En su reciente novela, El chacal (Planeta, 2023), Diego Petersen Farah mantiene como protagonista a un periodista, pero si la trilogía de Adalberto Zaragoza cae en la novela negra, en su nueva obra pertenece a la zona en la que el periodista se relaciona con el poder. Desde Puebla, llega a la capital del país un joven periodista ambicioso que cubre la sección de política. Él no tarda en darse cuenta que si quiere ascender en su carrera, tiene que dejar de lado los buenos principios. De este modo consigue ser uno de los rostros más conocidos de los noticieros de la más poderosa empresa de televisión del país. Cuando parecía que iba a alcanzar el noticiero estelar, todo se trastoca para él. En la siguiente conversación para Laberinto, Petersen Farah profundiza en algunos aspectos técnicos de la novela y en la relación entre el periodismo y el poder.
Aunque el protagonista sea en principio un periodista, la trilogía de Adalberto Zaragoza debe considerarse novela de detectives porque Adalberto es un periodista-investigador. ¿Puedes hablar de tus lecturas en ese sentido y tus influencias?
Yo creo que esa trilogía cae en una tradición de novela negra que tiene mucho que ver con ciudades. Novelas que tienen un detective de una ciudad: (Leonardo) Padura con su serie donde La Habana es esencial; el comandante Jaritos en Atenas en las novelas de (Petros) Márkaris… En fin, se trata de una tradición de novela negra urbana que tiene que ver justamente con la manera en que retratamos a una ciudad.
No es posible pensar en el retrato de una ciudad mexicana como Guadalajara, Monterrey, Ciudad de México donde haya un investigador que resuelve los casos como se resuelven en las novelas escandinavas. Aquí tiene que ser un periodista en donde la investigación se hace por fuera, pues las instituciones no funcionan. Entonces, me parece que la novela negra ayuda a retratar el lado oscuro de la sociedad y de la ciudad.
Que el protagonista también sea un periodista, esa elección ¿fue porque tú lo eres?
Mira, fue una decisión no pensada en el sentido de decir “voy a hacer un personaje periodista”, sino que cuando yo pensé cómo narrar me dije “voy a meter un periodista de nota roja”. Siempre he sido un admirador del periodista de nota roja porque es un oficio que nunca ejercería, pero que me fascinaba y me fascina. Finalmente, cuando pasas a la narrativa te inventas vidas que no vas a vivir jamás, así que fue natural que haya elegido un periodista de nota roja que sea el que investiga, que además da la contraparte al esquema gubernamental, en este caso la Procuraduría, que tiene investigadores absolutamente burócratas.
En la trilogía de Adalberto Zaragoza, la primera novela, donde se narra desde una redacción, está más influenciada por esta vida periodística. En la segunda y la tercera me tomé la libertad de separarlo de la redacción y darle vida propia.
Ahora, en El chacal, el protagonista continúa siendo un periodista pero formalmente cambias porque ya no es una novela detectivesca en la que tienes que seguir ciertas reglas; en ella tienes, diría, más libertad narrativa. El chacal entra, además, en otra tradición en la narrativa nacional, esta vez, sí, en la novela de periodistas como podría ser La guerra de Galio de Aguilar Camín.
Exactamente, yo tenía la intención clara de no quedarme como escritor de un solo género o de un solo personaje. Por supuesto siempre hay una gran tentación de quedarte con un personaje ya que lo tienes, pues es lo más complejo de desarrollar y armar; pienso que quedarme ahí hubiera sido cómodo, pero también significaba estancarme.
Acá en sí quise formalmente hacer algo completamente distinto: una narrativa mucho más veloz en primera persona. Sí sobra una palabra, no es floritura es un error; está pensada para que haya una economía de lenguaje muy justa. Y aunque también es un periodista, sí cae, como dices, en esa tradición de La guerra de Galio o incluso Los periodistas de Vicente Leñero. Es una forma de retratar el periodismo como una parte de nuestra propia historia como país; mucho de lo que nos ha pasado como país ha pasado por los diferentes medios y es algo poco narrado. En la novela política se habla mucho de lo que pasa en la vida de los políticos y poco de lo que pasa en la vida de los medios.
Siguiendo con la imagen del periodista, aquí en México se dice que no hay series protagonizadas por un policía no corrupto, porque nadie se lo va a creer, pero a pesar de que se denueste a algunos, sí se cree que hay periodistas rectos. Adalberto Zaragoza sería uno, mientras que el protagonista de El chacal representa al corrupto, y en ese sentido se hermanaría con la reciente novela de Enrique Serna.
Sí, un retrato extraordinario sobre (Carlos) Denegri. Acá, conscientemente es un retrato anónimo, es un arquetipo y conscientemente no tiene nombre, solo tiene apodo en la portada del libro. Los medios son “La Televisora”, “El Periódico”, no tienen un nombre específico. Lo que yo intento en este caso, es que, a partir de estos arquetipos, nada de lo que se narra ahí sucedió. Lo importante es que todo pudo haber sucedido y obliga a los lectores a decirse “esto creo que sí pasó” o “esto es verosímil”.
Me parecía importante narrar el lado oscuro del periodismo. El protagonista tiene su ética muy particular: es muy estricto para unas cosas y muy laxo para otras. También “El chacal” es absolutamente permisivo y ambicioso, pero tiene sus momentos como de crisis ética y moral. Incluso, tiene su lado tierno por momentos, a pesar de que es detestable. Y a veces aparece la parte débil del personaje. Yo creo que todos los personajes, para que sean creíbles y entrañables, deben tener este lado oscuro y rudo, y también su lado tierno, sus debilidades muy claras y muy sentidas. A mí me gustó “El chacal” porque es un personaje muy bestia y al mismo tiempo llega a generar esta sensación de debilidad.
Creo que en esta novela en su cocina literaria caben también otras referencias. El que presente al narrador contándole a alguien su historia, sin que esté hable nunca, pero el lector sabe que está ahí, me recordó a Joseph Conrad y a João Guimarães Rosa. En cuanto a los arquetipos, como los llamas, tu mención me llevó al cuento de Borges “Tema del traidor y del héroe”, en el sentido que cuenta el ascenso y caída del protagonista. Aquí lo que queda claro es que el destino del periodista ante el poder —político y económico— siempre será trágico porque nunca lo considerarán un igual. Tu aportación, en cuanto a la presencia de los medios, es la aparición de la televisión, otro tipo de poder.
Claro, está la gran ficción de que los periodistas tienen un gran poder y realmente aquí lo que el lector se podrá dar cuenta es que el poder es prestado, que el poder es para otros, él solo es la cara. Me gusta que menciones el cuento de Borges porque es un poco eso; finalmente él se acaba aproximando a sí mismo al poder como Kilpatrick en el cuento de Borges, y acaba siendo su propio verdugo, a lo mejor sin darse cuenta de cómo llegó ahí, él simplemente va a una velocidad impresionante. Y aparte está la narración en la que no se sabe si él se está dirigiendo a un psicólogo, a un yonqui en la banqueta o a ti como lector, pero sí sabes que está ese otro en el cual él se está descargando y que le da sentido a la narración en primera persona.
En otro terreno, me gustaría citar a otro autor que en su momento fue muy exitoso: Luis Spota. Así como señalan que las obras históricas de Shakespeare reflejaban la lucha por el poder de las familias nobles inglesas, sus lectores estaban convencidos de que él retrataba fielmente la vida política del país y no ponían en duda lo que leían. A pesar de que tú has dejado establecido al principio, como se decía antes, que si lo leído se parece a la realidad es mera coincidencia, finalmente no faltarán los lectores que tomen como verdaderos algunos hechos que resalta.
Creo que lo que presento a lo mejor puede ser un retrato burdo de un ámbito de los medios y del oficio del periodista, pero todavía hay quien quiere ser periodista y también está esta parte negra del periodista y su relación con el poder.
Por otra parte, yo creo que Luis Spota fue el gran retratista del poder de los años sesenta y setenta del siglo pasado en este país, y creo que lo leímos justamente como eso, como la manera en como alguien podría derrotar al poder. Me parece que, como retrato, El chacal es más una novela más sobre el poder que sobre los medios, más que sobre periodismo. Es decir, por supuesto que lo que está en medio es el periodismo, pero lo que está en juego siempre es el poder. No está en juego la construcción periodística, aunque el personaje tiene destellos de brillantez periodística, es capaz de entender y sabe bien dónde está la nota; no es un gran periodista, todo lo contrario, pero el retrato de él es el retrato del poder y los medios y cómo este poder es una maquinaria que lo acaba triturando.
Supongo que no soy el primero que le ha hecho este comentario, pero El chacal también puede leerse como una roman à clef, pues el protagonista parece tener rasgos de un periodista real. Y ya que mencionaste Los periodistas, que es una novela de no ficción, eso me lleva a otro asunto: nombra a políticos reales —Salinas, Colosio, Zedillo—, lo que les haces decir ¿fue investigado?
En la parte donde aparecen los políticos por supuesto que los diálogos son ficticios, pero sí son cosas que sucedieron en el paso que “El chacal” va haciendo de uno a otro sexenio. Que los políticos aparezcan con nombre y apellido ayuda a hacer el registro del tiempo dentro de la novela.
En cambio, el que el protagonista no tenga nombre es precisamente por eso. El lector dirá. “ah, si trabajó en la televisión en la mañana, entonces es fulano”, “si es de Puebla es zutano”. Al poner esas referencias hay mucha tentación, por supuesto, de ponerle rostro a “El chacal”. Pero justamente lo que yo quise que fuera, fue ese retrato burdo, a pinceladas muy gruesas y rápidas, de lo que somos como medios, de lo que somos como periodistas en parte. Ni siquiera es el retrato completo; es como la canción de Peter Gabriel “Family Snapshot”, nada más para decir aquí estamos frente al poder. Yo creo que lo que me llevó escribir esto y la reflexión que hice fue que los periodistas procesamos poco y pensamos poco en nuestra relación con el poder.
Está la estructura de la novela: el comienzo y el final nos hacen pensar en el uróboros.
Sí, es completamente circular, la novela empieza donde termina. Desde el principio sabes que el personaje va a caer. La trama no es si va a caer, sino cómo cayó.
Y qué piensas de la opinión de los que creen todavía que escribir este tipo de novelas es un divertimento.
Sí hay, creo yo, y espero que el lector lo note, la intención de complejizar la narrativa, y de hacer novelas que presenten cada vez retos más complejos. La primera novela de la trilogía fue muy lineal; en la segunda meto una voz en segunda persona; en la tercera hay muchas más referencias literarias. En esta novela la intención era que mantuviera la tensión a lo largo de todas las páginas. Yo espero haberlo logrado; es una novela fácil de leer, pero difícil de escribir.
AQ