Marco Antonio Campos en cierta ocasión expresó: “La obra de López Velarde es uno de los dones que Dios dio a los mexicanos, o quizá, a todo lector”. Reconociendo este don, Marco Antonio no ha dejado nunca de ser acompañado por nuestro poeta, “el más querible”, y ha viajado, ha leído, ha vivido siempre con la presencia constante del jerezano. La poesía de López Velarde lo ha hechizado, con “sus giros sorpresivos y rimas insólitas”. Y considera que su prosa está hecha de la materia viva que perdura. Campos sabe que los dones no se esconden, se comparten, se cultivan, se los hace crecer. Por tal motivo, entre todo lo que escribe, investiga, lee, revisa, publica, estudia, siempre ha tenido un lugar para Ramón López Velarde y Campos ha sido lectura obligada de todos los lectores, investigadores, académicos y estudiosos del jerezano, identificando títulos como El tigre incendiado, Ramón López Velarde visto por los contemporáneos, El San Luis de Manuel José Othón y el Jerez de López Velarde, las antologías La grulla del refrán, El minutero, Don de Febrero, Crítica Literaria y otros tantos textos que se han publicado aquí y allá, además de ser el artífice para que sean libro las investigaciones de otros autores, como aquellos de la Biblioteca Ramón López Velarde del Instituto Zacatecano de Cultura o el extraordinario trabajo de Alfonso García Morales en la colección Poemas y Ensayos de la UNAM que el propio Campos dirige.
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En la conmemoración del centenario luctuoso de Ramón López Velarde, este devoto lopezvelardeano nos entrega un hermoso diccionario que hace brillar los conceptos que envuelven al jerezano: palabras que son vetas de extraordinario valor, que Marco Antonio se dio a la meticulosa tarea de desenterrar, limpiar y ofrecer en su máximo esplendor.
El Diccionario lopezvelardeano es, como su nombre indica, un catálogo de palabras que nos remiten no a una definición concreta sino al valor intrínseco del concepto en relación con el poeta jerezano. Es un catálogo de datos ordenado alfabéticamente, aderezados con referencias, anécdotas, poesía, personalidad, creatividad y muchas, muchas preguntas. Partiendo de la palabra “Abogado”, este diccionario nos define la personalidad de López Velarde, su historia de vida, su carácter, los amigos y los amores, sus intereses, las huellas que dejó en calles y plazas de Aguascalientes, Venado, Zacatecas, Ciudad de México; pero también su propia poética, su nacionalismo, sus referencias literarias, Jerez, su credo, su postura política, su olfato. Sin embargo, no es un libro concluyente: Marco Antonio Campos se pregunta, constantemente se pregunta mientras escudriña en una definición, un dato, algún informe, pues López Velarde es un laberinto con muchos caminos que se bifurcan una y otra vez, ofreciendo muchas posibilidades, y muchos misterios, pues el propio Campos había dicho en otro sitio: “Ningún poeta mexicano es más secreto que él, y es quizá el único a quien, con los años, al descubrirle los investigadores en las hemerotecas nuevos textos, en vez de disminuirlo o de echarle una paletada de tierra sobre la tumba, lo vuelven más enigmático y significativo”. Y a eso se ha dedicado Marco Antonio, a cultivar el enigma que es Ramón López Velarde.
El Diccionario lopezvelardeano es un libro indispensable: cada palabra, cada concepto, nos remite a otras palabras y a otros conceptos, pero también a los libros de López Velarde y sobre López Velarde: es inevitable —al menos así me sucedió a mí— correr para recorrer la biblioteca personal y dar con los autores y sus investigaciones, dar con López Velarde y su poesía, en verso y en prosa, sus cartas, sus crónicas y su periodismo. Comparto aquí la fascinación por desmenuzar los amores de López Velarde vistos con los ojos de Marco Antonio: Fuensanta, Margarita Quijano y Margarita González, Fe Hermosillo; la sensación de saberme acompañada al tratar de explicarme por qué mi cercanía a López Velarde, pues Campos lo define como “Un amigo que nos hubiera gustado tener”; el descubrimiento de Jerez como un remordimiento, explicado por Marco Antonio a partir del poema “Mi villa” y reafirmar esa imposibilidad del regreso, “Ni muerto regresó a su pueblo”. En sí misma, la obra de Ramón López Velarde es un gozo para el alma y cualquier aportación de un meticuloso lector, como lo es Marco Antonio, un gozo doble.
ÁSS