Corría el rumor de que aquel marinero, al que todos consideraban loco, poseía un gran tesoro. Una tarde lo invité a tomar en la taberna del puerto y, tras varias horas y muchos rones, aceptó mostrarme las riquezas reunidas −según dijo− a lo largo de una vida. Fuimos a su casucha y, orgulloso, exhibió ante mí trozos de madera pulidos por el agua, cuerdas de pescador, conchas, caparazones de cangrejo, estrellas de mar secas, botellas, guijarros y pedazos de vidrio de colores.
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Y luego estaba ese pescador embustero que, al caer la tarde, regresaba siempre con las redes vacías de peces, pero cargadas de noticias sobre corsarios, sirenas, buques fantasmas y temibles criaturas abisales.
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Como es bien sabido, hay en todos los puertos del mundo por lo menos una taberna en la que, a cambio de un vaso de vino o de algunas monedas, algún viejo marinero relata sus largas travesías y sus amores breves e intensos con las sirenas. ¿Habrá bajo el mar lugares donde las viejas sirenas narren sus antiguos amores con los marineros?
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Desde su isla desierta, el náufrago romántico arroja besos al mar dentro de una botella.
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Varios años después del naufragio, la vieja ancla de hierro seguía aferrada con uñas y dientes al fondo marino. Así de ejemplar era su sentido del deber.
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En un capítulo de su autobiografía el pirata retirado revelaba la ubicación exacta de sus tesoros. Llevados por la codicia, miles de lectores se hicieron a la mar para explorar las islas mencionadas en las páginas, pero solo hallaron monedas de cobre y joyas de fantasía. El único que se hizo rico fue el autor gracias a las ventas de su libro.
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No fue el rumor del mar lo que escuchó al acercar la caracola a su oído, sino una voz grabada informándole que su saldo era insuficiente.
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En el muelle intento persuadir al barquero, hacerle ver que se trata de una equivocación, que prefiero permanecer en tierra, que me mareo en los viajes... Inflexible, Caronte me obliga a subir a bordo.
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Cuentan las crónicas que el único miembro de la orquesta del Titanic que no pereció ahogado fue el contrabajista. Consiguió llegar a tierra a bordo de su instrumento.
AQ