David Bowie y la antipsiquiatría

Libros

El yo dividido, del psiquiatra Ronald D. Laing, cumple 60 años de publicado; es, además, uno de los cien libros favoritos del creador de Ziggy Stardust.

David Bowie, durante un concierto en Motnreal, en diciembre de 2003. (Foto: Shaun Best Reuters)
Silvia Herrera
Ciudad de México /

Entre los cien libros favoritos de David Bowie predominan los de literatura. Fuera de este ámbito, llama la atención el volumen sobre la enfermedad mental, específicamente la esquizofrenia, El yo dividido (The Self Divided, 1960), del psiquiatra escocés Ronald D. Laing (1927-1989), que cumple 60 años de su publicación. Como sabe el seguidor de Bowie, casi toda su obra surge de la creación de un alter ego —Ziggy Stardust, Aladin Sane, The Thin White Duke, Lazarus—, así que puede decirse que en su personalidad había un elemento esquizofrénico. Este desdoblamiento, no obstante, Bowie lo manejó ante todo como un principio estético, por lo que se aleja de cualquier interpretación clínica.

Con El yo dividido nace la antipsiquiatría, una corriente que se acercó a la enfermedad mental con una perspectiva opuesta a la tradicional, en la que los fármacos y los electrochoques forman parte habitual de la terapia. La teoría antipsiquiátrica, de un modo muy general, parte del cuestionamiento de lo que es la locura. poniendo a discusión quién es una persona normal y quién no. En la siguiente cita, aparece la revolucionaria idea de Laing de que entre un “loco” y una persona “normal” no hay diferencias: “Cuando certifico que alguien está mentalmente perturbado, no estoy utilizando palabras equívocas al escribir que está trastornado mentalmente, que puede ser peligrosa para sí mismo y los demás y que necesita cuidados y atención en un hospital para enfermos mentales. Sin embargo, al mismo tiempo, tengo conciencia de que, en mi opinión, hay otras personas, a las que se considera sanas, cuyas mentes están no menos radicalmente enfermas, que pueden ser igual de peligrosas o más para sí mismas y para los otros y a las que la sociedad no considera psicóticas o como personas que deben estar en un manicomio”. Y termina rematando que, en tanto que psiquiatra, solo puede reconocer a esquizofrénicos crónicos, mas no a los del mundo “normal”. Si queremos establecer una diferencia entre los locos “locos” y los locos “sanos o normales” es que los primeros se sienten rebasados por la realidad cotidiana o inmediata; en términos de Laing, los enfermos mentales crónicos carecen de la seguridad ontológica primaria.

En su tercer álbum, The Man Who Sold the World (1970), en el tema “All the madmen” Bowie maneja esta idea: “Día tras día/ se llevan a mis amigos/ a mansiones frías y grises/ en la parte alejada de la ciudad/ en la que los débiles andan por las calles/ mientras que los cuerdos se esconden. [...]// No me liberen soy de lo más insoportable/ Solos mi librium y yo/ y mi tratamiento de electroshock hacemos tres.// Porque prefiero estar aquí/ con todos los locos/ que perecerán junto al triste hombre libre./ Y prefiero jugar aquí/ con todos los locos/ porque estoy contento ellos son tan cuerdos/ como yo”.

En la letra el hospital psiquiátrico ocupa un sitio preponderante, pero Laing pondrá mayor interés en el espacio donde pensaba que nace la enfermedad mental: la familia. Si la familia deviene catalizador de la locura, se debe a que los integrantes “normales”, pero al mismo tiempo peligrosos, afectan al integrante propenso a la inseguridad ontológica primaria. El aparente sinsentido del habla y comportamiento del enfermo mental adquiere lógica dentro del esquema familiar. Posteriormente, Laing abandona esta tesis pues se dará cuenta que no existen las familias “normales”; otra de sus aportaciones será el reconocimiento de que la familia disfuncional es la norma en la sociedad capitalista.

Las ideas de Laing se conectan con las del Artaud de Las cartas de Rodez y del Michel Foucault de Vigilar y castigar; al ponerse del lado del enfermo mental se vuelve igualmente precursor en la defensa de los grupos minoritarios desamparados. En la etapa final de su carrera, se volvió más un crítico de la cultura y su visión del “loco” adquirió rasgos místicos.

Para concluir, apunto un dato curioso: cuando al dejar establecido que a veces no hay modo de distinguir a un loco “loco” de un loco “normal”, los críticos ponen como ejemplos a políticos. Durante los tiempos de Laing, el presidente republicano de Estados Unidos, Richard Nixon, se consideró un loco en el poder; en la actualidad, coincidentemente, es otro republicano: Donald Trump.

ÁSS

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