía talento como artista y consideraba que era una pérdida de tiempo. Pero yo no saqué un hashtag: #NoMeDiscrimines por esto. La aceptación es suficiente, pero no necesaria. Para las personas que estamos en este ejercicio creativo es precisamente establecer vehículos de comunicación y poder percibir la vida desde otra perspectiva. Sigo teniendo este interés en el ser humano y su pensamiento.
AQ