Deprisa, deprisa

La guarida del viento

La prisa es una droga moderna con millones de adictos y una expresión de la profunda soledad de sus habitantes.

Hay una velocidad en cada persona, pero también en cada comunidad y en cada época. (Foto: Anna Dziubinska | Unsplash)
Alonso Cueto
Ciudad de México /

La famosa película de Carlos Saura con este título es de 1981, pero podría referirse a nuestra vida actual. Los protagonistas de Saura eran cuatro delincuentes juveniles que vivían a toda velocidad. Su ánimo no encontraba un lugar de reposo. Los chicos iban de un lado a otro buscando siempre ir más deprisa.

Hoy en día, en los tiempos que Zygmunt Baumann ha definido como “líquidos” ocurre lo mismo. Todos formamos parte de una banda. Las redes sociales están llenas de grupos de correligionarios. La velocidad de nuestras sensaciones y acciones se expresa en las que dictan los aparatos que nos acompañan. ¿Cómo hubo un tiempo en el que la vida fue posible sin los teléfonos móviles? Hoy habría que introducir ese aditamento en los cursos de anatomía. Los mensajes no dejan de sonar en esos amuletos de lo inesperado.

Esa velocidad también se expresa en que vivimos en el reino de las palabras de vocales abiertas y de una o dos sílabas: “google”, “chat”, “whatsapp”, “chatbot”. Un amigo es un “bro”. Una expresión de asombro es “wow”. Donde antes se saludaba con un “hola” o el formal “buenos días”, algunos dicen “hey”. La civilización de hoy es de monosílabos y vocales abiertas, una explosión de sonidos continua. El que toca la melodía del mundo es un percusionista. Ese es el lenguaje que expresa nuestra velocidad personal, un tema de la película de Rebeca Miller.

Hay una velocidad en cada persona, pero también en cada comunidad y en cada época. La velocidad de nuestro tiempo es extrema y allí está el lenguaje que la representa. Esa velocidad impuesta nos lleva a los ensayos de Byung-Chul Han y su idea de la autoexigencia como un “mal de esta época”. El filósofo coreano nos ha definido como “la sociedad del cansancio”, lo que puede explicar la radicalización de las ideologías, si cabe llamarlas así. “Ahora uno se explota a sí mismo figurándose que se está realizando”, ha escrito Byung.

Y, sin embargo, sobreviven algunos espacios sagrados que nos esperan. Los museos, las iglesias, las bibliotecas, las cafeterías, los parques son lugares hechos para detenernos. Su función es que podamos mirar, entender, acaso contemplar. Esos recintos no han desaparecido pero llevan las de perder, por lo pronto. No es casual que las tres grandes carencias del mundo moderno sean el tiempo, el espacio y el silencio. Cada vez hay menos de cada uno de ellos.

La prisa es una droga moderna con millones de adictos y una expresión de la profunda soledad de sus habitantes. Por algún motivo que no es del todo claro, a todos se nos exige resultados en el trabajo, en la familia y en la vida, si cabe definir tal cosa. Prisa y producción van de la mano, como si el mundo fuera el escenario de una competencia. A propósito, siempre recuerdo el poema de Blanca Varela. “Digamos que ganaste la carrera / y que el premio / era otra carrera / que no bebiste el vino de la victoria / sino tu propia sal / que jamás escuchaste vítores / sino ladridos de perros / y que tu sombra / tu propia sombra / fue tu única / y desleal competidora”.

AQ

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