Después de Auschwitz: el regreso del nazismo

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Pasaron 75 años de la liberación del campo de exterminio, pero Alemania vuelve a ser escenario del odio racial y la intolerancia que reinaron en tiempos de Hitler.

En Alemania hay prácticas xenófobas, pero hay gente que se posiciona en contra. (Foto: Shutterstock)
Ciudad de México /

A 75 años de la liberación del campo de exterminio de Auschwitz por el Ejército Rojo, el fantasma del horror reaviva su espíritu y obliga a los dirigentes alemanes a agachar la cabeza y pedir perdón por la masacre de más de seis millones de judíos a manos de soldados germanos durante la Segunda Guerra Mundial. En aras de implementar una política de purificación racial, Alemania mostró su peor rostro al diseñar un plan de exterminio que incluía los métodos de muerte más inhumanos. Los campos nazis se convirtieron en laboratorios de la muerte donde se llevaban a cabo horribles experimentos y ejecuciones masivas en cámaras de gas y crematorios. Con un millón 100 mil asesinatos, el de Auschwitz-Birkenau, en el sur de Polonia, fue el campo de concentración más mortífero.

Se equivocan quienes esperan un arrepentimiento acompañado de un dulce matiz con final feliz. Cuando el mortífero fantasma de la crueldad parecía derrotado, una nueva ola de violencia se cierne sobre Alemania, nación que en el último año ha visto amenazado su liderazgo y debilitada su indiscutible y robusta estabilidad. La primera economía de Europa ha entrado en su etapa más vulnerable tras el surgimiento de una generación de neonazis que vuelve a caer en la tentación de azuzar al mundo, y a su propio pueblo, con el látigo del terror, el odio y la intolerancia.

Partícipe del convulso panorama internacional, donde el terrorismo, la islamofobia, el racismo cultural y la xenofobia son expuestos como los problemas más serios a resolver, Alemania empieza a mostrar las primeras señales de descomposición social y desequilibrio político que hoy la enfrentan a la encrucijada de un paradigma cultural conformado por nuevos actores pero igualmente deshumanizado. Ni el recuerdo de su tragedia histórica ni el peso de la culpa colectiva han logrado ablandar el corazón de esta nación poderosa que a partir de 2019 comenzó a padecer su realidad más cruda.

Alemania no la tiene fácil. A su crisis migratoria, a los asesinatos perpetrados por neonazis, al misterioso estado de salud de la canciller Angela Merkel, a su desavenencia con el gobierno de Estados Unidos ante la negativa de desplegar tropas en Siria (con la eventual sanción de la administración de Trump a empresas alemanas que participan en la construcción del gaseoducto Nord Stream 2), se unen otros asuntos igualmente delicados: el robo al museo Grünes Gewölbe de Dresde —el 25 de noviembre—, que alberga una de las colecciones de tesoros artísticos más grande de Europa, un botín valuado en más de mil millones de euros, el mayor robo de obras de arte desde la Segunda Guerra Mundial; la dimisión del presidente de la Federación de Futbol alemana, Reinhard Grindel, acusado de corrupción y evasión de impuestos; el linchamiento mediático de los futbolistas de origen turco Mesut Ozil e Ilkay Gundogan por haberse fotografiado con el presidente de Turquía Recep Tayyip Erdogan; el anuncio hecho por el club de futbol de la segunda liga alemana St. Pauli, que anuló su contrato con el jugador turco Enver Cenk por su apoyo abierto a la campaña militar denominada Operación Fuente de Paz, la lucha emprendida de Turquía contra el terrorismo emprendida hace tres décadas; la elección del político naonazi Stefan Jagsch como representante de un distrito en la ciudad de Hesse; la inestabilidad política derivada de la incapacidad de Annegret Kramp-Karrenbauer —quien sustituyó a Merkel en la presidencia del partido Unión Democrática Cristiana (CDU)— por evitar la pérdida de votos tanto en elecciones estatales como en el Parlamento Europeo; el trigésimo aniversario de la caída del Muro de Berlín, que incitó al debate y llevó a los analistas a reconocer que los muros mentales aún no se han podido derribar.

Lo antes mencionado se une al problema medular del país germano: contener el estallido del terrorismo de ultraderecha, que ha logrado penetrar las esferas del poder y se desplaza impune entre la población.

El 2 de junio, el alcalde del distrito de Kassel, Walter Lübcke, fue asesinado de un disparo en el jardín de su casa por el extremista neonazi Stephan Ernst. El 9 de octubre, en la ciudad de Halle, otro neonazi, Stephan Balliet, intentó ingresar en una sinagoga donde celebraban el Yom Kipur (Día de la expiación, el perdón y el arrepentimiento) y allí dentro abrir fuego contra el grupo de fieles judíos. Consciente del peligro, el recinto reforzó sus puertas y Balliet no pudo ingresar. Vestido de negro, con una cámara instalada en su gorra para grabar el atentado y portando un arma que él mismo construyó con una impresora 3D, caminó por las calles e intercambió insultos con una ciudadana alemana que apareció en su camino, a la que despectivamente describió como “una gran isla”, en referencia a su peso corporal, e hizo alusiones sexuales. La mujer siguió caminando y él le disparó por la espalda. Luego se dirigió a un restaurante de comida turca y asesinó a otro ciudadano alemán.

Antes del acto, Balliet subió a YouTube un video donde responsabilizó a los judíos, al feminismo y a la migración de los problemas que aquejan a su patria. Este crimen puede verse como la versión alemana de la masacre ocurrida en Texas el 3 de agosto en contra de inmigrantes mexicanos. En un manifiesto de 17 páginas, Balliet difunde su material de combate y establece como objetivo principal “aumentar la moral de otros hombres blancos oprimidos”. Tal documento, que se presenta como una “Guía espiritual para los hombres blancos descontentos en el año en curso”, los prepararía para la gran misión de convertirse al Tecno-Barbarismo: “Domesticarse a sí mismo, matar por la espalda a comunistas, negros y traidores, incendiar sinagogas, apuñalar a un musulmán, matar a tantos antiblancos como sea posible, preferentemente judíos, sin olvidarse de lograr una exitosa transmisión en vivo”.

Alemania sigue lidiando con el mismo mal. El proyecto de paz más grande en la historia de la humanidad se ve amenazado por actos criminales de antisemitismo. Cifras emitidas por el gobierno alemán señalan un alarmante aumento en 2019 de agresiones contra mezquitas y mujeres con velo. De los 24 mil ultraderechistas registrados en Alemania, la mitad se ha mostrado proclive a la violencia; de ellos, 467 tienen orden de búsqueda y captura.

Entre otras manifestaciones de índole racista, ciudadanos alemanes de ultraderecha expresaron su rechazo al nombramiento de Sinan Selen como vicepresidente de la Oficina Federal para la Protección de la Constitución (BfV) por ser de origen turco.

El campo de concentración de Auschwitz fue liberado en 1945 por tropas soviéticas. (Wikicommons)


Recordando el Holocausto

En la pasada temporada decembrina, la empresa estadunidense de comercio electrónico Amazon fue obligada a retirar de su catálogo productos alusivos al campo de Auschwitz: adornos para el árbol de Navidad, un abridor de botellas y otros productos. El 1 de diciembre, el día anterior al Cyber Monday —su mayor jornada de compras del año—, el Museo Estatal de Auschwitz-Birkenau solicitó a la compañía desde su cuenta de Twitter retirar estos productos “irrespetuosos”. “Ver imágenes de Auschwitz pendiendo del árbol de Navidad no nos parece lo más apropiado. De hecho, ver la entrada de Auschwitz en un abrebotellas nos resulta muy inquietante”.

En un comunicado, la firma confirmó el inmediato retiro de productos relacionados con “tragedias humanas y desastres naturales, excepto libros, películas y música” que aborden temas de esta índole. No obstante, comenzado el Amazon Monday, el Museo descubrió más artículos que presentaban imágenes del campo de concentración, incluyendo una toalla de playa impresa con una fotografía que muestra el enorme portón con el letrero en alemán “Arbeit macht frei” (el trabajo libera). The Washington Post descubrió un llavero doble del Día de San Valentín con la imagen del Memorial Holocausto de Berlín acompañado de la inscripción “Te amo”.

Como parte de los actos conmemorativos por el décimo aniversario de la Fundación Auschwitz-Birkenau, y previo al 75 aniversario de la liberación del campo nazi, la canciller Angela Merkel viajó el 6 de diciembre a la ciudad polaca de Oswiecim para visitar, por primera vez en sus 14 años de mandato, el campo de concentración de Auschwitz.

En presencia del ministro polaco Mateusz Morawiecki, Merkel dijo sentirse profundamente avergonzada por los atroces crímenes cometidos por sus compatriotas y reconoció la responsabilidad que como nación les compete. Habló de un aumento “preocupante” de expresiones de racismo en Alemania, intolerancia creciente y una estela de crímenes de odio que siguen amenazando la vida de ciudadanos judíos que radican no solo en Alemania sino en toda Europa. “No es retórica advertir que estamos experimentando un nuevo auge de crímenes inspirados en el odio al pueblo judío, pero Alemania no tolerará ningún acto de antisemitismo”.

Por su parte, el presidente alemán Frank-Walter Steinmeier sorprendió a la audiencia reunida en el V Foro Mundial del Holocausto con un discurso pronunciado en inglés, no en alemán, para no molestar a los sobrevivientes del Holocausto presentes en el acto. Ante la presencia de 40 líderes mundiales, Steinmeier lamentó que los asesinos, los guardias, los cómplices, los esbirros de lo que él considera un “asesinato masivo a escala industrial”, fuesen sus compatriotas.

Agradeció el “milagro de la reconciliación”. Reconoció que los fantasmas se disfrazan hoy de otra manera: “Desearía poder afirmar que los alemanes hemos aprendido de la historia; sin embargo, no puedo asegurarlo cuando se extiende la instigación al odio, cuando todavía se escupe a los niños judíos en el patio de la escuela, cuando solo una pesada puerta de madera impide que un terrorista ultraderechista provoque una masacre, un baño de sangre en una sinagoga de Halle en el día más sagrado para los judíos. Sin duda, nuestros tiempos no son los mismos tiempos. No son las mismas palabras. No son los mismos victimarios. Pero es el mismo mal. Y solo hay una respuesta: ¡Nunca más!”.

“El trabajo hace libres”, lema a la entrada del campo de Auschwitz.

RP | ÁSS

  • Andrea Rivera

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