‘Desde allá’: la monomanía del cazador

Cine

Esta gran película es una colaboración entre Lorenzo Vigas, ganador del León de Oro, y Guillermo Arriaga, guionista de Amores perros.

Luis Silva y Alfredo Castro en 'Desde allá'. (Lucía Films)
Fernando Zamora
Ciudad de México /

¿Para qué sirve el dinero? Armando lo usa para seguir muchachos por barrios pobres. Él muestra discretamente un fajo de billetes y ellos lo siguen hasta su casa. Armando entrega el dinero a cambio de verlos desnudos. Desde allá, disponible en MUBI y dirigida por Lorenzo Vigas, explora el interior de personajes que se mueven entre la extravagancia y la sordidez.

El mexicano de origen venezolano Lorenzo Vigas realiza un trabajo pausado e inteligente. No extraña que haya ganado el León de Oro, pero sí que ningún crítico hable de él. Vigas trabajó el guion con Guillermo Arriaga, conocido entre otras cosas por Amores perros. Como se sabe, Arriaga es un apasionado de la caza y esta película presenta desde el inicio a un cazador. El dinero es la carnada y los muchachos las presas.

Ahora, todo cazador encuentra una pieza que desea más que a cualquier otra. Le pasó a Ahab en Moby Dick y le sucede a Armando en Desde allá. La presa es Elder, un pequeño criminal que sueña con dinero para hacerse con un auto que ha comenzado a restaurar. Pero resulta que Elder también es cazador. En ello estriba la tensión que se origina desde el primer encuentro entre los dos. La metáfora de la cacería le funciona al guionista para explorar la oscuridad de los personajes, pero también al director quien además estudió física molecular y sigue teniendo un ojo que sabe explorar a nivel microscópico.

La continuidad de Vigas con su obra anterior, Los elefantes nunca olvidan, no parece muy evidente y, sin embargo, hay en ambas un arma, un muchacho y un odio visceral hacia la imagen freudiana del padre. Quedarnos en el nivel de la anécdota en una película como Desde allá implica perder el panorama interior de una ficción que nos introduce en la paradoja del cazador cazado. Pero, no nos confundamos, el deseo de estos dos no es romántico: ambos quieren que el otro sea parte de su colección. Es justamente esta perspectiva la que dice cosas que es necesario atender: que en el amor carnal siempre aparece un elemento egoísta. Poco importa que pareciese que Armando irrumpe en la vida de Elder para curar heridas, poco importa que sea consciente del dolor que le causa no tener hijos y odiar tanto a su padre. La sordidez de los barrios bajos de Caracas es la de su propio mundo interior, lleno de fango y asfalto, ausente de futuro.

Los actores son excepcionales. El chileno Alfredo Castro interpreta a un viejo soez muy contenido, discretamente afeminado. En sus ojos, el espectador avezado conseguirá mirar el peligro en un hombre que no busca en el hecho erótico la seducción sino más bien la conquista o, mejor, la posesión. Hay entre este personaje y el que interpretó Castro en Tengo miedo torero una distancia que parece señalar las fronteras del amplio continente del deseo homosexual.

Luis Silva, por su parte, ofrece al personaje de Elder toda la ansiedad de un muchachito, casi un niño, que habiendo llegado al mundo de los adultos lo único que sabe realmente es que “los golpes sirven para educar”. Si yo tuviera hijos, dice en una secuencia, les pegaría desde chiquitos, para que supieran, la vida, de qué va. No estamos, sin embargo, ante otra “denuncia” ante otra pretenciosa ficción que busca “visibilizar” la miseria. Lo que estos dos hacen visible es la monomanía de personajes como Ahab sí, pero también la de genios como Pasolini o Murnau, hombres que con su vida demuestran que amar es dar lo que uno no tiene a quien no lo necesita.

Desde allá

Lorenzo Vigas | Venezuela, México | 2015

AQ

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