David Huerta: "la poesía no puede reencauzar el mundo”

Entrevista

El ganador del Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances 2019 traza en esta entrevista los caminos de su obra.

David Huerta recibirá el Premio FIL el sábado 30 de noviembre a las 11:00 horas. (Foto: Araceli López)
Diego José
Ciudad de México /

La poesía no arregla nada. No puede reencauzar el mundo David Huerta recibe el día de hoy el Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances 2019. El jurado reconoció su ímpetu poético y su capacidad para asimilar distintas tradiciones literarias. Su rica y compleja obra está reunida en su mayoría en La mancha en el espejo: poesía 1972-2011 (FCE, 2013).

En tu poesía existe un vínculo estrecho entre lenguaje, vida y pensamiento. ¿Cómo ha sido esta relación a través de tu historia poética?

No nada más en mi poesía hay ese vínculo, a veces muy estrecho, a veces no tanto; está en la poesía de una gran cantidad de poetas. En mi caso, resulta un poco difícil precisar esas relaciones, esa red, esos vínculos, porque cada poema que compongo establece diferentes formas y ejecuta valoraciones de todo tipo para presentar esas relaciones. Un ejemplo: las personas gramaticales. No es lo mismo escribir un poema en primera persona, rasgo principalísimo del poema lírico, que en segunda o tercera persona. La relación vida-lenguaje-pensamiento se modifica si utilizas el modo imperativo, que aparece en ocasiones y siempre me ha intrigado. Cuando Rubén Darío dice “Ama tu ritmo y rima tus acciones/ bajo tu ley, así como tus versos”, está interpelando a otra persona, a un poeta seguramente —o a un aspirante a poeta—, y su propia vida queda en un segundo plano, mientras que en el primer plano aparece su voz, llena de autoridad (es la voz de un poeta grande), para aconsejar, iluminar, guiar. Cuando escribo “El mundo es una mancha en el espejo”, al principio de un libro, afirmo algo que puede ser controvertible pero que a mí me parece que vale la pena escribir. Lo hago de una manera general, ofreciendo a los lectores una idea —una idea poética— que me parece digna de atención y a la que en los versos que siguen trato de sacarle algún partido, también poético. Ahí está la vida de mi pensamiento poético y el lenguaje está ceñido a un patrón rítmico muy claro, el del endecasílabo (como en los consejos de Darío en modo imperativo). Lenguaje, vida y pensamiento son palabras de alto contenido vitamínico y hay que tratarlas con cierto comedimiento porque el riesgo de no hacerlo lleva a los abismos del lenguaje vago, impreciso, que nada dice o dice muy poco y casi de nula importancia.

Tu obra representa una imponente catedral lingüística edificada sobre el trazado de muchas intuiciones, dudas, hallazgos. Debe ser complejo y gratificante mirar el camino andado. ¿Podrías reflexionar sobre algunos de los momentos clave en la construcción de tu obra?

Todo momento en el trabajo propio es clave. A mí me fascina la idea de Becket, aquello de “si fracasas, inténtalo de nuevo: fracasa mejor”. No suelo reflexionar sobre la importancia de mi trabajo ni he sido capaz de verlo en perspectiva, mucho menos lo veo como una “imponente catedral lingüística”, aunque me guste mucho esa idea arquitectónica, cómo no. En el pasado, en la antigüedad, los poetas eran como alarifes, auténticos artesanos. A mí me gusta ver así a los poetas y los más grandes que he conocido se ven a sí mismos como eso, como artesanos. Un ejemplo: José Gorostiza. La única vez que lo vi en su casa, ya muy viejo, habló de cómo hizo Muerte sin fin: ladrillo sobre ladrillo. Por eso lo llamé en algún lado “un alarife genial” o si quieres: albañil sublime. Estoy seguro de que esa descripción no le hubiera disgustado; tenía una conciencia muy aguda de la voluntad constructiva de los artistas y de los poetas en particular. Una de las señales que me guía en la vida y en el trabajo literario es un texto de Gorostiza que se llama “Notas sobre poesía”. Son formidables. Al mismo tiempo, me desespera que no haya escrito más crítica y análisis de poemas, retratos de poetas, reflexiones sobre literatura. Fue un poco avaro, quizá un poco tímido. Claro, mucho de todo ello queda compensado por la grandeza de Muerte sin fin.

Has dicho que lo importante es vivir poéticamente. ¿Cómo es eso?, ¿qué implicaciones tiene la poesía en el ser?

Si juntas la palabra “poesía” y la palabra “ser” ya estás en pleno Heidegger, o Jáideguer, como me gusta escribirlo a veces. Mi idea de vivir poéticamente no tiene muchas vueltas ni es nada complicada. Pero permíteme divagar un poco. Estoy convencido de que a la gente en general, a casi todos, le llama la atención el mundo; creo que la gente es naturalmente curiosa. Cuando veo y escucho a los políticos de la actualidad me pongo nervioso porque son personas seguras de sí mismas, que viven llenas de convicciones inamovibles —a eso le llaman “integridad” y es pura inercia mineral, nihilismo—, dentro de sistemas cerrados, dicotómicos. Eso es, para mí, lo contrario de vivir poéticamente. Vivir poéticamente consiste en vivir con plenitud nuestras capacidades intelectuales e imaginativas. Si de verdad me interesa el mundo, también me despierta curiosidad saber cómo funciona: los ritmos que hay en el universo se relacionan naturalmente con los ritmos poéticos. Creo que a la gente, a las personas comunes y silvestres, les da constantemente por hacerse preguntas y tratar de responderlas ya es vivir poéticamente. Hay una gran presión por las necesidades inmediatas que hay que satisfacer, lo sé; pero me resulta difícil pensar que el pensamiento haya sido obliterado o totalmente oscurecido por la crisis permanente. Es posible, lo reconozco, pero yo no lo veo.

El mundo parece desbordado, fuera de cauce. ¿La poesía tiene algunas respuestas frente al desequilibrio de la cultura? ¿Qué puede ofrecerle hoy la poesía al mundo?

La poesía no arregla nada. No puede reencauzar el mundo. No puede devolverle un equilibrio a la cultura, como dices; aunque no veo cómo y cuándo se desequilibró. La poesía no puede hacer ninguna de esas cosas. No está diseñada para eso. Es un poco inútil pedirle respuestas, recetas, programas de acción, a una forma del quehacer humano que poco tiene que ver con la intervención de bulto, crasa, en la realidad. No, no. Quizá esa expectativa viene de alguna pulsión muy antigua encerrada en el inconsciente y que identifica a los poetas con los sacerdotes de las religiones más viejas, hombres de poder que podían, ellos sí, ofrecer cambios en el mundo y llevarlos a cabo.

"Todo momento en el trabajo propio es clave": David Huerta. (Foto: Araceli López)

Transmitir el conocimiento de la poesía ha sido una de tus pasiones. ¿Cómo te encuentras con las nuevas generaciones de poetas que siguen tu obra y que se han formado con tus libros?

He perdido hace ya muchos años el contacto con los poetas más jóvenes y mi tarea en eso que llamas “el conocimiento de la poesía” está concentrada en mis clases universitarias, donde soy un mero “profe”. Sé que algunos estudiantes son poetas en ciernes y de repente se acerca uno y me pide consejo, pero me cuesta mucho trabajo ayudarlo, o mejor dicho: prefiero no ayudarlo o reunirme con él mientras no termine el curso que en ese momento nos tiene ocupados con tal o cual tema, un poeta, un libro, una obra. Luego podemos hablar, aunque eso ocurre fuera del aula. En realidad, los alumnos con quienes mejores relaciones intelectuales y literarias he llegado a tener no me buscaron para que viera sus poemas; andaban en otras cosas: la filología, la crítica seria de poesía, los análisis retóricos y métricos, pero no la poesía que ellos hacen.

Dejé de coordinar talleres hace más de 20 años, con excepción de las tutorías que cumplía con el Fondo Nacional para la Cultura y las Artes y que me resultaba un trabajo muy satisfactorio, pues me reunía con poetas no precisamente verdes, sino que tenían ya una parte del camino andado y eso permitía un buen diálogo e interacciones de críticas y comentarios muy padres.

Eso sí, como dices, mi dedicación a la poesía tiene mucho de pasional, de apasionamiento. No puede ser de otra manera. Tuve la fortuna de tener amigos y maestros que me ayudaron a abrir los ojos en ese mundo y personas que me guiaron en mis primeras lecturas y en las posteriores, a lo largo de la vida, comenzando por mis padres, Efraín Huerta y Mireya Bravo.

En cuanto a los talleres de poesía, déjame decirte un par de cosas. Una amiga mía de Nueva York, Magda Bogin, que también es vecina de Tepoztlán, me convenció hace dos años de coordinar un taller en un colectivo de trabajos literarios, muy hermoso, que ella sostiene con diversas ayudas. Trabajamos al pie del Tepozteco y allí pude recuperar el sabor de los buenos talleres en los que estuve, como alumno y luego como coordinador, hace ya muchas décadas. Ese colectivo literario se llama, en inglés y en español, Under the Volcano/ Bajo el Volcán, homenaje explícito a Malcolm Lowry. Las reuniones con los demás escritores que dan tutorías son extraordinarias y he conocido allí gente de primera, como el poeta Mark Doty, el periodista David Barstow y la reportera Ginger Thompson, entre otros, además de un poeta irlandés que he leído durante muchos años, Paul Muldoon. Con el novelista Jonathan Levi tengo pláticas muy divertidas.

¿Cómo recibes el Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances 2019, un premio con una historia y una tradición tan importantes?

No sé bien a bien cómo recibo este premio y voy a tratar de explicártelo. A fines de octubre la vida en mi casa dio un vuelco tremendo: mi esposa sufrió un accidente y he estado cuidándola todas estas semanas. Esos cuidados se convirtieron en la prioridad, en la actividad más importante de mi vida. Lo del Premio FIL pasó a segundo término, francamente. Te diré de paso que mi esposa —Verónica Murguía— es la verdadera escritora de nuestra casa; la admiro muchísimo y la quiero igual. Nos ha dado una tristeza inmensa que no vaya a ir a Guadalajara para lo del Premio FIL y actividades suyas, propias de su trabajo literario, dentro de la feria. Pero desde luego ese premio me ha dado una alegría muy grande. Mira nada más la lista de premiados; o concéntrate los poetas premiados: Nicanor Parra, Tomás Segovia, Eliseo Diego, Yves Bonnefoy, Olga Orozco. Me da rubor ver mi nombre en esa lista.

Voy a Guadalajara con muchas ilusiones porque en esa ciudad viven algunas de las personas que más quiero. Después de la Ciudad de México, mi ciudad favorita es Guadalajara; hacer ese viaje es un proyecto permanente. Hace poco fui a Zapotlán y me las arreglé para ir a la capital de Jalisco para ver a mis amigos, a quienes volveré a ver en la FIL. Así que ir allá con ese motivo, este premio maravilloso, no puede ser más satisfactorio.

RP

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