Autobiografía: mándeme a la silla eléctrica
Oxido la tarde en el café
Un duelo negro refleja mi sombra
Recorro el cielo
Mi eterno Meinkampf
Ataúd negro sin estrellas
Las estaciones son polvo negro
No existe el color
El negro es mi duelo
Mis ojos tapados en una celda blanca
No hay voluntad
Los tranquilizantes son el péndulo de mi mente
Aquí estoy encerrado
En mi crujía
Donde ninguna alma late
¿La salud mental?... Es su invención
Psiquiatras asesinos
Enfermeros carcelarios
Enemigos de la invención y la Utopía
A mi huelga de hambre
Pinchan mis venas con comida artificial
Cada gota que cae es un gusto por mi náusea
Me es vetado el grito
Un golpe
Otro madrazo
En un psiquiátrico
Donde ronda mi cadáver
No espero mi Hiroshima
Soy un ciudadano desconocido
Soy un expediente psiquiátrico
Donde no tengo nombre
Ni historia.
Arte poética
No me interesa ser un hombre fragmentario
Ni eructar Marx Marx cada media hora
No quiero ganar un concurso
Ni tampoco becas
Ni ser un poeta profesor
Solo quiero
Caer desnudo en el fondo de un poema
Fábula de amor
Nuestro amor es una fábula
Una película que nadie quiere
Filmar
Dos muchachos
Dos cuerpos desnudos en la hierba:
Y aire haciendo vibrar
Ondas de colores
Nuestro amor es una historia
Prohibida
Y aun así tú y yo
Nos besamos en reforma
Y en la universidad
Ocultos en las sombras
Y también cuando
No resistimos
El brillo y la atracción
De nuestros labios.
La fuerza de cuatro piernas
Y esta honda ternura
Y la necesidad de
Amarnos
Frente a la luz del día.
Simplemente como dos hombres que se aman.
Blues para el retrato de un muchacho proletario
En aquel invierno miré su rostro por primera vez: tenía 16 años, el rostro demacrado y más hermoso aún que el del Che Guevara.
Esta tarde el atavismo es inevitable, esta tarde evoco el rostro de aquel muchacho proletario.
En aquel invierno los termómetros marcaban 3° bajo cero. Y sus zapatos estaban rotos y sus blue jeans raídos y sus bolsillos sin monedas. (Si Vittorio de Sica lo hubiese visto seguramente lo habría filmado.)
En aquel invierno cada claxon era un hito entre el suicidio y la vida, una campanada loca que se rompía lentamente en su tímpano. Sus retinas se concentraban con asco en un lujo inaudito, en un orden aparente, en una cruel abundancia.
En aquel invierno él acostumbraba pararse frente a los baños de vapor o en una esquina. Y en los glaciares esquizofrénicos de su mente anidaba la esperanza de poder vender esa noche su cuerpo a cambio de una cama y un plato de comida.
ÁSS