Las ganas de ver a Donald Trump en la pantalla grande son inversamente proporcionales a la cantidad de tiempo que ha ocupado ya en televisores y celulares de todo el mundo desde hace por lo menos ocho años, cuando fue electo presidente de los Estados Unidos por primera vez. Sin embargo, El aprendiz (The Apprentice, 2024), película biográfica sobre su ascenso al poder mucho antes de que fuera un político, desafía este hartazgo con una sencilla estrategia: cuenta una muy buena historia y la cuenta muy bien.
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El Trump de El aprendiz no es, para empezar, el Trump al que estamos acostumbrados. Al inicio de la cinta, el protagonista es un joven de veintitantos años, medianamente introvertido pero con cierto encanto, que trabaja arduamente en el negocio familiar a la vez que tiene una visión propia, y busca abrirse paso en la Nueva York de los setenta, su ciudad, la cual quiere rescatar de la decadencia. Pero estas características, incluso virtudes, palidecen al contrastarlas con sus acciones, en particular, con su decisión de convertirse en “aprendiz” de uno de los hombres más corruptos en la historia de Estados Unidos, Roy Cohn.
El nombre quizás no sea familiar para el público mexicano, pero Roy Cohn fue una figura clave del macartismo (fiscal del Departamento de Justicia de los Estados Unidos en el juicio a los Rosenberg, condenados por espionaje y ejecutados en 1953) que se dedicó a perseguir supuestos comunistas, a veces dentro de la ley, más frecuentemente fuera de ella, valiéndose del chantaje y el tráfico de influencias (provocó el despido de casi cien homosexuales que trabajaban en el Departamento de Estado, siendo homosexual él mismo). A pesar de que fue acusado de conspiración, soborno y fraude en repetidas ocasiones, resultó siempre victorioso, lo cual lo hizo un abogado muy solicitado por quienes enfrentaban problemas legales similares, entre ellos Donald Trump cuando la empresa que manejaba junto con su padre fue acusada de discriminación racial.
Cohn observa potencial en el joven y le propone ser su mentor, pero a cambio le exige obediencia a su filosofía si es que quiere ganar el juicio y ganar en la vida. Defensor autoproclamado de Estados Unidos y su sistema capitalista, le asegura que los medios se justifican en su gran defensa “del cliente más importante”.
El aprendiz detalla la expansión empresarial de Trump y revela su éxito no como la obra de un brillante hombre de negocios, sino como un imperio construido a base de atacar a sus oponentes, negar hechos y acusaciones y rechazar por completo la derrota. Lo reconoce, sobre todo en momentos difíciles de su vida, como una persona tan humana y vulnerable como cualquier otra, que sin embargo decide abandonar esa humanidad para ejercer poder sobre los otros, sean rivales de negocios, su (primera) esposa Ivana o su amigo Roy Cohn, quien al final conserva más humanidad que el alumno que superó al maestro.
Ambientada en los años setenta y ochenta, El aprendiz recrea el grano y la textura de la película fotográfica de 16 mm común en la primera década y posteriormente la no tan buena calidad de las videocámaras analógicas. Así, junto con el uso de una sola cámara y acercamientos y encuadres típicos del estilo visual periodístico de este tiempo, pareciera que miramos buena parte de la historia transcurrir en la televisión, ilusión que la dota de una sensación de realidad, y muestra a un Trump como un personaje que se hizo frente y gracias a las cámaras. A la vez, es clara la diferencia entre las escenas que recrean entrevistas de la época y aquellas que forman parte de una narración ficcionalizada, entretejidas con valioso material de archivo que permite “reconstruir” la Nueva York de hace medio siglo dentro de los límites de un presupuesto de 16 millones de dólares.
Aunque aún es difícil predecir si su interpretación le valdría una nominación a Mejor actor en los siguientes premios Oscar (la categoría tendrá mucha competencia, casi seguramente con nombres como Adrien Brody, Timothée Chalamet, Daniel Craig y Ralph Fiennes, entre otros), Sebastian Stan deleita al encarnar a Trump con una transformación no física sino actoral. El característico peinado con copete y la piel anaranjada son meros complementos para un actor que observó atentamente al Trump joven y la evolución de su persona, quien reproduce finamente su forma de hablar y manierismos, mucho más sutiles que en la actualidad. Nada que ver con las ya insufribles e incontables imitaciones de programas de comedia. Por su parte, Jeremy Strong se incorpora a una considerable lista de actores (destacan Al Pacino y Nathan Lane en distintas versiones de Ángeles en América) que han personificado a Roy Cohn, con el intimidante aura y la mirada vacía de un hombre que, victimario y víctima, murió por complicaciones del sida.
Si bien El aprendiz es una película biográfica sobre Donald Trump, su director, Ali Abbasi (conocido por Araña sagrada, cinta sobre la periodista iraní que llevó a juicio a un feminicida serial), ofrece una visión más amplia del fenómeno al preguntar qué creó a Donald Trump. Qué ideología, qué sistema económico, qué momento histórico, qué contexto social. Y qué sucede cuando el sueño americano es ganar por ganar, cuando la ambición se convierte en una fábrica de inseguridades, cuando el poder ya no es un medio sino el fin mismo.
Dime, ¿qué harías si hoy perdieras tu fortuna?, pregunta una reportera. Trump responde, quizás me postularía para presidente.
‘El aprendiz’ probablemente se encuentra en su última semana de exhibición en pocas salas de cines comerciales, pero también es posible verla en la Cineteca Nacional y próximamente en servicios de streaming.
AQ