El cine nació marcado por dos espíritus que se complementan. Por una parte, está el cine que busca divertir y endulzar la realidad, por otra, el cine que enfrenta a la vida cotidiana, que la mira de frente. De entre estos últimos, los más radicales se aferran a las propuestas del soviético Dziga Vértov quien veía en el guion, en los actores profesionales y, en suma, en todo aquello que pudiese interrumpir la relación entre ojo, cámara y mundo real como artificios deshonrosos para un arte destinado históricamente a despertar la conciencia social.
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Con moderación, la chilena Dominga Sotomayor hace suyos los postulados de Vértov y ha filmado una obra que puede verse, íntegra, en diversos servicios de streaming. De jueves a domingo, por ejemplo, disponible en Cinépolis Klic y en Filminlatino, introduce al espectador en la vida de una niña que, de viaje con sus padres, terminará por despertar a la vida de los adultos. A sus complicadas historias de amor. Hay que advertir, sin embargo, que, si uno no está acostumbrado a la parsimonia del realismo soviético, De jueves a domingo puede resultar infumable. Pero vale la pena el esfuerzo.
Entrar en los ojos de esta niña que mira cómo se disuelve su mundo familiar. Desde la primera secuencia De jueves a domingo muestra la vocación artesanal de Dominga Sotomayor. Hay una cama y, detrás de ella, un ventanal. Un adulto despierta a la niña. Es el padre. Salen de escena. Pronto los vemos al otro lado del ventanal. Se enciende el auto. Ha comenzado el viaje.
La ruptura de la familia de Ana y su hermano no tiene lugar de modo violento, en ello radica lo penetrante de la película. En que vamos entendiendo que la familia se está disolviendo gracias al cine-ojo de esta niña que advierte actitudes, gestos y miradas. Con ella escuchamos las charlas de sus papás y adivinamos que, cuando crezca, terminará por entenderlas del todo. Si uno se fija notará que a menudo la cámara muestra la realidad como en la primera escena, a través de cristales que brillan o deslumbran. Como si la comunicación entre los protagonistas no pudiese terminar por ser transparente, como si a esta familia le llegara la imagen del otro un poco deforme. Nosotros también, los vemos reflejados en espejos o a través del parabrisas de un auto que se dirige hacia el norte de Chile, hacia un desierto en el cual, con una canción pop se va a comenzar a desmoronar la infancia de la protagonista.
De jueves a domingo es también una reflexión de la misma directora en torno a su niñez. Hija de padres comunistas que durante la dictadura se fueron a vivir a una suerte de comuna hippie, Sotomayor ha construido una obra que reflexiona los principios de Vértov no para hacer la revolución sino para conocerse a sí misma.
Durante una escena, Ana y su hermano juegan con un niño francés. El trío se divierte inventando trabalenguas bilingües, correteándose por este paisaje yermo tan propio del norte de Chile y, llegado un momento, rodeados de agua y campo, el muchachito siente curiosidad por los pies de la niña. ¿Vas siempre descalza? Pregunta. Ella responde que sí y con toda simplicidad extiende hacia él un pie. Él lo toca curioso, sin asco. Están duros, comenta.
Construida con la contención del cine que proponía Dziga Vértov, esta escena revela la introspección que ha alcanzado esta autora, Dominga Sotomayor, su capacidad para trascender cualquier artificio y, sin embargo, presentar de forma contundente la sensualidad de empezar a crecer.
De jueves a domingo
Dominga Sotomayor | Chile, Holanda | 2012
AQ