Del mar (y sus pescaditos)

Literatura

Estos textos forman parte del libro de próxima aparición Factoría de espejismos.

"Desde su isla desierta, el náufrago romántico arroja besos al mar dentro de una botella". (Foto: Diego Catto | Unsplash)
Luis Bernardo Pérez
Ciudad de México /

Corría el rumor de que aquel marinero, al que todos consideraban loco, poseía un gran tesoro. Una tarde lo invité a tomar en la taberna del puerto y, tras varias horas y muchos rones, aceptó mostrarme las riquezas reunidas −según dijo− a lo largo de una vida. Fuimos a su casucha y, orgulloso, exhibió ante mí trozos de madera pulidos por el agua, cuerdas de pescador, conchas, caparazones de cangrejo, estrellas de mar secas, botellas, guijarros y pedazos de vidrio de colores.

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Y luego estaba ese pescador embustero que, al caer la tarde, regresaba siempre con las redes vacías de peces, pero cargadas de noticias sobre corsarios, sirenas, buques fantasmas y temibles criaturas abisales.

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Como es bien sabido, hay en todos los puertos del mundo por lo menos una taberna en la que, a cambio de un vaso de vino o de algunas monedas, algún viejo marinero relata sus largas travesías y sus amores breves e intensos con las sirenas. ¿Habrá bajo el mar lugares donde las viejas sirenas narren sus antiguos amores con los marineros?

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Desde su isla desierta, el náufrago romántico arroja besos al mar dentro de una botella.

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Varios años después del naufragio, la vieja ancla de hierro seguía aferrada con uñas y dientes al fondo marino. Así de ejemplar era su sentido del deber.

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En un capítulo de su autobiografía el pirata retirado revelaba la ubicación exacta de sus tesoros. Llevados por la codicia, miles de lectores se hicieron a la mar para explorar las islas mencionadas en las páginas, pero solo hallaron monedas de cobre y joyas de fantasía. El único que se hizo rico fue el autor gracias a las ventas de su libro.

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No fue el rumor del mar lo que escuchó al acercar la caracola a su oído, sino una voz grabada informándole que su saldo era insuficiente.

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En el muelle intento persuadir al barquero, hacerle ver que se trata de una equivocación, que prefiero permanecer en tierra, que me mareo en los viajes... Inflexible, Caronte me obliga a subir a bordo.

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Cuentan las crónicas que el único miembro de la orquesta del Titanic que no pereció ahogado fue el contrabajista. Consiguió llegar a tierra a bordo de su instrumento.

AQ

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